Amanecer de un eclipse

Relatos del bosque I

Relatos del bosque I

 

Juntos, tú y yo, salimos de la oscuridad de la noche helada para darnos un chapuzón en el sol tibio de la mañana. Fría y mojada mi piel temblaba no sé si por el rocío o por la flagelación de mis huesos, al sentir la cruel y amarga indiferencia de tu inerte corazón. Pero, en fin, habíamos prometido que nos íbamos a llevar bien y eso fue lo que hicimos. En pocos minutos nuestro amor se tornó para bien en la brújula que muestra el norte y buscamos la dirección del viento. Caminamos, corrimos, salimos a encontrar no sé qué cosa, pero la idea era esa, como debía ser romántico, divertido, anhelábamos un poco de paz. Nadie sabe ni se imagina cuanta pena había carcomido nuestras conciencias esclavizadas y ahora estábamos frente a frente esperando respuestas de promesas viejas y que se deberían haber cumplido. Nuestras mentes y parpados titilaban como estrellas en una noche alucinante y esperábamos encontrarnos con un lugar mejor, lleno de aventuras y momentos hermosos por descubrir. En el mar habíamos vivido la etapa más turbulenta de todas y ahora esperábamos calma después de la tempestad. Habíamos atravesado el puente del dolor y el otro que une la playa con el bosque y no queríamos salir de allí, mirando el correr de las aguas tranquilas y agitadas al mismo tiempo al ver nuestros cuerpos que se estremecían de pánico pero que eran sobrevivientes de la tragedia de un amor apasionado y egoísta. Sonidos, crujir de ramas, cantos de grillos que venían del interior de la selva oscura y misteriosa, eso oíamos. El follaje de la selva te atrapa por su honda melancolía y lejanas nostalgias de generaciones antiguas. Entramos, el me llevaba de la mano con cuidado para que yo no me tropezara y callera resbalándome entre el pastizal o enganchando mis pies en algún troco hueco. Con todo el amor del mundo velaba para que mi cuerpo no se desplomara en un instante. Nada de eso ocurrió, tan solo yo miraba sus ojos que brillaban y me decían como si hablaban, que no quería que ese momento terminara y solos descubriésemos el secreto de la felicidad de llevarnos lo mejor posible el uno con el otro. Encontramos un camino que nos condujo entre plantas y el espesor de la jungla hacia una cabaña de troncos, abandonada, solitaria y dijimos que íbamos a entrar. Le dije que sería mejor que no porque no sabía que podíamos encontrar allí. Yo Era muy miedosa y temía que nos pasara algo malo y todo el romanticismo del momento, se esfumaría en poco tiempo. Prometió que solo sería esa vez y luego volveríamos al auto que habíamos estacionado en la ruta, frente al mar. El entro antes que yo y espere a que me dijera qué había visto. Estaba muy oscuro aquí, -debes haber traído fósforos en tu mochila, -me dijo. Le aseguré que sí y rápidamente me puse a buscarlos, se los alcance como pude porque yo no quería saber nada de entrar en la cabaña. -Ven, pasa, -me llamo e invito a entrar. Había prendido un papel con los fósforos y se veía iluminada toda la habitación de repente. - Bueno, si no hay nada nos vamos, le dije, mientras seguía inspeccionando. Después de un rato ocurrió lo inesperado. Allí entre sillas y colchones viejos y apolillados, había una maleta nueva. Nuestro asombro comenzó a subir de nivel y entonces Adrián quiso abrirla para ver que tenía en su interior. No tenía llaves ni candados. Simplemente abrió la cajuela y ¡eureka!, habíamos encontrado mucho pero mucho dinero.




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