Mía abrió los ojos, era de día, aún estaba estirada, abierta a la nada, la noche se había pasado en un instante y no podía comprenderlo, aún podía sentir los labios de aquel hombre bajando y subiendo por su cuello, sus muslos sobre sus piernas haciendo presión, sus muñecas adormecidas, los suspiros y el silencio eterno, pero aún así al abrir y cerrar los ojos la noche había pasado.
《Tal vez mis recuerdos faltantes están volviendo y perturbando mi realidad》pensaba confundida, de todos modos se encontraba bien físicamente, las heridas no alcanzaban a ser peligrosas, sólo eran pequeños cortes y moratones, nada del otro mundo.
~knock-knock~
La puerta de la habitación fue golpeada dos veces mientras Mía se sentaba en la cama, era Tamara, la amable policía que había esperado por ella junto con el médico el día anterior, le traía el desayuno.
—¿Cómo te sientes?—Preguntó ingresando.
—Suspiro—Bien… físicamente bien, son sólo pequeñas heridas.
—Me alegro, te traigo el desayuno—comenzó a reír—. Espero que te guste el café y las donas del hospital.
Mía asintió con la cabeza, perdiéndose en las blancas cortinas que se movían tranquilamente con el aire en aquella ventana que fue tapada por alguien desconocido durante la noche
—¿Segura que todo está bien?—Insistió.
El olor a café se podía sentir en toda la habitación mientras Tamara se sentaba a su lado en la cama.
—Si, no te preocupes—Suspiró tomando el vaso con café—. Y… ¿cómo están ellos? Mis compañeros…
Tamara la miró a los ojos, sus cejas se doblaron con pena.
—Debe ser difícil no recordar que los volverías a ver—Le dijo poniendo su mano en su pierna con cariño—. No voy a mentirte, lo que sucedió fue terrible, nos alegra mucho que el resto de ustedes se encuentre bien, vamos a encargarnos de resolver esto.
Mía dejó el vaso con café en la bandeja metálica ágilmente, sus ojos claros se llenaron de lágrimas.
—¿El resto?—Preguntó agitada—. ¿A que te refieres con el resto?
Tamara la abrazó mientras lloraba en su hombro, si había algo peor de reencontrar, era revivir el pasado y aquellos ex alumnos del colegio superior Faustino lo habían sufrido todo antes de salir, su caja de Pandora eran ellos mismos y la llave que desencadenó lo peor fue el reencuentro.
—No te preocupes—Dijo Tamara con tristeza agarrando su cabeza, corriendo los castaños pelos que tapaban su rostro—. Vamos a solucionar esto, en su nombre, vamos a lograrlo.
Mientras tanto, en otra de las habitaciones del hospital los gritos eran desgarradores, el último joven del grupo que faltaba en recuperar la consciencia había despertado, gritando y llorando mientras el oficial Gabriel, quien se encontraba cerca, corría por los pasillos pensando que se trataba de algo importante. Al llegar a la habitación, los médicos intentaban controlar a Héctor Lubo, otro de los sobrevivientes y ex alumno del colegio superior Faustino… no tenía brazos, el asesino lo había amputado durante la masacre, y donde antes estaban sus grandes y musculosos brazos, ahora sólo quedaba un muñón, cubierto de vendaje.
El hombre lloraba desesperado, no entendía nada, lo peor de todo, era que al igual que el resto, también había perdido la memoria, despertando sin brazos, traumándolo de por vida.
—Oye ¡Oye!—Dijo Gabriel—. Tran-tran-tranquilo ya estás a salvo.
—¿A salvo?—Suspiró Héctor con rabia, sus ojos seguían lagrimeando—. ¡¿Acaso no te diste cuenta que no tengo brazos?! ¡Maldito tartamudo!
Gabriel cerró sus ojos y se fue de la habitación sin decir nada, aunque en aquel momento sentía ganas de romperle la mandíbula de un golpe, nadie lo había llamado así desde la secundaria, sin embargo sentía pena, no había nada más que hacer por el.
El shock que le había provocado a Héctor saber que no tenía brazos le impidió notar otra cosa, la adrenalina del momento no le hizo saber, que durante la fiesta, también había sido castrado.
El resto de sobrevivientes se encontraban en buen estado, sólo tenían heridas que médicos habían tratado de la mejor manera y moretones que se irían con los días.
En algún lugar de la ciudad, había dos mujeres inconscientes, atadas a sillas que se daban la espalda la una a la otra, estas mujeres no eran más que Paola y Verónica Alonso, las dueñas del salón "la dystopie". Ambas estaban siendo buscadas por miembros de la policía, encubiertos, ya que en la escena del crimen se habían descubierto huellas de ambas, sin embargo ni una ni la otra habían sido encontradas, levantando sospechas ante ambas como posibles autoras del crimen.
Francisco Gómez, Uno de los sobrevivientes, aquel con menor cantidad de heridas se había escapado de su habitación, al igual que el resto, no recordaba nada, sin embargo el oficial Gabriel le había comentado todo lo sucedido, con lujo de detalles, por lo cuál se encontraba buscando desesperado con sus cristalinos ojos verdes la entrada del hospital, para luego conseguir el número de habitación buscado, sin lugar a dudas lo consiguió, si había alguien capaz de convencer a las personas era Francisco. Luego de unos minutos caminando entre pasillos como un fugitivo logró entrar a la habitación deseada, encontrándose con una mujer de cabello corto negro durmiendo en la camilla. Se trataba de Úrsula Wang, otra de las sobrevivientes, su mayor amor en la secundaria. Francisco recordaba recibir la invitación, siendo Úrsula lo primero que se le había venido a la cabeza.
Éste se sentó a su lado y la tomo de la mano, ella despertó, abriendo sus ojos lentamente, aquel color castaño que había enamorado a Francisco años atrás.
Úrsula permaneció unos segundos mirándolo extrañada.
—¿Fran?—Sonrió para luego abrazarlo al escuchar el "sí" de su boca—. ¿Qué nos pasó?
—Tengo entendido que ninguno de nosotros recuerda lo que pasó esa noche—Contestó—. No podemos vernos antes de que nos den el alta, es una orden de la Policía… pero quería saber como estabas.