Amante de la muerte

CAPÍTULO 10: EL INCIDENTE PARTE 3

EL INCIDENTE

PARTE III



 

Valentino sonrió, a su frente Verónica sostenía a su hermana inconsciente, por suerte la bala había atravesado su hombro, el shock fue tan grande que perdió el conocimiento al mismo tiempo que recibió la bala, pero sin dudas estaba perdiendo mucha sangre, todo el uniforme y brazos de su hermana quedaban teñidos de un rojo carmesí, que resplandecía con su movimiento ante la viscosidad.

—¡Paola! Por favor…¡por favor reacciona!—Gritaba Verónica entre llantos desesperados.

El perdido asesino caminaba entre ellos, perdido por su mirada, cualquiera podía saberlo con tan sólo mirarla, sus desorbitados ojos observaban el vacío de la nada, o probablemente los estaba viendo a todos, no se podía saber con certeza, lo único que se podía rescatar con pinzas era que ni uno, ni aquel que se creía el más valiente del salón se atrevía a poner un pié por delante y hacerte frente, nadie… más de uno pensó en salir corriendo entre lágrimas, pero el escapar era ganarse un boleto en primera fila para ver a la muerte, que resultó no ser el más callado.

El salón se había vuelto un desastre, los bancos y sillas estaban tan desorganizadas que le permitían al asesino moverse libremente por el lugar, todos estaban acorralados contra los muros, contra las ventanas o la pizarra, y de no ser por los gritos y sollozos de Verónica, el silencio sería tan sepulcral que se podría llegar a pensar que uno perdió la audición, pero sólo era el verdadero sonido del miedo y de la muerte, pues si había algo que todos pensaban en conjunto ahí dentro era que hablar podía llamar la atención directa del asesino hacia ellos, y eso sería sentencia de muerte.

El muchacho sacó un cuchillo de su mochila junto con la cinta aislante, acercándose lentamente hacia Lisandro, aquel que veía más tembloroso.

—Toma—Ya no parpadeaba, a pesar de que sus ojos eran dos grandes esferas secas, que palpitaban mientras le pasaba la cinta—Quiero que la uses para atar las manos pies y bocas del resto.

Lisandro, con más timidez que miedo la agarró, arrodillándose en total pánico mientras la miraba sollozando. Valentino con agilidad sobrehumana le cortó la mejilla con el cuchillo, los suspiros sonaron al unísono, el miedo se intensificaba, mientras el muchacho lloraba en el suelo, la sangre brotaba de su cara, lenta como querían que no corrieran las manecillas del reloj. Erica corrió en su auxilio, levantando a su compañero del suelo, abriendo sus labios en busca de ofrecerse por el, ya que sabía que el miedo le impedía actuar, sin embargo, quien tomó la cinta fue otro compañero, alguien rápido y serio: Pablo Bravo.

—Yo lo hago—Dijo, sus compañeros cerraron los ojos y varias lágrimas cayeron.

Valentino sonrió, y aunque pensaban que aquello salvaba a Lisandro por desobedecer al insano compañero, estaban equivocados, este comenzó a cortar reiteradas veces a Erica, quién se cubría con sus brazos mientras gritaba, varios de los intentos por cortarla terminaron hiriendo a LIsandro, quien son agonizaba en el suelo. La sangre comenzó a bañar las paredes, sin embargo los Cortés no eran profundos, los provocaba con tanta agilidad que sólo abrían su piel y marchaban las paredes con sangre, provocando un dolor que había rechinar fuentes. Ninguno quiso interferir, y mientras Pablo ataba a sus compañeros con la cinta, les susurraba que cooperaran con el, sus rodillas temblaban ante el miedo, pero todos estaban sometidos.

Erica terminó sobre el pecho de Lisandro, paralizada, sangrando en silencio, el shock y el poco de adrenalina la habían dejado silenciada, con vida y en sufrimiento. Valentino dejó de provocar heridas en ellos, para luego descubrir cómo poco a poco sus compañeros quedaban reducidos a inútiles cuerpos atados, tan aterrorizados como preocupados.

Mientras esto sucedía, Franco aún lloraba ante los pies del director, quien había muerto hacía media hora, el muchacho no sabía qué pensar, estaba debajo del escritorio llorando mientras abrazaba sus rodillas, no podía salir, Valentino le había cerrado la puerta con llave, pero quería irse, había estado encerrado por más de treinta minutos con el cadáver de su director y con los pantalones húmedos y mojados con su propia orina, desde abajo sólo podía ver el cadáver y el teléfono, quien parecía sobresalir del resto de objetos, si tenía una oportunidad debía tomarla y así fue. Franco salió del escritorio mirando para todos lados, se sentía vigilado y en el blanco, como una buena presa que un cazador había dejado escapar. El muchacho entre lágrimas se paró frente al teléfono, lo miraba esperando que hiciera las cosas por sí sólo, sin embargo nada funcionaba de tal manera. Quería llamar a sus padres, pero nunca se había tomado el tiempo de recordar o memorizar el número de alguno de ellos, no mucho menos de su abuela, estaba en varios problemas 《¿Ahora que hago?》 Su mirada nuevamente se dirigió al cadáver, una pequeña mosca caminaba sobre el labio superior de su difunto director.

Con las manos sudadas y temblorosas tomó el teléfono y llamó a la policía, no podía hacer más, tampoco quería ser descubierto, por lo cual se arrodilló tomando el teléfono con ambas manos, suspirando agitado y tembloroso.

Luego de unos segundos contestaron, podría haber gritado por ayuda desesperado, pero no podía, si había algo peor que la desesperación en el caos era la calma, ya que eso está un paso más adelante; el shock, de que lo peor está pasando.

—Necesito que vengan...—Dijo entre sus dientes, sus labios apenas se abrieron, pero afortunadamente lograron escucharlo—. Estoy…yo… nosotros necesitamos que vengan… Colegio superior Faustino, rápido…

—¿Hay algún mayor cerca tuyo en este momento?—Preguntó—. ¿Hay alguien que pueda ayudarte? En este momento la policía se está dirigiendo a la institución.




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