La princesa Konda vivía junto a sus padres y su hermana en una finca retirada del mediano pueblo al que pertenecían. En ese momento de la historia, los pequeños estados eran países independientes.
Era hora del té cuando la mujer escuchó la delicada noticia — escuché acerca de una joven guerrera que estará siendo castigada, la encontraron junto a otra mujer.
Estuvo a punto de escupir el té, sin saber que le afectaba más, la próxima muerte o el hecho de que la única guerrera que conocía, era su amada — sí, al parecer escapó. La mujer contraria estaba borracha, alegó que era contra su voluntad.
Su padre chasqueó la lengua en muestra de desaprobación — estupideces, las mujeres de hoy son muy desvergonzadas.
Sintió su rostro escocerle debido al sonrojo, miró impaciente la posición del sol — Konda, puedes retirarte.
Hice una leve reverencia, salió con tranquilidad al jardín trasero donde solía ir aquellas horas de la tarde mientras se escudaba en su lectura. Tomó el libro de la mesa, empezó a correr por los senderos del bosque hasta llegar al claro. Sostenía su pesado vestido tratando de correr con agilidad.
Divisó a una mujer de alta estatura, cerca del metro ochenta, piel morena con un vestido sencillo ajustándose a su esbelto cuerpo. Se encogió cohibida, no tenía el glorioso cuerpo que aquella mujer. Era rellenita, gorda ante la sociedad, aunque sus facciones fueran delicadas, su gordura y anchas piernas la convertían en una princesa con decaída belleza ante los demás.
— Lady Konda.
Hizo una reverencia, la princesa hizo una mueca de disgusto. No cambiaba — Aisha, sabes que las formalidades no son necesarias.
— Ha llegado a mis oídos que su padre la casará con el príncipe de la ciudad vecina.
Apretó la mandíbula, como siempre, era la última en enterarse. Vio el dolor y la furia en los ojos de la castaña — No estaba enterada de ello ¿De dónde lo escuchaste?
— Su hermano.
Claro, siempre Jorgy de metido donde no lo llaman. Su diplomático, sincero y alegre hermano sabía de su romance con la general, la cual apoyaba, pero ocultaban de su padre. La decapitaría en un instante — ¿Por eso estabas con esa mujer?
Hizo una mueca, asintió. — Nuestra relación llegó a su final, acordamos que cuando alguna estuviera próxima a matrimonio, todo culminaría.
Las frialdades de sus palabras no hicieron más que estremecerle el alma, sintiendo el abandono y la traición caer sobre ella — ¡Dijiste que lucharías por mí! — se quejó con la voz entrecortada.
Rodó los ojos — Eres tonta ¿cierto? — dio un paso hacia ella, lamiendo sus labios — ¿Crees que entregaría mi vida a cambio de alguien como tú? — aquello fue una puñalada directo en el pecho, dejándola sin aliento. Dejó que las lágrimas fluyeran por su rostro — Eres increíblemente sexy, tierna, provocativa pero no lo sabes, eres tan manipulable que me das asco.
La tomó de su cuello, acercándola con una sonrisa siniestra, pervertida. Metió la mano debajo de su vestido, arrancándole un gemido lleno de miedo — tengo a una hermosa mujer esperándome en mi ciudad ¿recuerdas que soy de la capital? Oh sí, la princesa Lidya es sin dudas mejor.
Cerró los ojos sintiendo como la mano de la mujer se colaba entre su ropa interior, aquella que le había dado placer ahora no le provocaba más que náuseas y dolor.
Sabía quién era la princesa Lidya, era una excompañera en sus clases de protocolo y buenos modales. Pequeña, pero de cuerpo provocativo, largo cabello pelirrojo, ojos verdes y pecas por todo su rostro.
A su lado no era más que una hormiga, una minoría — déjame en paz, por favor — sollozó, sintiéndose enferma.
— Como digas — la soltó de golpe haciendo que gimiera cuando impactó contra el suelo.
— Esto no se quedará así, te acusaré.
Rio con fuerza — ¿Qué le dirás? ¿Qué dejaste de ser virgen con una mujer? ¿Qué la general que todos andan buscando desfloro a su querida hija quien andaba tan caliente que no esperó al matrimonio?
Supo que tenía razón, sus ojos negros se llenaron de lágrimas. Nunca había justicia los inocentes ¿Por qué tuvo que dejarse llevar por su corazón?
— Hasta nunca, princesita.
Lloró, lloró hasta que se hizo de noche con el libro que solía leerle a la mujer que amó todas las tardes. Fue levemente consiente de los gritos de los hombres de su padre, sintiéndose vacía, se dejó llevar por la oscuridad.
Al día siguiente se disculpó con su padre, quién anunció el matrimonio, exigiéndole un heredero inmediato.
La boda llegó tan rápido que no supo cómo reaccionar — ¡Oigan! La princesa Lidya y esposa acaban de llegar ¡se ven tan hermosas! — cotorreo la sirvienta que pasaba delante de la habitación donde se preparaba la novia.
No estoy lista para verla.
Su corazón se encogió junto a sus crecientes ganas de vomitar — es hora — anunció su padre. Se acercó dándole un dulce beso a su hija en la frente — ahora ve y honra a tu familia.
Caminó con pesadez, sin mirar a los lados evitando encontrarse con Aisha de cualquier forma. El dolor la perforada, impidiéndole escuchar la ceremonia. Un fuerte apretón en su mano y una mirada furiosa de futuro esposo, la hizo sentir aún más pequeña. Solo asintió dando su mejor sonrisa.
— Por la unión sagrada que los dioses aprueban, que este hombre y esta mujer honren a su familia por el resto de sus vidas.
Nada de amor, nada de felicidad, ni fidelidad.
Su esposo, la beso con fuerza haciendo que se revolviera el estómago. Ese día se sintió como en un funeral, la noche no fue mucho mejor. Caminó hasta el lago para despejarse un rato, encontrándose con un hombre y una mujer.