Amando la Muerte

Capítulo 21

RAISA

La caricia en mi cuello despierta un extraño deseo en mi interior, pero el letargo es tan poderoso que se impone a la posibilidad de abrir los ojos. Aquel contacto se desliza deliciosamente hasta mi mandíbula, sorbiendo mi piel con suavidad. Arde y quema al mismo tiempo, pero la sensación no es desagradable.

—Mmm... —murmuro, disfrutando de la mezcla de placer y calor.

Poco después, una mordida suave en mi oreja y su lengua áspera me impulsan a abrir los ojos. Al principio, no veo a quien esperaba encontrar. Es Scott, sobre mí, bajo las mismas sábanas. Creo que se encuentra desnudo, al igual que yo. Siento su calor corporal, pero me niego a bajar la mirada y comprobarlo.

—¿Qué está pasando? —Mi mente intenta elaborar un pensamiento lógico, pero todo es confuso. No puedo hacer otra cosa que mirarlo y luego enfocar la vista en el espacio vacío detrás de él, guiada por un leve olor ahumado. Llamas parecen haber germinado del suelo, desplazándose por las paredes y trepando hasta el candelabro que cuelga del techo. Mi habitación se transforma en un horno, y el pánico me asedia.

—Te lo devolveré —dice Scott, acercándose igual que aquella vez en la piscina—. Raisa...

Su rostro se nubla, y con gran dificultad, me arrastro fuera de la pesadilla.

Todavía estoy en mi habitación. El fuego ha desaparecido, y el ángel mantiene su rostro a una distancia prudente del mío. Sobre mis piernas, Prince, el gato, me contempla con somnolencia. Pesa bastante, y mi pecho todavía palpita a gran velocidad.

—Un sueño... —susurro, aliviada—. Nada más fue un...

Scott mantiene distancia de la cama, mirándome con preocupación.

—¿Qué ha sido eso? —pregunta.

—¿El qué? —respondo, sintiendo la garganta seca y áspera. Por un segundo, pienso que Scott fue capaz de meterse en mi sueño y vernos en una situación sugerente.

—Me costó trabajo despertarte. Parecías estar sufriendo. —Se acerca, pero Prince se pone de pie y su lomo se encrespa. Scott lo mira con la mandíbula apretada.

—Solo fue una pesadilla —le digo mientras el gato se estira sobre el colchón y lame su pata—. ¿Permitiste que durmiera a mi lado?

—Lo arrojé fuera de la cama, incluso del edificio, pero siempre regresa. Tampoco ha querido mostrarse en su forma humana.

—¿Y cómo lo levantaste sin que te mordiera o rasguñara? —pregunto, recordando que estos seres celestiales pueden mover objetos sin tocarlos—. ¿De qué manera logran enviar a un demonio de vuelta al infierno?

Prince me mira, atento.

—Basta atravesarlos con nuestras armas. Pero no puedo llamar a la mía.

—No tienes poderes —intuyo que dirá mientras salgo de la cama—. Me daré una ducha.

—¿Tan solo lo ignoras? —Scott señala al gato.

—Lograste alejarlo del colchón, ¿no? —ironizo y él finge una sonrisa, pero sé lo irritado que está. Prince ha conseguido molestarle, y eso me hace sonreír.

—¿De qué demonios te ríes?

—Ángeles —corrijo.

—¿Qué? —Su confusión e ira transforman su rostro en un pésimo chiste.

—De qué ángeles te ríes. Creí que no maldecían... Como sea... —me precipito a encerrarme en el baño.

Olvidé que no se puede bromear con él. Carece de buen humor, y yo tampoco debería estarme riendo. Todo se ha tornado muy extraño, tal vez por culpa de ese último sueño y lo ocurrido en la fiesta de ayer. Fue el cumpleaños más anormal que he tenido jamás. Menos mal nunca esperé nada especial, de otro modo, ahora estaría desanimada.

Prince ha vuelto a desaparecer. No sé qué hacer con respecto a él. Quizá sea una estupidez, pero me gustaría poder hablarle. Después de todo lo que ha hecho por mí durante estos años, su compañía nunca me hizo sentir en peligro.

—Necesito que, después del trabajo, aguardes en los vestidores —me indica Leire, acomodándose en un espacio alrededor de la mesa mientras yo lo hago con mi plato de cereal. Scott toma asiento en frente de mí, en silencio, con las alas recogidas a sus espaldas. Sería chocante para el resto del personal ver a un completo extraño compartir el desayuno con nosotras. Después de todo, no tenemos ningún otro familiar con quien excusarnos.

—¿Más sorpresas? —pregunto con un tono suplicante, deseando que la respuesta sea negativa. La preocupación me consume, en especial, porque Leire no tiene nada para servirse esta vez.

—Nil te entrenará —revela, y sin poder evitarlo, escupo la primera cucharada de comida sobre la mesa.

Scott se levanta de la silla, asqueado.

—¿Que él... qué? —me limpio la boca con una servilleta y uso otras para secar la mesa, mis manos temblando ligeramente.

—Te enseñará a pelear —repite ella con firmeza.

—Pero ni siquiera puedo bailar —protesto, mi voz quebrándose.

—Anoche... ¿Lo hiciste con él? —pregunta en voz baja, lanzando una mirada significativa hacia Scott. Tomo nota para no volver a decir lo primero que se me ocurra, ya que podría ser malinterpretado.

—No... —Oculto la mirada—. No puedo.

—¿Cómo estás tan segura de eso? Tienes que aprender a defenderte —insiste Leire, su tono mezcla de urgencia y preocupación.

—Tan solo lo sé y ya.

—Raisa...

—Soy cobarde, ¿bien? —intervengo, mi voz quebrándose—. Tengo miedo de todo esto... oscuros y celestes. Quiero ser una persona normal.

Debería pedirle que se deshaga de los demonios a mi alrededor, sin embargo, no lo consigo, las palabras se atoran en mi garganta.

—Eres la luz de Dios —recalca Leire con suavidad, pero también con una determinación que me asusta.

—¿Cómo se encuentra Etta? —Cambio de tema, incapaz de enfrentar la realidad que me imponen.

Leire suspira profundamente mientras toma una grajea de vainilla de mi plato y se la lleva a la boca. Está más relajada que en otras ocasiones, quizás porque ya no tiene que ocultar su verdadera naturaleza. Yo, por otro lado, sigo intentando asimilar lo sucedido.

—Nil borró sus recuerdos e implantó unos nuevos, acorde a lo que hacía antes de ser poseída.




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