Amante de la muerte

CAPÍTULO 1: AMNESIA


 

Los gritos sonaron al unísono, Mia Vega abrió los ojos con fuerza, sus pupilas se contrajeron por la fuerte luz de aquella habitación de hospital, aún así no los cerró.

—¿Cómo te encuentras?—Preguntó el médico a su costado.

Mía se agarró la cabeza cerrando los ojos con fuerza, al abrirlos logró ver que había una joven Policía sentada mirándola al lado de su cama.

—¿Puedes hablar?—Continuó el médico.

—Sí...—Dijo Mía suspirando—. La cabeza me está matando ¿Qué fue lo que pasó?

El médico miró a la Policía afirmando con su cabeza, ésta suspiró y se levantó de la silla con enojo.

—No puede ser—Suspiró la Policía—. Es la última en despertar y está igual que el resto… nadie sabe nada.

—Cómo le dije, todos han sido fuertemente drogados—Mencionó el médico abriendo la puerta—.  Tal vez en la bebida—hizo una larga pausa—Podrán comprobarlo con los cuerpos de aquellos que murieron.

Mía se sentó en la cama asustada escuchando aquello.

—¿Cuerpos?—Preguntó alterada.

La Policía se acercó a ella con preocupación, tomando su mando lentamente la miró a los ojos.

—Anoche estuviste en una fiesta—Le dijo—. ¿Recuerdas algo?

Mía se agarró la cabeza, en un segundo piso verse parada frente al salón, la música llegaba hasta afuera, había sido la última en llegar, al menos eso creía.

La muchacha negó con la cabeza, al verse las manos, vio decenas de vendas, sus brazos tenían cortadas secas y raspones comenzó a llorar, si había algo peor que estar herida era no conocer los motivos, levantándose corrió por el pasillo del hospital, sorprendiendo a la Policía y al doctor, quienes no pudieron atraparla al principio, esta terminaría en el baño del establecimiento, siendo encontrada por Tamara Ríos, la Policía que antes había estado cuidandola antes de que despertaste, Mía estaba llorando con rabia, su mano estaba sangrando, el espejo a su frente estaba roto, la joven Policía la tomó del hombro con pena.

—Vamos, hay que curarte esa herida—Le dijo

—. Nosotros nos encargaremos del resto.

Mía cerró sus ojos, lo último que recordaba eran gritos, sangre, dolor, todo eso hasta despertar, pero aquellos sentidos no iban a resolver el caso, todo estaba listo para la noche, cuatro de los seis jóvenes se encontraban en condiciones para continuar, la Policía había preparado una reunión con los sobrevivientes, se llevaría a cabo una vez el joven restante se encontrara en condiciones.

Una hora antes del encuentro se habían reunido el comisario Pedro Acosta junto con sus mejores policías, Tamara Ríos y Gabriel Cruz.

—¿Como va la búsqueda?—Preguntó el comisario.

—Aún no las encuentran, su departamento está vacío y sus contactos no saben nada de ellas desde la semana pasada—Contestó Gabriel.

El comisario clavó dos fotos en la pizarra de corcho donde había un mapa de la ciudad con varias flechas que terminaban en el salón de la masacre.

—Las hermanas Alonso...—Suspiró el comisario—. A pesar de ser las dueñas del salón no puedo pensar que ellas pueden haber sido las culpables de todo esto.

—Existe una posibilidad—Dijo Tamara—. Se encontraron huellas de ambas en la escena del crimen, lo cual significa que estuvieron en la fiesta.

—Pero a diferencia de los sobrevivientes ellas no aparecieron aún.

El chirrido de la puerta alertó a los tres oficiales, una persona vestida con una larga gabardina negra y una bufanda roja ingresó a la oficina con lentitud, tirando una carpeta en el escritorio del comisario.

Aquel misterioso hombre se quitó el sombrero y la bufanda, dejándolos sobre el escritorio junto a la carpeta que abrió posteriormente.

—¿De-Detective Barroso?—Dijo tartamudeando Gabriel.

—Esto no es coincidencia—Afirmó el detective—. Estos jóvenes fueron testigos de algo mucho peor hace seis años, mientras cursaban su último año en el colegio superior Faustino.

El comisario se sorprendió viendo fotos de la promoción 2013 en la carpeta del detective, eran los sobrevivientes y víctimas de la fiesta en su juventud.

—Uno de ellos, Valentino Lisboan, logró encerrar a sus compañeros y mantenerlos como rehenes durante dos horas, cortándolos y golpeándolos, su plan era obvio, matarlos y suicidarse luego.

—Ninguno de nosotros tres fue miembro en esos años—Mencionó el comisario—. Desconozco el caso. ¿Qué pasó con el?

—Fue encerrado, no en la cárcel si no en un manicomio, sus estudios revelaron que no estaba bien de su cabeza—Concluyó el detective—. Sin embargo… no se logró conocer los motivos por los cuales cometió aquello durante el 2013. Por lo cual iré a visitarlo.

Los policías se sorprendieron al escuchar aquello, sin embargo era la única manera de conocer si aquel joven había sido el culpable de la masacre.

Mientras eso sucedía, Mía dormía en una de las habitaciones del hospital, la ventana que ahí yacía era tapada por el cuerpo de alguien que acababa de entrar por ella.

Aquella misteriosa persona se subió encima de ella, besándole el pecho subiendo hasta su cuello, Mía se despertó, una mano tapó su boca impidiéndole gritar

—Vas a guardar silencio.




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