Amando la Muerte

Capítulo 24

RAISA

—¿Qué diablos fue eso? —protesto mientras Scott y yo entramos en el lobby del hotel. Desde que el partido finalizó, no hemos cruzado palabra, principalmente porque me apresuré a escapar con la cabeza hecha un completo caos.

Scott se detiene a mi lado, aun con la respiración agitada. Mira a su alrededor antes de fijar sus ojos en los míos.

—Hizo trampa, tú lo viste.

—Es un demonio, y tú un ángel muy ingenuo. No. De hecho, ambos lo somos, tú y yo —corrijo. Ahora sé que ellos van un paso por delante de nosotros.

De camino al hotel, algo me decía que su objetivo no era conseguir esa estúpida cita, sino más bien introducir toda esa cantidad de basura en mi cerebro, infectándome los pensamientos.

Empiezo a caminar de nuevo, avanzando entre las columnas marmoleadas del lobby. Scott sigue mis pasos, sin apartar la mirada de mí.

—No te dejaré sola en ningún momento. Esa cita no se llevará a cabo. Fin de la historia. —Ahora está molesto. Lo siento en la tensión de su voz, en la forma en que sus manos se cierran en puños.

Me detengo de golpe, obligándolo a parar también. Nos miramos fijamente.

—Ese no era su propósito. —Mis palabras son casi un susurro, pero el peso que llevan es inmenso.

—¿River? —pregunta. Debió habernos visto hablando en los graderíos mientras él se encontraba danzando en el campo como una bailarina—. ¿Le preguntaste?

Olvidé que debíamos aclarar la incógnita sobre el dibujo y el muñeco.

Me muerdo el labio, recordando mi oportunidad perdida.

—No pude.

—Debiste sacar provecho —me riñe, y odio admitir que tiene razón—. ¿De qué hablaron entonces?

Abro la boca para contestar, sin embargo, no sé qué decir. Hay demasiadas cosas en mi cabeza.

—¿Por qué piensas que los de arriba te enviaron conmigo? —Mi pregunta le resulta confusa.

—Tan solo sé que no tiene que ver con un simple castigo. Ellos no tienden a dar explicaciones, no más de las necesarias. Lo hacen porque El Creador lo ordena y ya. ¿Por qué lo preguntas?

Inhalo, buscando algo de calma.

—Mi padre es un ángel, y mi madre una humana —repaso con toda la tranquilidad que soy capaz de manifestar, aunque por dentro me encuentro casi al borde de la desesperación.

Scott me toma del brazo y me arrastra hasta las escaleras, donde, contrario al lobby, el lugar está vacío. Cuando me suelta, alcanzo la pared más cercana, en busca de apoyo y cierro los ojos.

Solo de recordar la conversación que mantuve con River, el estómago y la cabeza me dan vueltas.

—¿De qué hablaron? —insiste.

—Samael es mi padre —suelto, y hay un gran silencio, pero no parece del todo sorprendido—. ¿Acaso… tú también lo sabías?

—Tenía mis sospechas, aunque no quería creer que fuera cierto.

Algo me oprime el pecho, robándome el aliento y enfriando mi cuerpo. Me esfuerzo por mantenerme de pie.

—Fue mi culpa que los demonios más temibles escaparan.

—¿De qué hablas?

—Llevo la sangre del rey del infierno.

De repente, lo tengo frente a mí, con sus manos apretándome los hombros y mirándome a los ojos.

—Desvarías —indica—. Cálmate.

—No deberías estar conmigo —anuncio con la voz temblorosa, pero a cambio, tan solo recibo su sonrisa.

—Vale. ¿Qué importa si el rey del infierno es tu padre? Posees la sangre de ese mismo ángel supremo.

—¿Eso qué significa?

—Son jerarquías celestiales. Primero está El Creador. Luego el Soberano, el único que posee contacto directo con él. Después están los Supremos. De contado se encuentra la jerarquía media, ángeles guerreros como Leire y Nil. Y finalmente está la inferior, es decir, celestes como yo.

—Aunque todo lo que dices sea cierto, no cambia el hecho de que Samael es un ángel caído.

—Bueno… —Se encoge de hombros después de soltarme—. Eso no lo ha detenido. Posee la misma capacidad que cualquier otro ángel Supremo que se encuentre allá arriba.

—Pero Samael controla el infierno —recalco.

—Lo custodia —me corrige—. Vigila tanto a caídos como a demonios. Los oscuros no son más que humanos en cuyas vidas pasadas fueron la peor escoria, pues mientras más graves hayan sido sus insidias, más fuertes resultan ser ahora como entidad. Existen muchos de ellos que, así como bien pueden ser sus fieles sirvientes, harían lo que fuera para destituirlo. No es muy diferente a lo que sucede arriba. Hay ángeles lame culos que hacen de fieles sirvientes, así como también…

—¿Existen quienes quieren destituir a los Supremos?

—Yo, por ejemplo. —Su respuesta me sorprende por completo.

—¿Por qué querrías algo así?

—Hablan de igualdad, y míranos, separados por jerarquías. Fomentan la paz, y nos envían a la tierra a cazar demonios. ¿Crees que todo mejorará de continuar así?

—¿Y crees que lo correcto es derrocar a quienes te gobiernan?

Guarda silencio durante un breve instante.

—No se trata de lo correcto. Seguiré a quien vea el mundo como yo lo veo, a quien esté a mi nivel y luche a mi lado. No quiero ser aliado de alguien que nunca he visto, de alguien que se esconde tras una silla, jugando al ajedrez con las vidas de los demás. Eso no es liderazgo.

—Pero, aun así, estás aquí, conmigo, cumpliendo lo que ellos te ordenaron —responde ella, una mezcla de curiosidad y tristeza en su voz.

—La supervivencia del más apto —murmuro—. Solo espero mi oportunidad.

—Suena como el título de una mala película.

—Al menos te hice reír.

No lo había notado, pero es de ese modo.

Suspiro y tomo asiento en una grada. De inmediato, Scott se incorpora junto a mí, y permite que mi sien descanse sobre su hombro.

—¿Qué fue eso de que los demonios escaparon por tu culpa? —indaga en un susurro ronco, con los codos apoyados en las rodillas, observándome de reojo mientras me tomo un momento para responder.

—River dijo que solo un llanto bastó para liberarlos. ¿Es eso posible?




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