Amando la Muerte

Capítulo 19

RAISA

La música de la fiesta, sumada a los gritos emocionados de los invitados, resuena a mis espaldas igual que un eco terrorífico. Apenas puedo ver la casa de Daisy, como si estuviera detrás de una cortina de humo espeso.

Con el corazón acelerado, echo una mirada furtiva alrededor, comprobando que la profunda oscuridad se concentra en una pequeña zona del inmenso patio trasero, justo donde nos encontramos. Es como si una parte del infierno hubiera sido tomada para colocarse aquí.

Devuelvo la mirada al lago. Aquel individuo sin cabeza continúa avanzando en mi dirección, y el terror me paraliza. Mis pensamientos corren frenéticamente, intentando procesar lo que veo, pero mis piernas se niegan a moverse.

«Resulta que, tan solo por este día, los demonios no tienen miedo a manifestarse.». Mientras defino el cuerpo vestido de chef tumbado a orillas del pequeño lago, recuerdo lo que Scott me dijo al llegar.

Está bastante lejos, seguro puedo escapar de él. O tal vez no alcance a dar más que un paso.

La silueta alta y delgada desaparece en un parpadeo y reaparece a escasos metros de distancia, pero no está sola, Scott acaba de intervenir. Surgiendo a toda velocidad desde el bosque, golpea al demonio en el pecho con tal fuerza que casi lo envía de vuelta al lugar donde lo vi por primera vez.

—¡Raisa! —Su voz me saca de mi estupor. Se coloca rápidamente entre el cuerpo sin cabeza y yo, empujándome hacia atrás. —¿Qué haces aquí? —Me contempla sobre el hombro, como si hubiera hecho la cosa más estúpida del mundo. Y lo es. Totalmente. Solo no tenía idea de que esa… cosa pudiera habitar dentro de una persona.

—Etta… Él está…

El ángel gira la cabeza hacia adelante, pero luego la inclina, reconociendo otra presencia incluso antes que el gruñido gutural resuene en mis oídos. Poco después, veo al cuadrúpedo. No sé de dónde salió ni en qué momento apareció, pero se encuentra a nuestra derecha, a pocos metros de distancia. Su tamaño alcanza la altura de mi hombro. Su pelaje negro es suave y finísimo, y resplandece con una luminosidad tenue y casi mágica. Es como si cada hebra contuviera una parte de la galaxia, proyectando destellos que parecen estrellas en movimiento. Lo reconozco. Se trata del mismo animal que Scott y yo vimos recorrer los pasillos del hotel esa mañana. Pero ahora, al observarlo de cerca a través de la oscuridad mística de esta noche, estoy segura de que no es un perro, sino un lobo.

—¿Prince? —me pregunto en voz alta. El animal, como si me hubiera escuchado, voltea. Su mirada no se parece en nada a la de Prince. Sus ojos brillan con un resplandor bronce, llenos de una belleza hechizante. Luego sacude la cabeza de izquierda a derecha y avanza un paso hacia mí, al asecho, mostrando dos filas de peligrosos colmillos.

Retrocedo por instinto. Scott no ha movido un músculo, pero lo contempla con atención. El viento ha pasado de frío a helado, y el lobo se detiene de repente, observando la silueta sin cabeza que ya se ha recuperado del golpe.

—Raisa, escucha con atención —pronuncia Scott, lo que provoca que el cuadrúpedo voltee y le gruña de forma amenazante. El ángel y yo nos encontramos justo en el medio, entre ambos seres.

No sé qué hacer, ni siquiera si podría intentar algo, como echar a correr y distraer a uno de ellos mientras Scott se encarga del otro. Tal vez sí pueda hacerlo. Pero nada me garantiza que no sea lo suficientemente rápida y me alcancen.

Un nuevo gruñido recorre mi cuerpo como un escalofrío, y de repente Scott me empuja con suavidad. Ni siquiera advertí el momento en el que se acercó tanto, no he podido apartar la mirada de las criaturas.

—Tienes que irte, ¡ahora! —Me empuja de nuevo, y ni siquiera lo pienso.

Mis piernas se mueven, y cuando examino a mis espaldas, el lobo corre hacia Scott. Sin embargo, no es el único; la silueta también lo eligió como objetivo. Me han ignorado por completo.

Me detengo, observando la manera en la que Scott permanece atento, esperando a quien llegue primero. El lobo da un gran salto, y justo cuando pienso que caerá sobre él, parece que su impulso fue demasiado. Pasa por encima del ángel y aterriza en la silueta, que de repente queda inmovilizada por... Prince. Juraría que el hombre acaba de emerger del suelo para sujetarla por la espalda.

Los colmillos del lobo se incrustan y desgarran, convirtiendo la silueta en polvo que se disipa en cuestión de segundos junto con la oscuridad. Aun después de varios minutos, los ecos de los gruñidos persisten en mi mente, como una melodía siniestra.

El interior de mi pecho arde, y me doy cuenta de que he dejado de respirar. Aunque intento inhalar, el aire se siente espeso y mis pulmones luchan por asimilarlo.

—Raisa. —Scott está a mi lado una vez más, con sus imponentes alas extendidas, envolviéndome en un gesto protector. Sus ojos proyectados sobre mí, solo demuestran preocupación. No tengo idea de cómo me ve, pero sospecho que no muy bien.

—¡Raisa! —Otra voz pronuncia mi nombre, cerca de la casa. No puedo moverme. Cada músculo está tan tenso que me resulta casi imposible girar la cabeza. Incluso cuando lo consigo, por un instante creo que estoy imaginando cosas. Leire se aproxima, acompañada por Nil. Dijeron que pasarían por mí a las once de la noche. Es un mal momento para que sea la hora acordada.

—¡No se acerquen! —les advierto en lo que resulta ser un débil susurro, pero ellos me ignoran y siguen avanzando hacia mí.

Leire levanta el brazo y el cielo se ilumina con un relámpago. Un poderoso estruendo golpea el suelo cerca de nosotros, causando una ráfaga de aire que, de no ser por los brazos de Scott, me habría arrojado al piso y arrastrado varios metros.

El pitido en mis oídos me aturde. Un resplandor hace brillar el objeto alargado traído por el trueno. Es una espada traslúcida que, al ser empuñada por Leire, desencadena el florecer de un par de alas blancas a sus espaldas.




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