LILIBETH BELLEROSE.
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En su mirada se notaba el nerviosismo y el miedo acerca de algo que no podía ver a simple vista. De vez en cuando, fisgaba con mis ojos, curiosa, tratando de hacer que él hable y diga sus secretos más oscuros e íntimos, que tenía guardados en su mente retorcida. Durante la caminata con mi suegra, ella no dejaba de hablar sobre criaturas nocturnas, dándome recuerdos de la charla de Hazel con su hijo, Harken. Y en aquel instante, pude darme cuenta que había algo mal con ellos y no eran las personas que prometían ser desde el exterior y lo que mis ojos podían ver así nada más. Durante el momento en el que estuvimos tomando café, le conté lo que había pasado con su madre, algo que lo preocupó aún más de lo que ya estaba. No parecía muy feliz con lo que le había dicho, su rostro y expresión se habían vuelto tristes.
Le ofrecí mi mano, para que se sienta bien consigo mismo. Traté de darle una sonrisa, junto al calor de mi cuerpo, así podría reconfortarlo y aunque sea, dibujarle una sonrisa en su bonito rostro. Detestaba ver a los demás estando mal, se me arrugaba el corazón y de cierta forma, esa tristeza comenzaba a invadirme a mí también y no me gustaba sentirme triste, odiaba aquel sentimiento, aunque a veces no podía evitarlo, era un ser humano y no podía evitarme sentir. En sus ojos, encontré cierto brillo de felicidad, aunque fuera temporal y de aquel momento en el que le estaba dando un poco de cariño. Entrelacé mis dedos con los suyos, para que sepa que no estaba solo en los momentos difíciles que estuviera pasando.
Él me acarició la mano con su dedo, dándome esperanzas de que la relación iba a durar, aunque de vez en cuando no sentía el amor suficiente por él y eso me arrugaba el corazón. Me daba miedo hacerle daño, pero suponía que todo estaría bien y todo tendría un buen futuro.
Hasta que apareció Hazel, el patriarca del hogar. Parecía apurado, le hablaba a la servidumbre en voz alta, pidiendo que cuiden a su esposa mientras él no estaba. Según sus palabras, iría a buscar un médico para la mujer, ya que no se le veía tan bien y el hombre se veía sumamente preocupado. El hombre pidió tener cuidado con la mujer y revisarla de vez en cuando, para tener constancia de que no estuviera en peligro ni pudiera pasarle algo en ningún momento en el cual él estuviera fuera de la casa, buscando ayuda. Miré como el hombre, tras hablar con la servidumbre, desapareció por los pasillos, para caminar a la salida, con pasos apurados y pesados, sobre la vieja madera y piedra del suelo, el sonido de sus pies sonaban por todos los rincones aledaños a donde Harken y yo estábamos.
El silencio volvió a reinar nuestros alrededores, vimos como la servidumbre caminaba de un lado a otro, con rapidez, desapareciendo por los pasillos y hablando entre ellos. La tensión regresó a nosotros, quería decirle algo, preguntarle tantas cosas, pero las palabras se quedaban en mi garganta, haciendo un nudo en donde debería estar mi voz. El sol estaba en lo más alto mientras más pasaban los minutos, y el lugar se mantenía en silencio, las miradas invadían y todo estaba calmado y tranquilo, más o menos. Me sentía nerviosa, estaba frente a un desconocido, el cual tenía bastantes secretos para ocultar y sentía que cada vez estaba más cerca de descubrirlos. Pero no quiero adelantarme a los hechos, no estaba preparada para saber las cosas y quería ir despacio, aunque las cosas estaban siendo bastante bruscas y en cualquier momento todo explotaría, saliendo la verdad a la luz.
Apenas su padre volvió, luego de al menos una hora y unos cuantos minutos, lo seguimos hasta la habitación matrimonial. Ahí estaba, la mayor de la casa, junto a una muchachita de la servidumbre. La mujer parecía nerviosa por algo, sus manos temblaban y eran tomadas por la muchachita que tenía al lado. No hablaba, miraba al suelo y se mecía de un lado a otro, sobre la cama, sentada. La muchachita, a su lado, intentaba calmarla lo mejor posible, hasta que el medico le pidió por favor que nos dejara solos, para poder ayudar mejor a la adulta. Yo estaba bastante nerviosa, jugaba con mis manos, intentando sentirme mejor. Entendía la situación de la mujer, horas atrás no paraba de hablar de cosas extrañas, casi fuera de si y como si se hubiese vuelto loca por completo, demente.
El médico, mientras tanto, se acercó a mi suegra, con su maletín lleno de cosas que no podía ver bien y no sabía lo que eran. La examinó lo mejor que pudo, haciéndole preguntas, pero la mujer apenas respondía, sin darle una respuesta certera y que lo dejara satisfecho. Ella no parecía querer colaborar con la causa de hacer que ella mejore. Luego, el hombre se acercó a nosotros, con su maletín en mano, y dando un suspiro cansado.
—Lo siento, pero no puedo ayudarlos, ella no está colaborando y no tengo forma de saber lo que tiene —explicó él y al no escuchar respuesta de nuestra parte, prosiguió—. Quizá pudo haber tenido alguna pesadilla o un mal sueño y eso la puso haber afectado. Pero no se preocupen, estará bien con el paso del tiempo y olvidará lo que pudo haberle causado problemas.
Y con eso, mi suegro lo acompañó hasta la salida, dejándonos a nosotros solos, vigilando a la mujer, que no dejaba de ver el suelo, ahora quieta en su lugar, como si estuviera ida en si misma, en su propio mundo. Me sentí mal por ella, quería poder ayudarla pero no sabía cómo, jamás me había pasado tal cosa con alguien. Era intrigante cómo una persona que en un inicio parecía ser sumamente alegre, aunque su rostro muchas veces muestre lo contrario, pase a ser una persona extraña, con ideas sobre criaturas que no existían y lo más seguro es que jamás había visto en su vida, a menos que fuera en una muy mala pesadilla. Algo en mí pecho se preguntaba, qué podría ser lo que pasaba por su mente en aquel instante, estaba dudando tanto de que todo haya sido un mal sueño, podría haberlo olvidado en un par de horas o incluso unos pocos minutos, pero ella seguía segura de lo que vió y ahora, no parecía demasiado contenta o animada para seguir con su vida.