Amando la Muerte

Capítulo 20

RAISA

Corro hacia el agua, pero apenas avanzo un par de pasos cuando unos brazos me envuelven desde atrás. Reconozco el aroma familiar que lo acompaña.

—No es seguro —susurra Scott cerca de mi oído.

—¡No! —grito, forcejeando por liberarme, pero su agarre es inquebrantable. Su cuerpo robusto y firme apenas me permite respirar.

—¡Leire! —grita Nil desde la orilla del lago.

El silencio que sigue casi me aplasta, hasta que de repente el suelo tiembla y el agua se agita como si una tormenta feroz estuviera azotando el lago. Una explosión de luz debajo del agua me obliga a cerrar los ojos con fuerza. Cuando los abro de nuevo, todo ha desaparecido. La extraña capa de oscuridad que nos envolvía se ha disipado por completo. Solo percibo un leve zumbido, quizás una mezcla de mis sentidos confundidos por la emoción del momento.

Leire se encuentra en tierra firme de nuevo, la espada en mano y las alas desvaneciéndose. Por fin Scott me suelta y echo a correr lo que me faltaba del camino en su dirección.

Leire me agarra por los hombros, sus ojos mirándome con intensidad.

—¿Estás bien? —pregunta, su voz tensa.

No sé qué hizo ni cómo salió, pero siento que debería haber sido yo quien hiciera esa pregunta.

Asiento lentamente, incapaz de encontrar palabras. Solo me percato de que está intacta, como si nunca la hubiera visto caer al lago.

—¿Qué era eso? —murmuro finalmente.

Nil se acerca, su rostro sombrío. Mira al cuerpo de Etta en el suelo y luego a nosotras.

—Demonios de tercera y primera categoría —responde, su voz grave. Mis ojos se abren con horror. La realidad de la situación me golpea con fuerza. ¿Al igual que los ángeles, esos seres estaban clasificados?

—Bueno, parece que es el momento perfecto para largarnos de aquí —dice Scott, acercándose pero manteniendo cierta distancia de quienes tiene delante, a pesar de ser uno de ellos. Sus alas negras desaparecen poco antes de que un grupo de chicos emerja por el lado de la casa por donde llegué. No parecen notar nada extraño, pero sí que nos miran raro cuando Nil carga el cuerpo de Etta en su espalda.

—Él está…

—Inconsciente. —Leire se anticipa a mis palabras—. Nil, hazte cargo. Nosotros volveremos dentro. El exterior no es seguro, ¿de acuerdo?

Asiento, todavía en estado de shock. Nos alejamos del lugar, Scott manteniéndome cerca mientras Leire se queda atrás, vigilando.

Nos movemos rápido, entrando en la casa y cerrando la puerta detrás de nosotros. La música sigue sonando, pero ahora parece distante, casi irreal. Los invitados también ignoran lo que ocurrió cerca del lago y siguen con la fiesta.

Mientras Leire se ocupa de asegurar que no hay más infiltrados en la casa, aprovecho para preguntarle a Scott si los ángeles pueden identificar la presencia de otro demonio entre nosotros.

—Que yo sepa, no es posible sentirlos —responde, frunciendo el ceño mientras se mueve para inspeccionar la cocina. —Sin embargo, el comportamiento de la persona poseída o su estado físico es otra cosa.

Toma un vaso plástico, lo acerca a su rostro y arruga la nariz al percibir su aroma.

—Siento mucho lo que pasó con el chef. —Leire pronuncia una disculpa sincera al encontrarnos—. Nunca imaginé que Etta pudiera ser tan vulnerable e infeliz. Los demonios siempre eligen a los más débiles.

Scott suelta una risa irónica.

—No tenías ni idea de lo que estaba dentro del chef para el que trabajas, y luego me llaman inútil. Excelente. —Como quien no quiere la cosa, toma un pudín de arroz de la encimera y lo examina.

—Pero tú sí sabías. —Leire entorna la mirada, su expresión recordándome la forma en la que me observa cuando la defraudo.

—Por supuesto. —Olfatea el alimento y lo devuelve al mesón unos segundos después—. Todo este tiempo estuvo como un huésped, consumiendo al humano y tratando de usarlo para asesinar a Raisa.

—¿Y no dijiste nada? —Suena molesta.

Los hombros de Scott bajan como si exhalara profundo y voltea.

—Lo siento. Se me agotó la batería del teléfono justo cuando intentaba llamar a la línea directa para denunciarlo al cielo. De hecho, ¿puedes dejarme el tuyo? El servicio de comunicación es tan deficiente que me tiene bastante disgustado.

—¿Siempre eres tan gracioso?

—¿Crees que no me gustaría saber por qué diablos me mandaron a cuidar a alguien que ya tiene a dos ángeles a su disposición?

—Dos —reincido, titubeando mientras pienso en Nil. ¿Él también lo es?

—Disculpen, pero nadie invitó a ningún adulto. —Daisy, desde la puerta y con los brazos en jarras, nos mira a Leire y a mí con una expresión que sugiere que estamos fuera de lugar, mientras Scott permanece de espaldas a ella, con la mandíbula desencajada. Cuando ella se da cuenta de su presencia, parece querer retractarse, pero ya es demasiado tarde.

—Creo que este no es el lugar para tener esta conversación. Nos vamos a casa. —Leire es la primera en dejar la cocina.

Mientras esperamos que un vehículo nos recoja, Leire luce desconcertada por la obsesión que el demonio demostró hacia mí. Además, Scott, en secreto, me asegura que el lobo era Drac; lo había visto transformarse.

El viaje en taxi de regreso al hotel es incómodo. Siento los brazos y las piernas temblorosos, y un dolor punzante en la cabeza que parece tomar mayor fuerza con el paso del tiempo.

—Felicidades, esta noche bailaste con un demonio —susurra Scott cerca de mi oído, haciendo que me retuerza internamente—. Mañana devolveré el auto —añade, tomando distancia y perdiendo la vista en la ventana a su lado. Lo había olvidado, pero supongo que Scott sabía que Leire se habría negado si le mencionaba que el vehículo había sido “tomado prestado”.

Ella no deja de observarlo a través del espejo retrovisor. Al principio me preocupa que todavía use la ropa mojada; luego reflexiono sobre si alguna vez la vi enferma, pero no encuentro ningún recuerdo de ello. Tiene sentido ahora que sé lo que es, aunque todavía me cueste trabajo procesarlo.




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