RAISA
En silencio, se contemplan. La presencia de ambos resulta imponente, haciéndome sentir pequeña, como si estuviera bajo la sombra de un árbol cuyos frutos son de un alarmante color negro. Ellos emanan algo retorcido y llamativo, un aura aplacadora que consume y resalta ante los ojos de los curiosos a nuestro alrededor. Vaya que son ostentosos y provocativos para los demás.
¿Qué planea Drac al pedir una cita conmigo a solas? Nada bueno, seguramente.
—Trato hecho —responde Scott, sacándome de órbita.
Le miro, mi boca permanece abierta a plenitud. Su nivel de confianza me resulta espantoso. No hay forma en que sepa cómo se juega.
—Hablaré con el entrenador —dice Drac y luego se aleja a trote. Los músculos de la espalda empapados en sudor.
—¿Estás loco?
—No te preocupes.
—¿Alguna vez jugaste fútbol americano?
—Parece divertido. —Clásica respuesta de quien no tiene la mínima idea.
De pronto le resulta atractivo.
Perturbada, me acaricio la frente. Siempre hace lo que quiere, en eso tiene un gran parecido a Prince.
—¡Eh, Scott! —Drac le arroja la pelota desde el otro lado de la cancha. La circunferencia alargada cruza el campo por su lado más corto, pero a gran velocidad. Las manos del ángel la reciben con un sonido sordo que me deja helada.
No necesito tener una maestría en física o ser entrenadora de un equipo profesional para saber que esa pelota no fue arrojada con fuerza humana. Scott parece bastante animado de repente. Debo tomarlo del brazo para frenar su precipitada marcha durante un instante.
—Más te vale ganar esto. —Sé que no puedo detenerlo, mucho menos hacerle cambiar de opinión, sin embargo, intento que suene como una advertencia, aunque a decir verdad, más bien parece una súplica.
—Relájate. —Se marcha hacia el numeroso grupo que ha empezado a colocarse el equipo de seguridad.
Y dijo que no tenía ganas de convertirse en un cavernícola que corre detrás de una pelota…
La preocupación me vuelve tan ansiosa, que con torpeza avanzo hasta los graderíos, tropezando más de una vez. Consigo tomar asiento y empiezo a morderme las uñas. Un ángel y un demonio están a punto de enfrentarse. No quiero entrar en pánico, así que me repito que tan solo es un partido de fútbol.
Mientras el equipo se prepara, mi vista recae en el numeroso grupo de estudiantes que han surgido de la nada, y ahora empiezan a ocupar los asientos libres alrededor, importando muy poco que el cielo esté nublado.
—No puede ser verdad. —En la era de la tecnología, las noticias se propagan como el fuego, y dado que el fútbol es el alma de nuestro instituto, una reacción similar era inevitable. Scott ha estado en el ojo del huracán desde que empezó a venir a clases como un humano.
Ni siquiera ha comenzado todavía, y todos esos ojos embelesados por la belleza física de aquellos seres ya esperan con excitación el inicio del partido. Ahora estoy más nerviosa todavía. Fue mi idea en primer lugar. Lo obligué a unirse al equipo.
Me remuevo inquieta cuando un grupo de chicas saborean con la mirada la apetitosa carne del que, suponen, es el nuevo integrante del equipo. No las culpo, viéndolo de lejos, Scott está muy a la altura de Drac y River. Una atmósfera enigmática y cautivadora los rodea, con la testosterona en sus cuerpos operando como un núcleo gravitacional. Es impactante.
Inhalo y exhalo. No hay forma de que algo salga mal con tantos ojos humanos observando.
Intento alejar los pensamientos negativos, mientras veo al entrenador platicar con Scott. No sé de qué hablan, sin embargo, el hombre parece maravillado. No comprendo por qué motivo el ángel tiende a producir ese tipo de impresión en los demás, si más bien es un cretino.
Después de diez minutos, le han prestado un casco, una pechera sencilla, rodilleras y coderas, como si eso pudiera servir de algo. Sé que él también lo cree así, pero no le habrá quedado más remedio que aceptar, al menos si su intención es fingir ser alguien normal. Drac también los usa.
Además, el equipo del ángel debe llevar chalecos rojos, lo que obliga a Scott a quitarse la chaqueta y la camisa del uniforme diario para colocarse el número seis. Jamás lo había visto exponer tanta piel. Sus hombros anchos y sus músculos fibrosos y tersos revelan que se ha sometido a entrenamiento físico gran parte de su vida. El murmullo a mi alrededor me hace notar que no soy la única impresionada, aunque el asombro no solo es por él. De hecho, Drac también llama mucho la atención, porque de su lado no usarán chalecos, y tampoco portarán camisetas, detalle que contenta al público femenino.
—¡No sabía que Scott tenía un tatuaje! —grita alguien familiar detrás, su voz casi ahogada por el bullicio de la multitud. Al mirarla de reojo, confirmo que no me equivoqué al reconocerla. Es Daisy.
Por un segundo considero bajar un par de gradas para evitar que note mi presencia. Pero no es la única sorprendida. Todos han visto el diseño en su brazo. Debe ser impactante, ya que pocos a nuestra edad llevan tinta en la piel.
—No me esperaba eso de él. Siempre parece tan… reservado —comenta, otra voz. Creo que le pertenece a Alexa, pero no estoy segura. Tampoco volteo para comprobar—. Me pregunto qué significa.
Es una excelente incógnita. Sé que hay más en Scott de lo que incluso yo tengo conocimiento.
El ángel de repente lanza una mirada rápida hacia el público, una leve sonrisa curvando sus labios al dirigirse en nuestra dirección, antes de volver a concentrarse en el juego.
—¡Lo viste! Es increíble, ¿no? —comenta Daisy, su mirada aún fija en él—. Cada vez me gusta más.
Hago un esfuerzo sobrehumano para no poner los ojos en blanco.
A un lado del campo, el equipo de Drac se reúne en un círculo, juntan las manos y aúllan, originando un vacío en mi estómago cuando caigo en cuenta de que nuestra mascota institucional es un lobo. ¿A propósito? Prefiero pensar que es tan solo una coincidencia. Luego los veo ocupar su lugar en la mitad del campo, seguido por Scott y sus compañeros en el lado opuesto.
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Editado: 13.06.2025