SCOTT
Sacudo la cabeza, y mis alas se despliegan con un crujido ensordecedor, golpeando la estructura de metal que se cierne sobre mí como un monstruo voraz. Abrirme paso es ridículamente sencillo.
—¿A dónde diablos fue Drac? —Es River, y aunque no lo veo, sé que está a unos quince metros por encima del lugar en el que me encuentro.
—¡Calev! —El grito de Prince corta el aire con tal fuerza que siento el impacto en lo más profundo de mi ser.
—¿Qué demonios hiciste? —La desesperación en la voz de River se suma a la caótica sinfonía—. ¡Ella no puede estar...!
—¡No lo está! —interrumpe Prince, tajante. Entre sus gritos y el eco de sus palabras, percibo el bullicio de la batalla: el crujir de espadas, los quejidos ahogados, el desgarrar de la carne. Y si ellos no han descendido aún al sitio en el que estoy de pie, es porque se encuentran atrapados en el caos.
—¡La tiene! —concluye River con furia—. ¡Querrá deshacerse de ella!
—No pasará. No si nosotros lo asesinamos primero. —Las palabras surgen de los labios de Prince con la firmeza de un juramento.
Sin más, empiezo a correr, mis piernas impulsándome hacia adelante. Salto con todas mis fuerzas, mi cuerpo se estrella contra los graderíos con tal violencia que parece que atravesarlos es un simple juego.
El impulso me eleva hacia el oscuro cielo, y en un giro, veo cómo esos seres celestiales de los que antes formaba parte se abalanzan sobre Samael. A su alrededor, las grietas en el suelo se abren aún más, escupiendo no solo magma hirviente, sino también sombras tenebrosas que se arrastran con ansias, entre la desesperación y el éxtasis, sedientas y hambrientas en su avance.
El infierno está aquí, reconozco, y no hay otra opción que buscar un nuevo recipiente para Raisa.
Mientras planeo, mis ojos caen sobre el collar que empieza a palpitar con menos fuerza cada vez. La preocupación me invade.
«Encuentra un nuevo recipiente», la voz de Neron resuena en mi mente como un eco, recordándome lo que debo hacer.
De repente, caigo en picada, el asfalto me recibe con un impacto brutal, originando un cráter más profundo de lo normal.
Él advirtió que no sería una tarea sencilla, ya que pronto podríamos desaparecer por completo.
Con esfuerzo, empiezo a levantarme cuando unas luces me deslumbran, seguidas por el estruendo de un claxon. Un camión se desvía para evitar pasar por encima de mí, chocando contra un gran muro. El concreto se desprende, cayendo sobre la carrocería; incluso un letrero inmenso termina aplastándolo casi por completo.
—Probablemente el conductor esté muerto ahora —reflexiono con un escalofrío. Pero pronto, más personas también lo estarán una vez que la oscuridad ascienda por completo.
Los rayos de luz en el cielo caen sin pausa, impactando en diferentes lugares de la ciudad, señal de que más ángeles comienzan a descender. La guerra entre cielo e infierno ha comenzado, y la Tierra es su campo de batalla.
Quizás luego tenga tiempo para lamentarme por el sufrimiento que aguarda a los humanos, pero por el momento, mi única preocupación es Raisa.
A mis oídos llegan las sirenas que se aproximan desde el final de la calle. Es una ambulancia.
—He aquí la jodida respuesta —me digo, sintiendo que el tiempo se agota.
Con un impulso, salto y aterrizo en el techo del ruidoso vehículo. Arranco una de las puertas traseras, pero solo recibo el grito histérico de una paramédica.
—¡¿Qué demonios estás haciendo?! —exclama, sus ojos desorbitados reflejando terror al darse cuenta de lo que tiene delante.
Creí que podría encontrar a alguien herido de gravedad, pero no hay ningún paciente.
—Maldita sea —murmuro, el collar palpita con menos energía. Un segundo es suficiente para perder la fuerza y soltarme de la ambulancia cuando esta frena de golpe, impulsándome cerca de un grupo de personas que, al verme, gritan despavoridas:
—¡Qué carajos es eso!
—¿Son alas?
—Mira sus garras.
—¡Un demonio!
Ahora lo tengo claro. Antes no podían verme con mis alas extendidas porque era un ángel y esas eran las reglas. Sin embargo, ahora…
—Si debo aceptar lo que soy para salvarla, lo haré —declaro, mis dedos hundiéndose en el suelo mientras me levanto—. Estoy dispuesto a cualquier cosa, incluso a aceptar que ella ha hecho de mí lo que más detesté en toda mi existencia.
Con determinación, clavo las garras en el suelo y me pongo de pie. Doblo las rodillas y salto, alcanzando lo más alto de un edificio frente a mí.
A mi izquierda, todavía puedo ver el resplandor de la puerta hacia el infierno del que acabo de alejarme. El caos se aproxima, propagándose como un virus lóbrego que arrastra consigo los peores miedos, encerrando en su interior a las criaturas más temibles del abismo. A mi derecha, el resto del mundo se mantiene ajeno, preparándose para ir a dormir, sin saber que pronto despertarán en medio de una pesadilla.
—Disfruta el fin de los tiempos, Scottie —susurra la voz en mi cabeza, pero no me detengo.
Estoy a punto de bajar y arrebatar la vida a alguno de los del grupo para ofrecerle el cuerpo a Raisa como su nuevo recipiente. Sin embargo, más allá, entre el final de la paz y el comienzo del caos, un gran letrero blanco resplandece con la palabra “Hospital”.
Pase lo que pase, no puedo dejar que Calev se salga con la suya, me prometo, la determinación ardiendo en mi pecho. Ella vivirá. Raisa definitivamente vivirá.
Extiendo mis alas, y me dirijo veloz hacia el gran edificio. Sin embargo, no consigo detenerme a tiempo y atravieso una ventana, deslizándome por el pasillo, con mis alas arrancando muros y mis pies descalzos hundiéndose en el suelo.
Las luces sobre mí parpadean, como si reflejaran la tensión en el aire. Una niña blanquísima, sumamente delgada, con ojeras rojas bajo sus ojos azules y cabello castaño tan largo que casi roza el suelo, me mira mientras aprieta un conejo de peluche contra su pecho. A pesar de todo, se mantiene firme entre las columnas de humo que han surgido tras mi entrada devastadora.
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Editado: 02.07.2025