Amando la Muerte

Capítulo 35

SCOTT

—Libertad... —susurro, apenas audible, mientras siento la manera en la que esa palabra me arrastra fuera de la oscuridad. Es como si algo me hubiese empujado desde lo más profundo, a través de un puente inestable, directo a un mar turbulento: sus ojos.

Raisa me observa, sus labios entreabiertos, pero en su mirada hay algo quebrado, como si su alma estuviera a punto de derrumbarse. Una súplica silenciosa, un “¿por qué?” que me desgarra por dentro.

—Raisa... —Avanzo un paso en su dirección, pero su mirada se aparta, como si no viera o escuchara nada.

Su cuerpo vacila, tambaleándose hacia atrás. El tiempo parece detenerse cuando su figura se desploma, cayendo al suelo como un peso muerto. Todo mi ser se paraliza en ese breve instante.

—¡Raisa! —Doy el último paso que me aparta de ella, mi corazón latiendo tan fuerte que creo que explotará. No...

No puede ser.

Me arrodillo junto a su cuerpo, sin entender lo que ha pasado. Mis manos tiemblan mientras su sangre mancha mis dedos, aunque no recuerdo haberla tocado, al menos no de forma consciente. El impacto al notar que no está respirando me oprime el pecho, aplastando cada fibra de mi ser.

—No... no... esto no está pasando —murmuro—. ¿Qué fue lo que hice? —El dolor, profundo e inhumano, me devora por dentro, como una herida que jamás podrá sanar. Un nudo se establece en mi garganta, impidiendo el paso del aire durante un tiempo, hasta que sale transformado en un grito desgarrado, pero el eco de mi voz es todo lo que regresa. Su corazón… no está latiendo.

¿La querías? —La voz de Calev resuena en mi cabeza como un susurro cruel, mezclada con el recuerdo de su queja hacia mí por su primer beso robado.

¿La quiero?

—¡No! —grito, apretando mis puños sobre mis rodillas, clavando las uñas en mi carne. El dolor físico es nada en comparación con lo que arde en mi pecho. Existe un peso indescriptible dentro de mí. El demonio... Calev... ríe, su voz retorcida resonando en cada rincón de mi mente.

¿Querías protegerla? —se burla—. ¿Acaso le tenías cariño?

—¡Cállate! —Agarro mi cabeza con furia, luchando por mantener el control. Las imágenes de lo que ocurrió... lo que hice, se repiten sin cesar en mi mente—. ¡Basta!

Ella está muerta ahora, mírala bien —susurra Calev, su voz llena de un placer enfermo—. Todo por tu culpa. No debiste tomarle aprecio.

—¡Lárgate de mi cabeza! —grito, pero siento sus garras hundiéndose más profundo, como si estuviera fusionado conmigo. Tiro con desesperación de mis cabellos, sintiendo que el aliento se me escapa.

No estoy en tu cabeza, sino en todas partes. Peleas contigo mismo.

—No. De ninguna manera. Raisa... Ella está… —Ni siquiera puedo pronunciar esa palabra. Estoy temblando. Pensar en la muerte es absurdo, porque en mi cabeza tiene el aspecto de un presumido gato negro, convirtiendo la simple palabra en algo repugnante.

¿No es eso lo que deseabas? Libertad. Ahora la tienes.

Una fría hoja de acero roza mi cuello. No lo vi venir. Mi cuerpo se congela, mis músculos tensos como cuerdas a punto de romperse. Y aunque debería preocuparme o alejarme, al final, no lo hago.

—Tres segundos. —La voz fría de Neron, a mis espaldas, me advierte. Giro la cabeza con dificultad, mis ojos encontrándose con los suyos. Él sostiene la espada contra mi garganta, implacable, su mirada gélida y calculadora. Me observa con detenimiento, y no puedo culparlo. Ahora, con este aspecto... ni siquiera yo soy capaz de reconocerme.

—¿Qué...? —susurro, pero se me quiebra la voz. Entonces descubro que no puedo moverme. Solo cuando se asegura de mi parálisis, aparta su atención de mí.

—Si ella muere, sus creaciones también desaparecerán.

—Tú... —Lo sabías, quiero decirle, pero mi lengua de repente se ha convertido en piedra.

Neron no dice nada más. Se agacha junto a Raisa, su mano apoyándose en su pecho. Una luz azulina comienza a brillar débilmente, irradiando desde su contacto. Quiero detenerlo, impedir lo que sea que hace, pero aunque intento moverme con todas mis fuerzas, lo único que logro es tambalearme, casi cayendo de lado. Siento mi cabeza balancearse por un segundo, como si alguien estuviera manipulando un interruptor en mi cuerpo, dejándome a merced de su capricho.

Mi corazón se detiene. La veo una vez más, y un nuevo sonido de agonía nace del fondo de mi garganta. La sangre manchando sus labios me destroza por dentro.

—¡¿Qué le estás haciendo?! —Consigo gritar, pero mis piernas no responden a mi desesperada necesidad de alcanzarla. Por alguna razón, mis músculos no responden.

La luz se enciende en la mano de Neron un poco más fuerte que antes, y la oscuridad me envuelve durante un segundo, cegándome.

—Uno —cuenta él. Un rayo de electricidad recorre mi cuerpo y el de Raisa al mismo tiempo, sacudiéndonos a los dos. Siento un impulso de vida... pero no suficiente.

—Dos.

Raisa tiembla de nuevo, su cuerpo respondiendo al mismo ritmo que el mío una vez más. Otra corriente nos atraviesa, dejándome apenas capaz de respirar. Caigo sobre mis manos.

—Tres.

Neron baja los hombros, agotado. Inhalo bruscamente, como si acabara de salir a la superficie después de haberme estado ahogando.

—Raisa... —susurro, sintiendo la manera en que cada palabra me desgarra por dentro. Mis lágrimas caen, calientes, ardiendo sobre mi piel—. Yo la... Es mi culpa.

Neron se pone de pie, caminando hacia mí con paso firme.

—Cierra la boca. No es así. Solo no fuiste consciente de lo que ocurría —dice, mientras envuelve algo alrededor de mi cuello. Mis ojos siguen fijos en ella, sin poder apartarme de su rostro pálido. Apenas cuento con la fuerza para mantener la cabeza en su sitio. Entonces, Neron levanta la pluma negra que una vez le regalé, un simple presente de cumpleaños, ahora pulsando con una energía inquietante sobre mi pecho.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.