Amando la Muerte

Capítulo 33

SCOTT

La bruma oscura que flota frente a mí se parece demasiado a lo que vi junto a Samael en el campo, una visión que jamás imaginé revivir. Pero está aquí, tan real como entonces, con esa presencia abrumadora y hedor a tierra y muerte.

—Esto no está pasando... —susurro, intentando convencerme. Sin embargo, la sombra se mueve con una velocidad inhumana y, antes de que pueda reaccionar, me embiste. No tiene forma definida, pero siento el golpe brutal que me lanza al suelo.

—¡Maldita sea! —me quejo, cuando el impacto me sacude hasta los huesos. La oscuridad se desliza sobre mi piel, infiltrándose en cada poro, hasta que lo noto. La sensación corrosiva. Mi carne comienza a burbujear, como si un ácido ardiente me consumiera desde dentro. Algo está entrando en mí, algo que reclama este cuerpo como suyo. Es él.

Después de tanto tiempo... al fin. —Una voz retumba en mi mente, una que suena como la mía, pero sé que no soy yo.

Mis huesos crujen y mi espalda se arquea bajo un dolor insoportable que me atraviesa igual que un rayo. Me desplomo de rodillas, temblando, las manos en el suelo, luchando por mantener el control de mi respiración.

—¡Sal de mí, maldito demonio! —gruño, mientras la sangre brota de mi espalda y el crujido de mis huesos resuena, inhumano. El sufrimiento es tan intenso que apenas puedo evitar el grito desgarrador que sube por mi garganta. Rasguño el suelo con los dedos, sintiendo cómo la piel se rasga y sangra.

De repente, noto algo extraño: mis uñas se están volviendo negras.

Ah... —la voz dentro de mí suspira con satisfacción—. Finalmente, de regreso en mi cuerpo.

Empiezo a cuestionar mi propio juicio en el instante en que una carcajada escapa de mis labios. El eco de sus palabras todavía se arrastra por mi mente, reclamando más control a cada segundo. Mi consciencia se tambalea, hundiéndose en la oscuridad, arrastrada hacia un abismo del que no puedo escapar. Lo sé. Mi cuerpo convulsiona de nuevo, y caigo sobre mis codos, con la frente pegada al suelo. La madera bajo mí cruje, astillándose mientras algo golpea el techo.

Levanto la vista con esfuerzo y lo veo. Mis alas. Han vuelto.

Pero ya no son las mismas. Estas son más grandes, más aterradoras... completamente negras. La piel que las recubre brilla como obsidiana, semejante a la de una serpiente, desprovistas de las plumas que alguna vez me definieron. Y tienen púas en las puntas.

—Debe ser una puta broma. —El sonido que escapa de mi garganta es más un gruñido animal que un grito humano.

Vamos, Scottie —ronronea la voz dentro de mí—. Deja que tu verdadera naturaleza salga a la luz. Déjame ser lo que todo este tiempo estuviste esperando.

—¡No me jodas! —grito, tirando de mi cabello, como si eso pudiera arrancar su presencia de mi mente.

Seremos uno —continúa implacable—. El mal siempre ha estado aquí, lo sientes tan claramente como yo. Lo llevas en tu interior. Nunca te ha dejado.

Me enfoco en mis manos temblorosas, consciente de la forma en la que mi cuerpo se retuerce, cambiando. Un terror helado me recorre.

—¿Qué... qué me está pasando? —Mi voz es apenas un susurro ahora.

Somos ángeles —responde con una calma aterradora, burlona—. Ángeles de la oscuridad. El infierno nos reclama. Libertad, éxtasis, muerte... lo vas a disfrutar.

—¡Y una mierda! —Lucho con todas mis fuerzas, pero el poder que me somete es implacable. Mis esfuerzos se disipan, inútiles.

Entonces, lo veo claro. Calev me muestra su verdadero propósito, y el pánico me invade como una ola.

—¡No lo harás! ¡No te dejaré! —gruño con desesperación, pero sé que ya es tarde. Todo lo que soy está cediendo.

Es el principio del fin —dice con un tono que retumba como una sentencia final.

El dolor me consume una vez más, cada nervio, cada fibra de mi ser arde. Y luego... oscuridad.

Lo último que siento es el suelo frío bajo mi cuerpo destrozado.




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