RAISA
Scott parece irritado, y sé que no le agrada mi compañía. Durante todo el día se queja de lo aburrida que soy, y señala mi tendencia a evitar al chef y al señor Hastings usando la puerta trasera del hotel. Pero no puede entender mis razones porque nunca se las conté. Poco después, lo veo marcharse, cuando pensé que le resultaba imposible estar lejos de mí.
Había mencionado que mientras más se alejara, más desarrollaría una dependencia hacia mí que no le permitiría dejarme. Al verlo, concluyo que debe ser una sensación frustrante, aunque no tan mala como me advirtió.
Por la tarde, Scott me pregunta sobre mi condición respecto a los muertos, pero no confío lo suficiente en él como para contarle toda la verdad, así que termino evitando el tema por completo.
Esta mañana, mientras caminamos hacia el instituto, Scott se encuentra unos pasos por delante de mí. De repente, se detiene, obligándome a frenar en seco para no chocar con él.
—¿De nuevo tienes que irte?
—Te veré luego. —Se elevó, dejándome sorprendida por sus colosales alas extendidas en el cielo. Me pregunto cómo habría reaccionado si hubiera visto esto sin conocerlo. ¿Habría tenido pesadillas por el resto de mi vida? Probablemente sí, a menos que tuviera alas blancas y lo hubiera relacionado con algo positivo. Qué tonta es esa tendencia de asociar los colores de esa forma.
Al llegar al salón, ocupo mi lugar e intento evitar el contacto visual con los demás, pero al ver a Scott unirse a la multitud, ya no puedo apartar la mirada. Hay algo diferente en él, y cuando lo examino con detenimiento, la sorpresa me obliga a levantarme de mi silla.
Todos guardan silencio y voltean a verlo, algunos asombrados y otros maravillados. Luce el uniforme con la chaqueta azul del instituto y aparenta ser un humano más. También ha ocultado sus alas. Su cabello castaño detalla destellos rojizos bajo la luz del sol que se cuela por las ventanas. Sus ojos grises brillan con una chispa oscura que acompaña su sonrisa ladeada y maliciosa.
—¿Qué estás haciendo? —le pregunto en un susurro mientras se detiene frente a mí.
—Un favor precipitado hacia ti. Así, la gente no pensará que has perdido la cabeza por hablar con un ser invisible. —Se refiere a lo que ocurrió con Leire la otra noche, cuando tuve que decirle que mantuve una conversación conmigo misma para evitar que me tomara por loca.
—¿Por esto estuviste yendo y viniendo los últimos días?
—No te creas tan especial. Hice un par de cosas no muy lejos de ti.
—¿Por ejemplo?
—Robar un poco de dinero. —Responde casualmente, y debió percatarse de mi sorpresa, porque me sonríe con arrogancia.
—Tú...
Scott me silencia con un gesto al notar que todos los ojos están puestos en él. Luego se acerca más, tan cerca que su aliento roza mi mejilla, y me susurra:
—¿De dónde crees que saqué el uniforme y lo necesario para entrar aquí? ¿Un milagro? —sonríe, mostrando un encanto que seduce a los demás, haciéndolos creer que es solo un humano rebelde y muy apuesto, pero es mucho más que eso; lo reconozco no solo en las oscuras intenciones que se esconden tras la gruesa cortina de sus pestañas.
—Pensé que los ángeles hacían milagros —susurro, de repente, con la garganta tan seca como una lija.
La punta de su lengua humedece su labio superior mientras se inclina ligeramente hacia atrás, buscando un mejor ángulo para mirarme.
—Piensas en muchas cosas, pero me quitaron mis poderes. Sería injusto si yo asumiera todas las consecuencias.
Esa sonrisa suya es tan… malintencionada y arrogante.
—¿Cómo te inscribiste siquiera?
—Tengo mis métodos. —Acaba guiñándome un ojo en un juego cómplice, robándome el aliento sin saber por qué. Acto seguido, Daisy le roza el brazo y abandona la mano en su bíceps, apretándolo con firmeza.
—¿Por qué no te sientas con nosotras? No te conviene hablar con ella, es muy rara.
Scott contempla la mano con la mandíbula apretada, como si no fuera bienvenida. Daisy no parece notarlo, o quizá finge que no le afecta.
—Esta rara es mi hermana —declara él, apartando su mano y echando un brazo sobre mis hombros, pegándome a su costado. Su cuerpo está firme y cálido, incluso me atrevería a decir que más de lo que es habitual para cualquier ser humano.
Su mentira ahora es conocida por todos en el salón.
Me estremezco.
El abrazo fingido desprende una delicadeza especial, como si tuviera mucho cuidado de no lastimarme. Todo mi ser se impregna de un aroma fresco, una mezcla de la fragancia de ropa nueva con el suave perfume del pino.
—¿Ella? —Las palabras de Daisy se atascan, y con un gesto de asombro, me fulmina con la mirada. Para nadie pasa desapercibida la total falta de parecido entre ambos, solo que no se atreve a mencionarlo, en su lugar, sus ojos se encargan de manifestarlo.
—Vete enterando. Ahora pírate, estás bloqueando mi escritorio —dice Scott con rudeza, separándose de mí. Sus movimientos hacen retroceder a Daisy y Alexa, quien siempre la acompaña como una sombra.
Su gesto provoca que casi suelte una breve carcajada. A decir verdad, habría sido la primera en mucho tiempo.
Scott se coloca en un escritorio cercano al mío, y la mirada feroz de sus ojos grises es suficiente para hacer que otro chico se detenga en seco, como si estuviera reconsiderando su aproximación.
—Perdona, ese es mi asiento. —Visiblemente incómodo, la nueva intromisión parece temerle. Pero claro, su imponente presencia no pasa desapercibida.
—¿De verdad? ¿Cómo te llamas?
—Lucian.
Scott examina el tablero.
—Bien, Lucy. ¿Estás seguro de que este es el tuyo? Porque no veo tu nombre escrito en él.
Lucian abre y cierra la boca como un pez fuera del agua, pero rápidamente recobra compostura y se disculpa con astucia antes de retirarse para buscar otro asiento.
—No deberías ser tan malo —murmuro mientras ocupo un lugar detrás de mi escritorio.
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Editado: 19.05.2025