SCOTT
El interior del basurero está estrecho y es sofocante. Cada cartón es un recordatorio constante de la situación en la que nos encontramos. Uno se clava en mis costillas, arrancándome un gemido involuntario. Intento conservar la calma y no moverme demasiado, para no hacer ruido ni atraer atención indeseada.
Miro a Raisa. Ella está tendida de espaldas sobre mí, perdida en su propio mundo, con los ojos abiertos pero sin enfoque. La sacudo con suavidad, esperando alguna reacción, cualquier indicio de que sigue aquí, conmigo.
—¿Estás consciente? —pregunto, manteniendo mi voz baja.
El aire se hace más denso, más difícil de respirar conforme paso el tiempo en espera de alguna reacción. Pese a ello, me obligo a no moverme por miedo a que Nil aún esté merodeando. No puedo permitir que se la lleve. No voy a confiar en nadie, ni en los ángeles, ni en los demonios.
—Raisa... —susurro una vez más. Nada.
Minutos después, la tapa del contenedor se abre con un chirrido, y una sombra se cierne sobre nosotros. Prince, el gato en forma humana, me la arranca de los brazos sin esfuerzo y la saca. Me enderezo lo más rápido que puedo, dolor estallando en cada movimiento. Me inquieta cómo puede alejarla de mí con tanta simpleza, una y otra vez.
—No te la llevarás —gruño, levantándome y soportando a duras penas el peso muerto que ahora cuelga de mi espalda, pero él no se detiene. Sigue caminando por el callejón como si mis palabras fueran solo el viento.
Lo persigo, tambaleándome, y al fin logro hacer que se gire hacia mí. Noto la forma en la que me contempla, o más bien, cómo echa un vistazo a mis alas. Siguen quemándose, cada pluma consumida igual que el carbón.
—¿Y en Raisa? —pregunta de repente—. ¿Confías en ella? Ya no existe nada que los ate.
El calor de mi espalda se extiende a cada músculo, poniéndome a sudar. Mi mente está confusa, enredada en pensamientos contradictorios. No quiero dejarla, pero tampoco entiendo por qué. No es una cuestión de deseo, es una necesidad, algo que me une a ella de una manera que no logro comprender.
—¿La quieres? —insiste Prince, disfrutando de mi confusión.
—¿De qué hablas? —Llego hasta ellos, notando la forma en la que Raisa está mirándolo. Parpadea lentamente como si con su presencia bastara para despejar la niebla en su mente. Me preocupa el daño le habrá hecho Nil a su cabeza.
—Perdiste las alas por una humana que está dispuesta a entregar su vida por un demonio. Deberías aborrecerla.
—En lo absoluto —respondo de inmediato, mi voz llena de convicción, aunque también de duda. No es odio lo que siento. Es... algo diferente. Raisa no tiene la culpa de lo que está ocurriendo, de lo que los ángeles y demonios han hecho de nuestras vidas.
—No pensó con claridad —insisto, mi tono más tenso—. Leire y Nil han manipulado su mente durante demasiado tiempo.
—Ha sido capaz de tomar sus propias decisiones —retruca Prince, su tono desafiante. Mi mente regresa al instante en que puso en riesgo su propia vida para salvar la suya, y la mueca en mi rostro deja de ser solo por el dolor físico.
—Leire y Nil lo han hecho por ella todo este tiempo —aprieto los dientes, sintiendo el calor de la rabia mezclada con el dolor.
—¿No es eso lo que hacen los ángeles? Engañar. —Prince sonríe con desdén—. Parece que los de arriba ya decidieron por ti. Ahora, no puedes ignorar la verdad.
—Te equivocas. —Miro directo a sus ojos.
—¿Todavía crees que te enviaron a cuidar de la hija de Samael? ¿Sabes lo estúpido que suena? —Su sonrisa se tuerce, burlona—. ¿Incluso cuando ya tenía dos ángeles a su alrededor? Y lo más importante, ¿sin poderes?
Su risa vacía me revuelve el estómago. Hay algo oscuro en ese gesto, algo que no logro descifrar.
—Si tienes algo por decir, ve directo al punto —gruño, cansado de sus juegos, y de estar de pie.
—Ellos saben que Raisa es hija de Samael, y te enviaron a propósito directo a tu caída. Les fue más fácil expulsarte en silencio, sin llamar la atención de los demás ángeles.
Mis alas arden, pero más pesa la curiosidad.
—No tiene sentido —digo, aunque en mi interior sé que algo siempre ha estado fuera de lugar.
—¿Quieres saber? —Prince sonríe—. La verdad puede destruirte.
—No confío en ti, ni en los tuyos. ¿Por qué debería creer cualquier cosa que digas?
Su mirada se clava en mí con frialdad.
—Leire y ese otro celeste no se detendrán hasta encontrarla. Sé que si estuvieras del lado de los ángeles, ya les habrías informado sobre nosotros, pero durante todo este tiempo, aunque tuviste la oportunidad, no dijiste ni una palabra.
—Eso no significa que me encuentre de tu lado. Pero también me preguntaba por qué siempre te mostrabas como un gato engreído. No era solo para no incomodar a Raisa... Me estabas vigilando, poniéndome a prueba.
—Ya no necesito esconderme, Raisa estará con nosotros ahora. Y tú, te estás convirtiendo en un caído. Por más que te esfuerces, los de arriba te abandonaron. No confían más en ti.
Sus palabras deberían aplastarme, pero hay una espina clavada en mí que, siento, solo él podría arrancar. Aunque hacerlo me queme como el infierno.
—Si en verdad soy tan inútil, ¿por qué me expulsarían? Si solo soy un ángel más del montón, podría haberme quedado entrenando y muriendo en manos de algún demonio.
La sonrisa desaparece de su rostro, su expresión se endurece.
—Podría acabar contigo en menos de tres segundos —advierte, con un brillo peligroso en los ojos.
—Pero no lo harás —lo provoco—. No te atreverás.
—¿Me estás poniendo a prueba? —Su sonrisa vuelve, sin embargo, es mucho más tensa.
—El collar que le di a Raisa... —digo, consciente de cómo su mirada se dirige al cuello de ella—. Se lo di antes de Halloween. Es una de mis plumas. Está allí para protegerla. Y si muero, alertará al cielo sobre su ubicación.
Su rostro se endurece.
#2176 en Fantasía
#6281 en Novela romántica
angel custodio, demonios lobos humanos y otras criaturas, romantasy
Editado: 18.06.2025