SCOTT
Raisa...
Raisa...
Su nombre resuena como un eco incesante en mi mente. La veo, de pie en los graderíos del campo de fútbol del instituto. Me pregunto qué está haciendo ahí, aunque no tarda en quedarme claro que algo no está bien. Estoy perdiendo el juicio.
Hace un momento me encontraba en el sótano; una parte de mí sigue estando en ese lugar, pero otra parece encontrarse a su lado. Quizá sea por la pluma... aunque sé que hay algo más, algo mucho más inquietante.
Está en peligro.
En medio del campo, una figura se alza imponente, la silueta de un hombre rodeado de oscuridad. Los truenos iluminan su rostro anguloso mientras el suelo, bajo sus pies, escupe fuego y magma. El infierno ha llegado a la Tierra, y el responsable es ese ser en el centro de la desgracia. Samael.
Quiero advertir a Raisa, gritarle que escape, pero no puedo. Las palabras no salen de mi boca. Estoy paralizado, viendo cómo el peligro avanza hacia ella. Cada segundo se convierte en una eternidad, atrapado en mi impotencia, recordando lo inútil que ella misma me ha dicho que soy.
Y entonces, Raisa hace lo impensable. Baja de los graderíos, avanzando hacia Samael, como hipnotizada. Los jugadores de fútbol retroceden despavoridos, pero ella sigue caminando hacia el alambrado que la separa del campo, aferrándose a él con los dedos como si algo la llamara del otro lado.
—Calev... —susurra, sus ojos fijos en una bruma oscura tras Samael. La sombra, apenas visible, se oculta a sus pies. Es casi imperceptible, como restos de ceniza que el viento arrastra junto al rey del averno.
—¿Por qué estás con él? —murmura Raisa—. ¿Siempre estuviste en el infierno?
El sonido de un chasqueo me arranca de mi ensoñación. Despierto en el sótano, con la mano de River apenas a unos centímetros de mi rostro. Su expresión es sombría.
—Es obra tuya —le acuso, sintiendo la garganta seca.
—¿De qué hablas? —me pregunta, con una mezcla de curiosidad y algo más que no puedo descifrar.
—Este último sueño...
Él frunce el ceño, parece no entender de qué hablo. Pero yo recuerdo claramente aquella vez que, en el Jeep, me miró a través del retrovisor. Pude ver sus memorias, imágenes proyectadas como si fueran reales.
—Siento decir que todo fue obra tuya esta vez —responde, bufando.
—Claro... —ironizo, aunque empiezo a dudar. ¿Por qué sueño con alguien que jamás vi y con la presencia de Calev? Nada tiene sentido.
—¿Qué fue lo que viste? —River se aleja, hundiéndose en la oscuridad de la habitación. Apenas puedo escuchar sus pasos en la húmeda estancia.
—¿Desde cuándo los demonios se preocupan por mis pesadillas? —ironizo.
—¿Pesadillas? —Su voz suena más grave, más potente—. ¿Qué fue lo que viste que pudo alterar tu ritmo cardiaco? —pregunta, su tono penetrando mi mente como un eco reverberante.
—¡Deja de jugar con mi mente! —le grito, sacudiendo la cabeza para arrancarme su voz.
De repente, está justo delante de mí, sus ojos ardiendo con una furia descontrolada.
—Entonces habla, o déjame entrar. ¿Qué fue lo que viste? —Su tono es una amenaza.
Sonrío, adivinando la causa de su desesperación.
—¿Tan importante es saber dónde está Calev? —le provoco.
El silencio que sigue es absoluto. Sus ojos me atraviesan como dagas, su apariencia calmada desvaneciéndose por completo, dejando solo la verdadera cólera.
—No tienes idea de lo que soy capaz —gruñe entre dientes.
—Me importa una mierda.
En ese momento, la puerta se abre de golpe y Prince irrumpe en la habitación como un huracán. Sus pasos son firmes, decididos.
—Estamos hablando —gruñe River sin molestarse en mirarlo, claramente irritado por la intromisión. Sin embargo, Prince no se inmuta.
—No hay tiempo para esto —responde Prince con una urgencia palpable—. Samael está en la Tierra.
—¿Y acaso no lo hace de vez en cuando? Aparece, se queda un rato y luego se va. —River intenta mostrarse indiferente, pero el solo nombre del rey del averno hace que su postura tiemble.
Prince guarda silencio, lo que obliga a River a apartar la vista de mí.
—Esta vez no está solo. Los demonios lo acompañan.
—Dejó la puerta abierta —susurra River, con una sorpresa que no puede ocultar. ¿Por qué haría algo tan radical? Lo veo en sus ojos, tensos y preocupados: Raisa es la razón. La encontró. Esa pesadilla fue real.
Antes de que pueda procesarlo por completo, un dolor intenso me desgarra la espalda. Prince ha tomado mis alas con firmeza, su contacto es tan insoportable que cualquier intento de ahogar mi grito se vuelve imposible.
—¡¿Qué estás haciendo?! —Trato de darme vuelta, pero eso solo lo empeora.
—Traer de regreso a Calev —revela con frialdad, entre tanto sigue desgarrando mis alas.
Sus figuras se desdibujan, el borde de mi vista se tiñe de sombras, y un zumbido agudo inunda mis oídos. Me esfuerzo en mantenerme firme por ella, hasta que una oleada de dolor me sacude, devolviéndome al presente con brutalidad.
—¿Lo sabías todo este tiempo? —River lo mira, sombrío—. ¿Por qué no dijiste nada?
Me perdí una parte importante de la conversación.
—Nunca estuve seguro —admite Prince—. Calev decidió quedarse en el infierno. Se rebeló porque ansiaba libertad.
Su confesión es como un nuevo golpe que me deja sin aliento.
—¿Allá abajo? —dice River con amarga ironía, pero sus palabras llegan a mí como un eco lejano. No obstante, en un arrebato de furia, me arranca las alas de cuajo —o lo que quedaba de ellas—, mientras Prince suelta mis brazos, dejándome caer al suelo, sobre un charco denso y cálido conformado principalmente por mi sangre. Poco después es River el que se inclina junto a mí, observándome con la misma repulsión que se tendría al mirar una criatura indeseable.
—Cuando salimos del infierno, no teníamos cuerpos físicos. Tú eres Calev —me dice con desprecio, su voz un cuchillo que atraviesa mi mente en hondas que vienen y van.
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Editado: 02.07.2025