Amante de la muerte

CAPÍTULO 5: PRUEBAS.


 

El detective Barroso ingresó al hospital y se reunió con todos los oficiales que ahí estaban, este evitó mencionar sobre su visita al manicomio, se había guardado aquella información para si mismo, sin embargo, Pablo Bravo aún no era encontrado y los policías se encontraban por los alrededores de la zona, pidiendo las grabaciones correspondientes de aquellas cámaras que estaban en el exterior de sus negocios, necesitaban un rastro que los llevara a el, y siendo trabajo de la Policía no sería tan difícil como se pensaba, según el detective Barroso en menos de dos horas ya habrían encontrado el paradero de Bravo, la ubicación exacta de este.

De alguna manera a el hospital no le importaba que se ocuparán las habitaciones de los sobrevivientes en vano, sin contar obviamente con la habitación de Héctor Lino, quien aún estaba siendo tratado por médicos y especialistas en su caso. El resto se encontraba en perfectas condiciones, pero Mía lo estaba sospechando, los estaban reteniendo en aquel hospital hasta conseguir pruebas, les estaban privando de su libertad momentáneamente, esperando que recuperarán la memoria hasta antes del interrogatorio.

Los oficiales Tamara y Gabriel habían cerrado con llave cada uno de los cuartos con los sobrevivientes luego del escape de Pablo, por si alguno intentaba replicar sus actos.

《¿El culpable será Pablo?》 Pensaba Mía, 《Si… No puede ser otro de nosotros, del contrario no habría escapado》

La cansada mujer miro hacía la ventana, ahí estaba aquel hombre que la había visitado durante sus sueños, sin embargo, ahora estaba lo suficientemente consciente… aquello no había sido un sueño y el había regresado, sin asco alguno lamia la ventana semi cerrada, dejando el vapor de sus suspiros en el cristal, mientras metía sus piernas lentamente hacia adentro, había entrado.

—¿Quién eres?—Preguntó temerosa, tapándose con sus sábanas.

El hombre sonrió, se subió a su cama, rozando su pecho contra sus pies tapados, aproximándose a ella caminando en cuatro sobre la cama, suspirando agitado, mordiendo su labio inferior con fuerza.

Estaban cara a cara, sus grandes ojos grises parecían mirarle el alma, aquel miedo desapareció en ella, se sentía en confianza...como si se conocieran de toda la vida, lo tomó de la mejilla, su largo cabello que le llegaba hasta los hombros acarició su mano, Mía no podía dejar de pensar en la noche que habían pasado juntos, o al menos eso pensaba, sus recuerdos de entonces no eran muchos, aquello que en su momento había sido un sueño ahora era realidad. La muchacha junto sus piernas aún tapadas, apretando la cintura del hombre que aún yacía sobre ella, inflando su pecho agitado para luego suspirar a un centímetro de sus labios… sin saberlo ya se estaban besando, la puerta estaba cerrada, nadie podía interrumpir, ambos giraron, ella quedó sentada sobre su pecho,  su cuello se había vuelto nuevamente el instrumento de su lengua, los gemidos eran el sonido que este producía, los resortes de aquel viejo colchón sonaron durante una hora que pareció ser un segundo, el hombre no había dicho su nombre, a Mía no le importaba, su rostro era imposible de olvidar, sin embargo lo había hecho, la sensación de conocerlo se hacía cada vez más fuerte, nadie pudo ser testigo.

Mientras tanto, los dos oficiales, junto con el comisario, miembros activos en el caso de la masacre en la dystopie, habían recolectado todas las grabaciones de los alrededores al hospital, habían quedado en reunirse en el despacho del comisario para verlo junto con el detective. Sin embargo, al llegar todo parecía cambiar.

—Barroso, ya tenemos las grabaciones—Dijo el comisario.

—Bien bien, muy bien Acosta—Dijo el detective, sentado en la silla del escritorio del comisario haciendo ademanes con su mano— Puede dejarlas por aquí, las estudiaré a fondo en mi oficina.

El comisario accedió a la petición del detective para luego mirar el rostro confundido de sus dos mejores oficiales, Tamara y Gabriel no lo podían creer.

—Ya pueden retirarse—Dijo el detective.

—Si, señor—Afirmó el comisario.

Tamara lo agarró del brazo antes de que este pudiese salir.

—¿Qué hace?—Preguntó—. Se supone que las veríamos juntos, somos parte del caso.

El comisario guardó silencio, el detective Barroso abrió su maletín y guardo más grabaciones dentro, junto con el expediente que estaba leyendo antes de que ingresaran, para luego cerrarlo y aproximarse a los oficiales.

—Me temo que quien está acargo del caso soy yo—Dijo el detective—. Estoy un paso por delante de ustedes, y de su jefe, no sólo fui contratado, me ofrecí al caso, como estos ya he resuelto cientos...ustedes sólo son un grupo de ayuda… policías departamentales.

Tamara soltó al comisario con un rostro sorprendido, para luego ver como el detective se marchaba de la estación, subiéndose a su auto con gran calma, tirando el maletín en el asiento acompañante.

Unos bocinazos se escucharon antes de verlo marcharse en su auto por la ventana.

Mientras Mía dormía desnuda en la cama del hospital, y las cortinas del cuarto se movían con lentitud ante los suspiros del aire exterior, alguien ingresaba al cuarto de Héctor a través de la ventana, estaba sólo, los médicos se acababan de marchar, y a pesar de que era improbable que este escapara, habían cerrado la puerta con llave, siendo la ventana la única entrada y salida.

La ventana se cerró con fuerza, Héctor despertó, las luces del cuarto estaban apagadas, la cortina y la ventana también, su rango de visión no era tan amplio, la oscuridad del cuarto era demasiada para sus ojos recién levantados, aún se encontraba en el limbo del sueño y la realidad,por lo cual su tranqulidad era algo que corría por sus venas como agua tibia, nunca noto que alguien se había metido bajo su cama, alguien... que suspiraba intranquilo para salir.

—¿Cómo estás, Héctor?—Se logró escuchar desde abajo.

El muchacho se paralizó del miedo, estaba sólo, no había salida cercana y no podría abrir la ventana con los muñones que tenía en donde antes estaban sus manos.




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