Amando la Muerte

Capítulo 29

RAISA

Mi cuerpo se siente pesado. El segundero del despertador junto a mi cama estalla en mis oídos, produciendo un eco profundo. Al principio no reconozco el lugar en el que me encuentro, pero cuando contemplo la ventana ligeramente abierta y las cortinas de gasa blanca ondeando por la brisa invernal, recuerdo que ya estuve aquí antes, con Drac, River, Prince y… ¿Quién más?

Algo se mueve en el rincón más oscuro de la habitación. La figura se levanta de un sofá floreado. Me incorporo tan rápido sobre el colchón que un mareo me invade, y todo el aire en mis pulmones sale convertido en un suspiro.

Siento mis brazos temblar, pero mis labios permanecen sellados. La última vez que nos encontramos así, fue en este mismo lugar, cuando me dijo que su vida me pertenecería por siempre... y luego me besó. Mi corazón se acelera al recordar.

A través de la oscuridad, él avanza hacia mí con pasos firmes. Por instinto, me aferro a las sábanas. Su apariencia es tan humana que me resulta increíble, tan impotente como recordaba, pero esos ojos parecidos a la noche y el cabello profundamente negro me paralizan. Se detiene a una distancia prudente, mirándome con intensidad. Algo se revuelve dentro de mí, aunque no puedo precisar qué es.

«Tu leal sirviente».

—¿Cómo te sientes? —pregunta. Su voz retumba en mi interior, provocándome escalofríos.

Me toma un momento responder, intentando contener las emociones que me asedian.

—No lo sé... —murmuro al fin, y mis piernas temblorosas me impulsan fuera de la cama. Él no deja de mirarme mientras me acerco, hasta que estamos de frente, a escasos centímetros el uno del otro.

Prince estudia cada uno de mis movimientos con detenimiento, sus ojos observándome como si pudiera leer mi alma. Una parte de mí anhela refugiarse en él, pero otra se mantiene alerta, luchando contra un instinto desconocido. Al elevar la mirada para cruzar sus ojos con los míos, noto la energía que lo envuelve: una frialdad distante y una indiferencia absoluta. No obstante, hay algo en su mirada, una chispa peculiar que se diferencia del terror que su sola presencia inspira. Y solo la percibo cada vez que me mira.

—La Muerte en persona… —Las palabras se atascan en mi garganta a la vez que mis dedos, temblorosos, se aventuran a rozar su mejilla. Su piel es cálida, real. Casi parece un sueño. Una sonrisa involuntaria se dibuja en mi rostro.

Prince cierra los ojos ante el contacto, su respiración se detiene. Su mano se posa sobre la mía, manteniéndola con firmeza en su rostro, y exhala.

—Este no es el infierno —reconozco, tratando de entender por qué está aquí.

—Recuerdas... —susurra, y en sus ojos brilla un destello casi imperceptible cuando los abre, lo que acaba guiándome a una extraña realidad.

—¿Cómo es que mis muñecos ahora lucen de carne y hueso?

Prince aleja mi mano de su mejilla, pero no me suelta. Sus dedos acarician el dorso de forma distraída, sus ojos nunca apartándose de los míos.

—Quisiste llevarnos contigo. —Su voz es ronca, como si tuviera la garganta en llamas.

Mis recuerdos son confusos. No logro identificar el momento exacto en que salí del infierno.

—¿Por qué estamos en la Tierra? ¿En dónde está papá?

—Los ángeles se infiltraron y lograron sacarte por la fuerza. No sabemos nada de Samael; no pudo abandonar su puesto. —Prince se ve tenso. Es desconcertante tener la impresión de que lo conozco desde hace mucho tiempo, y sin embargo, tener la sensación de estar viéndolo por primera vez—. Una parte del infierno consiguió escapar y se ocultó en la Tierra. Abajo era un caos.

De repente, surgen imágenes de criaturas emergiendo de la penumbra, como sombras enloquecidas que se materializaban en el aire. Demonios de todas las formas y tamaños, con garras afiladas y colmillos relucientes, se atropellaban unos a otros en una frenética carrera hacia la salida. Sus cuerpos retorcidos chocaban y desgarraban, arrancándose la carne con violencia en su desesperación por huir. Unos se lanzaban sobre los otros con una furia descontrolada, empujando y aplastando con tal de abrirse paso, mientras que algunos caían, gritando y retorciéndose en el polvo ardiente del inframundo.

El aire estaba cargado con el sonido que en su momento no reconocí, pero ahora soy capaz de identificarlos. Eran huesos rompiéndose y aullidos de dolor, de alaridos de rabia y terror que reverberan en cada rincón. Algunos eran despedazados, otros aplastados contra las rocas o empalados en picos afilados que sobresalían de la oscuridad. Y, sin embargo, ninguno se detuvo; todos seguían adelante, cegados por el deseo de escapar, aun cuando el acto mismo de salir podía destruirlos. Al cruzar el umbral, sus formas se deformaban, como si la propia realidad los desgarrara.

Algunos, los más débiles, se disolvían en sombras al llegar a la luz, otros se carbonizan al instante, sus cuerpos volviéndose ceniza con un silbido agudo. Pero todos avanzan, alimentados por una fuerza que superaba incluso su instinto de supervivencia, consumidos por el deseo de ser libres, aunque esa libertad los destruyera en el proceso. Sin lugar a dudas, los más fuertes lograron escapar.

Mis rodillas se tambalean bajo el peso de lo que Prince acaba de decir, sumado a lo que mi mente me acaba de mostrar. Lo único que me mantiene de pie es su contacto.

—Humanos y demonios juntos en la Tierra… Todo ha sido culpa mía. —Hago una pausa para aclarar mis pensamientos—. ¿En dónde están Leire y Nil?

—¿Esos ángeles? —Hay desdén en su voz, pero no va dirigida a mí.

—¿Ángeles? No. Son humanos. Ellos han cuidado de mí durante toda mi estadía en la Tierra.

Prince frunce el ceño, acercándose un poco más. Sus manos se posan en mi cintura, pegándome a su cuerpo. Dejo de respirar, mi frente descansa en su pecho. Siento el caos interior que me provoca su calidez. Mi corazón se ha convertido en un martilleo constante y poderoso.




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