RAISA
Esta mañana decido tomar el desayuno una hora antes de lo usual. Scott no se queja; ahora entiende por qué eludo cualquier encuentro con Etta o el señor Hastings.
No puedo evitar recordar lo que Scott me contó sobre cómo el gato se transformó en un hombre formidable. El miedo y la vergüenza me invaden al pensar en las veces que me cambié de ropa en su presencia, los momentos en que desperté sintiendo su lengua en mi piel, y ese último sueño húmedo provocado por sus mordiscos y lamidas. Me siento enferma al pensarlo.
—¿Estás bien? —pregunta Scott, notando mi incomodidad.
—Sí, solo... recordando algunas cosas —respondo, forzando una sonrisa.
Al terminar, dejo los platos en el fregadero y me dirijo a buscar a Leire. Desde nuestra última conversación en mi habitación, no hemos hablado. Parece que el trabajo la mantiene ocupada; sale temprano y llega tarde en la noche.
Al dejar la cocina hacia el pasillo, una silueta oscura gira la esquina.
—¿Viste eso? —le pregunto a Scott, sintiendo un escalofrío recorrerme.
—Sí, lo vi —responde, avanzando un par de metros—. ¿Permiten mascotas en el hotel?
—No. Pero parecía un perro —digo, acercándome a él. Y uno muy grande.
—Más bien un lobo —murmura, buscando con la mirada.
—Ese camino lleva al jardín —le indico. Scott frunce el ceño—. ¿Crees que sea obra de Prince?
—Podemos averiguarlo —dice, avanzando hacia el jardín.
Intento seguirle el paso, pero alguien me llama antes de llegar a las escaleras del lobby. Scott me hace un gesto indicando que seguirá solo, y lo pierdo de vista instantes después.
—Te levantaste temprano hoy. —Leire emergió de las escaleras de emergencia y ahora persigue mi escrutinio hacia el pasillo vacío.
—Y tú, ¿trabajo de nuevo?
—Ajá. —Se detiene frente a mí, con una ceja alzada—. ¿Qué tal el instituto?
—Genial. Me invitaron a una fiesta este viernes por la noche.
—¿De verdad? —Se nota su sorpresa cuando sus ojos se agrandan—. ¿De quién? ¿Tiene que ver con tu cumpleaños? ¿Irás con alguien?
Me examina con curiosidad, poniéndome nerviosa.
—Es la fiesta de una... amiga. No me quedaré más allá de las doce. Estaré con Scott, no tienes de qué preocuparte.
—¿Y ese Scott, es tu novio? —pregunta, entornando los ojos.
—¿Qué? —me atraganto—. ¡Claro que no! Es un chico nuevo en el instituto.
—¿Puede pasar a recogerte y así me quedo tranquila?
—Se lo diré.
—Genial. —Hace un gesto de despedida, pero luego se detiene y me vuelve a mirar a los ojos—. ¿Estás bien? Me dio la impresión de que perseguías algo.
—Todo en orden —miento sin titubear. Leire parece tener prisa y no quiero detenerla más. Además, es probable que las cosas se pongan incómodas entre nosotras si le cuento todo lo que ocurrió ayer en la piscina. Se preocupa demasiado.
—Entonces, nos vemos en la cena.
—¿Trabajarás con Etta? —pregunto rápidamente, cambiando de tema poco antes de que se marche—. Dejé los platos en el fregadero y ya sabes cómo se pone al respecto.
—No lo he visto en los últimos días, parece que enfermó. La cocina ha sido un caos.
Casi suspiro de alivio.
—Espero que no te esté causando muchos problemas.
—Ya sabes que no.
—Bien. Entonces... Voy a por mis cosas.
—Ve directo al instituto, y después... —Se acerca y me da un par de billetes—. Seguro tendrás que adquirir un disfraz.
—Gracias. —La veo marcharse.
Subo corriendo las escaleras y, al llegar a mi habitación, Scott está en el balcón, llamando a la puerta de cristal.
—¿Encontraste algo? —Le permito el paso.
—Lo perdí de vista. —Observa mi habitación con el ceño fruncido.
—Espero que no sea otro demonio merodeando por el hotel —digo, inquieta. Parece alerta, hasta que asiente y me quedo pensativa, contemplando el jardín desde el balcón.
—Tengo la sensación de que esto es solo el comienzo —murmura y la tensión en mis músculos es casi dolorosa.
Minutos más tarde, Scott y yo caminamos por una acera completamente inexplorada para mí. No conozco estas calles.
—¿A dónde vamos? Ya estamos retrasados. —Observo alrededor con nerviosismo.
—No iremos —contesta, y me detengo en seco. Scott también lo hace, fingiendo ser un humano otra vez, sin sus alas amenazantes—. Creí que habías pillado el mensaje mientras nos alejábamos del camino al instituto. Además, ya hemos llegado.
Contempla la pequeña tienda de antigüedades llamada Silver Vault.
—Jamás he faltado. Además, le prometí a Leire que…
Scott me interrumpe.
—Te dio dinero para comprar un disfraz, y eso es justamente lo que haremos.
—Después de clases —le espeto con aspereza, sintiéndome frustrada.
—Ya, santurrona. Eras tú quien tenía ganas de ir a esa ridícula fiesta. —Inclina la cabeza hacia atrás, su sonrisa es cruel. Lo debe estar disfrutando.
—Eres un cretino —le espeto, empujándolo con el hombro al pasar junto a él, entrando a la tienda.
—Me han llamado cosas peores.
En el interior, un anciano nos da la bienvenida. El lugar está lleno de objetos de todo tipo: máquinas de escribir, libros, tocadiscos, lámparas colgantes, joyería antigua, relojes, cuadros y un sinfín de recuerdos centenarios. Al fondo del establecimiento, descansan un par de guardarropas con prendas de épocas pasadas, tanto de hombre como de mujer.
Me acerco y acaricio algunos vestidos, apreciando el material del que están hechos. Todo era mejor antes, cuando se esforzaban en cada puntada. Hay muchas opciones de colores y modelos. Algunos extravagantes, y otros no tanto. Prefiero algo que no llame la atención, y creo haber encontrado el mío.
—Anda, pruébatelo. —Scott me anima, con un tono más amable, lo cual casi me sorprende.
Lo tomo entre mis manos, sintiendo la suavidad de la tela. Es de un rosa palo hermoso, presenta mangas largas y elegantes, y un corpiño deshuesado para un ajuste perfecto, acentuado por delicados encajes en la parte posterior.
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Editado: 19.05.2025