Amando la Muerte

Capítulo 02

RAISA

Veinte minutos más tarde, entro a nuestra estancia y cierro la puerta a mis espaldas.

—¿Qué tal tu día? —saluda Leire, mi hermana mayor.

Luce hermosa con su cabello cobrizo atado sobre su cabeza, la pequeña nariz fruncida, y el traje blanco de sub chef. Se ve diferente a como suele andar por casa: una chica que viste siempre con ropas negras, y hasta se maquilla con sombras oscuras.

Llevamos solas desde hace 10 años. Mientras vivíamos en Francia, nuestros padres fallecieron en un accidente que incendió el edificio en el que vivíamos. Según ella me contó, nos salvamos de milagro. Dijo que habían entrado a por nosotras, sin saber que ya nos encontrábamos fuera. De eso, lo único que recuerdo es el fuego ardiente e incontrolable. Incluso hay veces en las que puedo percibirlo en mis sueños con tanta claridad, que al despertar tengo la piel empapada en sudor.

Leire asumió la responsabilidad de cuidarme cuando yo tenía 7 años y ella 21. Sé el desafío que supuso sacarnos adelante.

Al trasladarnos a Londres, empezó a trabajar de limpiadora de pisos. Con el tiempo ascendió a lavaplatos, y ahora trabaja como la mano derecha del chef del hotel Arcadia de cinco estrellas en el cual residimos, lugar reconocido a nivel nacional por conservar la estructura de lo que antes fue un castillo construido en el siglo XII.

A cambio de trabajo tenemos alquilada una habitación, así que gozamos de todos los servicios básicos, incluyendo la alimentación. Además, a medio tiempo soy salvavidas en la piscina, labor que también nos ayuda económicamente para mis estudios.

Admito que, contrario a mí, Leire es una trabajadora ejemplar. Yo suelo tener pereza todo el tiempo. Si pudiera trabajar de dormir, de lo último que tendríamos que preocuparnos sería del dinero.

Respiro hondo, suelto la mochila, me quito los zapatos y los calcetines hasta quedar descalza.

—Igual que de costumbre. —Me dejo caer de frente en el sofá—. ¿Otro bufé en el gran salón?

—Sí, vendrá… un hombre importante. —Se dirige a su recámara y toma el delantal negro. No parece muy motivada como otras veces, de hecho, hasta puedo asegurar que algo la tiene molesta.

—Ya… —Quiero que vaya directo al punto de interés—. ¿Qué servirán?

—Sushi. Extraño viniendo de un hombre importante. Solía gustarle la carne blue, sellada por fuera y cruda por dentro, pero algo lo llevó a cambiar sus exigencias. Dudo que sea causa de la preparación.

—Mejor para mí.

—Porque es tu favorito.

—Y sobra bastante.

Entorna la mirada en mi dirección. Nunca entendió mi debilidad por la comida japonesa.

Ahora recuerdo el motivo de su molestia. Siempre hace referencia a esa persona como el dueño del hotel Arcadia, y no le agrada por alguna razón. No puedo decir lo mismo, jamás lo he visto en persona, solo sé que está de viaje constantemente y que vuelve al hotel cada cierto tiempo, para comprobar cómo van los negocios.

He oído decir que es un hombre joven, pero de temer. Solitario, que no se relaciona con nadie más y trata al resto sin filtro alguno de superioridad.

Engreído o no, hizo que la fama de su hotel creciera como la espuma.

Trece años atrás, cuando Leire y yo llegamos, el lugar apenas había abierto sus puertas y ahora nadie puede dejar de hablar de él. Sale en cada periódico, aunque su rostro es reservado al público en general. De hecho, existen trabajadores en este mismo hotel que, igual que yo, jamás lo hemos visto. Fuimos contratados por un anónimo. Se esconde del público por seguridad, o es lo que todos pensamos.

—Me guardas unos rollos California —le pido. Mi hermana se acerca, y en una mesa junto a mí, deposita una bandeja cuyo contenido se basa en espagueti con albóndigas y un vaso con agua. No suelo tomar gaseosas, hacen que mi estómago duela. Soy bastante sensible a ciertos tipos de alimentos, especialmente esos que tienen muchos preservantes y aguas carbonatadas.

—Claro, pero…

—Me escabulliré a la cocina y nadie me verá. No te preocupes. —Intento calmarla.

—Te amo. —Besa mi sien—. Y si algo sucede…

—Correré hacia el pasillo, jalaré la palanca de emergencia, y evacuaré a todos en el hotel.

—Llama a Nil —concluye.

Sé bien que comunicarme con su mejor amigo, es su plan más seguro, pero me lo pensaría dos veces antes de molestarlo. La sola idea me pone los nervios de punta.

—Me voy. —Camina hacia la puerta—, No travesuras, y haz tu tarea.

—Ajá… —Cierro los ojos—. Tan solo una siesta primero.

—No te olvides de comer.

Despierto con un ligero cosquilleo en el estómago. Es una sensación inexplicable. Seguido de un pellizco sobre mi pecho, en la clavícula.

Me retuerzo.

Es frío, suave, y cálido al mismo tiempo.

Otra sensación de dolor, más fuerte esta vez. Casi igual que un mordisco.

Mi falda se levanta un poco. Es extraño, pero se siente bien.

Una caricia húmeda se desliza por mi cuello, y entonces empiezo a ser consciente de lo que está pasando. De nuevo. Y que no es un sueño.

Al tiempo en el que algo en mi interior se aprieta con deseo, despego los párpados.

Él desliza su lengua áspera sobre mis labios y me contempla con sus ojos amarillos en forma de media luna. Prince está en mi pecho, y por la manera en la que me mira, parece enfadado. Pesa bastante.

Me siento asqueada, porque se trata de un gato. Y aun cuando deseo regañarlo, las palabras no surgen.

Da media vuelta. Su trasero peludo y esponjoso roza mi frente. Suelto una queja de disgusto mientras me incorporo, pero la incomodidad que percibo en mi húmeda entrepierna, captura mi atención.

No puede ser.

Siento como si de pronto, entre sueños, me hubiera orinado. Pero tampoco es que haya llegado a mojar el sofá.

Mientras parpadeo, mi mirada se encuentra con la de Prince, trayendo a mi mente un recuerdo de las clases de biología y educación sexual.




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