Traje a Aithana y a su hijo a mi casa hasta que les consiguiera un departamento. Mi padre le dejó la casa que compartía con mi madre y ella no quiere saber nada de quedarse ahí.
Podría irme yo para allá y dejarla en esta casa, pero tampoco deseo quedarme en ese lugar sabiendo que mis padres ya no están vivos.
No he enviado a nadie a sacar las cosas de ellos. Jennifer, la prometida de mi amigo Tucker, se ofreció a ayudarme con esa cuestión y le di largas usando de excusa que tenía que encontrar a Aithana.
Si ella no está interesada en la casa, tendré que organizarla y ponerla a la venta, pues le pertenece a ella.
Le hago un breve recorrido por mi casa, le señalo la habitación de huéspedes y le informo que mandaré a traer una cuna para su hijo. Ella agradece.
—Es una casa muy hogareña—señala acercándose al enorme cuadro de la torre Eiffel pintado a mano que tengo colgado arriba de la chimenea—. Pensaba que tendrías una casa fría, minimalista y sin decoración.
—Viajo bastante y cuando estoy en París sin trabajar, prefiero quedarme en casa y descansar antes que salir por ahí.
—Me encanta este cuadro. Tiene mucha vida.
—La pintora es muy buena.
—Conozco su trabajo. Me gusta mucho el arte y Sophie Brown es una artista muy buena porque trasmite mucho en sus pinturas.
—Ya la conocerás.
—Sí, tiene una galería aquí en París.
—En realidad la galería es de su esposo, aunque están casados y por lo tanto es de ambos. ¿Verdad?
—Depende si están casados por bienes mancomunados o no. No me mires como si fuera una tonta. Me gusta aprender un poco de todo.
—Dijiste que no te gustaba leer.
—Novelas románticas. Libros con contenido real sí.
Asiento.
—Bien. Te dejaré que te refresques, yo haré lo mismo y nos reuniremos en una hora en la sala para ir a la empresa.
Salgo de la habitación y me dirijo a la mía.
Tener una mujer en casa es una novedad. Nunca traje ninguna y suelo evitar traer personas. Es mi espacio personal y el lugar donde me relajo sin ver ni hablar con nadie.
Pero no podía enviar a Aithana a un hotel y solo serán por unos días, hasta que consiga un lindo departamento para ella con jardín para su hijo.
Le escribo a Paulo diciéndole que estoy en París con mi hermanastra que no quiere serlo.
Por un lado me alegro no tener una conexión sanguínea con ella porque es muy atractiva y me fascinan sus ojos, no el color o la forma, sino lo expresivos que son, como cuando habla de mi padre, puedo notar la bronca y la tristeza reflejadas en su mirada.
Necesito averiguar el motivo por el que mi padre no le dio el apellido y se mantuvo apartado de ella. Me niego a creer que no quisiera a su hija. ¿Mi madre habrá estado al tanto de la situación?
Le escribo a Paulo informándole que necesito reunirme con él a solas. Tal vez él sepa algo, tiene que saber, pues fue quien me informó de la existencia de Aithana y no es solo un abogado de la familia, sino que era el mejor amigo de mis padres. No creo que no supiera nada. En su momento no le hice muchas preguntas, me limité a buscar a Aithana y trabajar para no pensar que me había convertido en huérfano.
Dejo eso a un lado por un momento, reemplazo mi ropa informal por un traje negro a la medida, camisa blanca y corbata azul. Me pongo un poco de perfume, me calzo los zapatos y bajo a la sala evitando molestar a Aithana en su habitación.
Paulo responde que se alegra que convenciera a Aithana y yo agradezco que tenga un hijo, de lo contrario no podría haberlo logrado.
Hago a un lado el celular al momento que ella aparece por el pasillo con su hijo agarrado de la mano.
La repaso con la mirada y llevo la mano a la barbilla.
—¿Qué? —dice.
—¿Vaqueros, una blusa que dice: «el arte es pasión» y zapatos deportivos te parece apropiado para una reunión con dos tiburones de la finanzas? Ni hablar del sombrero.
—Me puse un blazer. —resalta acomodándose la solapa del blazer negro.
—No cuenta. ¿No tienes zapatos formales? No necesitan tener tacos. Quizás podrías ponerte una camisa o una blusa diferente. Deja el sombrero aquí o en el vehículo.
—Tengo otra que dice: «Bésame el trasero». Es rosa con letras amarillas. —enarco una ceja.
—A esos inversionistas les encantará besarte el trasero.
—Se llevarán una desilusión cuando lo miren.
Evito mencionar que tiene un buen trasero, no uno que haría voltear a todos los hombres y que llame la atención, pero no está mal. Pude notarlo al momento que subía las escaleras del avión. No soy un mirón, solo miraba mientras subía y el trasero de Aithana estaba ahí.
—No les importará.
Suspira.
—Bien—enfoca la atención en su hijo—. Cielo, mami se va a volver a cambiar, te quedas aquí quieto mientras regreso—el niño la mira con adoración, aunque dudo que entienda lo que su madre le dijo—. Vigílalo un momento.