SCOTT
El humano me examina de pies a cabeza, sus ojos cafés atentos, su cabello rubio como el de un querubín y su piel perfecta. Muchas mujeres deben estar al acecho a su alrededor. Es bastante agraciado para ser un simple humano. Alcanza el teléfono, todavía sin dejar de mirarme.
—Está aquí —susurra contra el aparato—. Ajá. Sí.
Cuelga y se inclina sobre el mostrador de recepción, acercando su rostro al mío. ¿Acaso intenta intimidarme, o quiere que le dé un beso?
—Te lo dije claramente, tengo una cita con Raisa —puntualizo con calma, pero en ningún momento deja de contemplarme con sospecha y cierto desagrado.
—¿Perteneces a alguna clase de secta satánica? —pregunta de mala forma, produciéndome una extraña fascinación, sobre todo cuando examina mis cuernos de cabra.
—No creí que se tomarían tan en serio el disfraz —respondo, observando su reacción que deja entrever mayor desaprobación cada vez—. ¿Piensas permitirme el paso?
—¿Qué es lo que te atrae del infierno? —insiste.
—El caos, la desesperación y los demonios. Ah, y no olvides las cabras poseídas. —Me río al ver su expresión aún más desconcertada—. ¿Quién en su sano juicio hace preguntas como estas?
—Un hermano que siempre está al pendiente.
Qué increíble coincidencia.
—Pensé que su hermano tenía el cabello largo y más… curvas —respondo, observando lo poco que se puede ver detrás del mostrador. Es alto, y la tensión en sus músculos sugiere que tal vez practique algún deporte o sea asiduo al gimnasio.
—¿Por qué la invitaste a salir? —demanda, sonando más como un padre preocupado y celoso—. Pareces de esos tipos que aprovechan cualquier oportunidad para hacer de las suyas. ¿Es por eso que elegiste el día de su cumpleaños? Te doy un consejo, Scott: no te equivoques de regalo.
Su advertencia velada me causaría gracia si no fuera por el detalle intrigante que acaba de mencionar, algo que Raisa omitió decirme por alguna razón.
—¿Seguirás con el interrogatorio, Nil? No tengo toda la noche.
Claramente, mi manera de dirigirme a él le disgusta. Olvidé que los humanos no suelen ser tratados con tanta familiaridad. Pero ya me tiene harto. No debería haber usado su nombre cuando apenas lo conocí hoy, aunque estoy seguro de que, por su comportamiento, tiene una relación bastante cercana con Raisa. Hay algo desagradable que me incomoda en todo esto.
—Cuarto piso, habitación cuarenta y nueve —dice por fin.
Me doy la vuelta antes de que pueda interrogarme con alguna otra estupidez. Al llegar al piso indicado, me detengo frente a su puerta y, para evitar otro encuentro incómodo, me quito los cuernos y golpeo la madera tres veces. Pasan unos dos minutos. Esto es ridículo.
La puerta se abre y aparece Raisa. Me mira de manera intrigante antes de notar los cuernos de cabra que sostengo en las manos.
—Feliz día en que naciste, humana.
—¿Cómo lo sabes…? —me ataca.
—Nuestro hermano, el recepcionista —explico, y frunce el ceño, sin entender del todo.
—¿Nil? Espera. Lo acabas de llamar... —Levanta una ceja.
—Refréscame la memoria, ¿fue papi el travieso, teniendo hijos en secreto, o fue mamá?
En su mirada se reflejan múltiples emociones, desde la confusión inicial hasta la comprensión y, al final, la decepción. Mi tiempo observando a los humanos me ha vuelto perceptivo. Es evidente que el hecho de que Nil se considere su hermano, le hiere.
Sin que los pueda detener, mis ojos ahondan un poco más en su figura. Aunque lleva puesto el mismo vestido ceñido que alquiló días atrás y el collar que le regalé, parece diferente de alguna manera. Al igual que esa mañana, admiro sus curvas antes de detenerme en su rostro. Se aplicó una capa muy sutil de maquillaje, su piel parece de alabastro y sus labios podrían ser la condena de cualquier ser humano, si ella así lo quisiera. Además, se ha peinado de manera distinta. Sus rizos enmarcados son algo digno de admirar. Esta noche está sacando a relucir sus mejores cualidades. Luce… preciosa. No me equivoqué al decir que es un raro espécimen entre la inocencia y el pecado de la lujuria.
—¿Ese es tu disfraz? —pregunta, arrastrándome de regreso a la realidad—. Vistes de negro, como es usual. Solo te has quitado el uniforme.
—No empieces —la rodeo y entro.
Antes de alcanzar la puerta de su habitación, otra humana aparece frente a mí. Tiene el maquillaje corrido, viste pantalones cortos y una camiseta negra que dice Metallica. Ese sí es un disfraz de terror. Incluso tiene mechones de cabello que han escapado de la maraña en su cabeza. Pero luce calmada, lo que para mí es una buena señal.
—Mis tacones están en el armario —le dice a Raisa, quien pronto desaparece de mi vista—. Tú debes ser Scott.
Se acerca y me tiende la mano.
—Y tú Leire, nuestra hermana mayor. —Aprieto la suya mientras la veo fruncirse. Si supiera que hemos convivido en esta misma casa durante varios días…
—¿Quieres beber algo mientras esperas?
—No, gracias.
Todavía no ha soltado mi mano, entonces la descubro contemplando con ojos absortos el tatuaje de la jerarquía celestial en mi brazo. Recurro a liberarme de su prorrogado saludo de forma no tan amable, y hay algo en su expresión que no me agrada.
—Es…
—Un tatuaje, sí —finalizo por ella. Sus ojos se elevan hasta contemplar los míos con incertidumbre.
—No, es más que eso —asegura—. ¿Por qué Ellos te enviaron?
La sorpresa se apodera de mí por completo. Mi mandíbula se desencaja y mi expresión fingida de amabilidad se convierte en una mueca de escrúpulo sin precedentes. ¿Acaso tiene conocimiento del reino celestial? Imposible. Los humanos ni siquiera saben de nuestra existencia en la Tierra.
—Estoy lista. —Raisa en tacones está de regreso con un bolso grande entre sus manos. Al percatarse del mal ambiente, se corta totalmente—. ¿Sucedió algo?
—Nada. —Leire se apresura a contestar mientras se echa para atrás, distanciándose de mí con cierto pánico.
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Editado: 19.05.2025