Aquella noche, experimenté una pesadilla tras mucho tiempo sin tener una. Manos frías y pálidas me sujetaban por las muñecas y los tobillos, mientras otras me tapaban la boca, como si supieran que conocía demasiado. En el aire, no se oían voces; solo murmullos incoherentes que no lograba entender. Intenté moverme, pero mi cuerpo estaba completamente paralizado. Quería gritar pidiendo ayuda, pero sabía que era inútil; todos estaban durmiendo a esas horas.
Sentía las uñas largas hincándose en mi piel, causando un dolor punzante. Deseaba liberarme, gritar, llorar, pero no podía. Había una entidad en mi habitación que me inquietaba, y estaba segura de que no me dejaría en paz. Intenté respirar y calmarme, tratando de ignorar que algo me acechaba. Quizás todo era solo un mal sueño, y no debía ceder al pánico, ya que eso solo alimentaría el temor y haría la situación aún más aterrador.
De repente, escuché toques en la puerta; alguien me llamaba, y la intensidad del miedo se desvaneció. Todo volvió a la normalidad, y regresé a la realidad. Miré por la ventana y vi que el nuevo día había llegado, acompañado del cálido sol.
—Es la hora del desayuno, querida. Vas a llegar tarde —la suave voz de Victoria resonó tras la puerta, mientras sus pasos se alejaban por los pasillos desgastados y cada vez más solitarios.
Me senté en la cama y revisé mi piel en busca de heridas, aliviándome al constatar que solo había sido un mal sueño. Me sentí tranquila, con la piel intacta, tan suave como el pétalo de una rosa. Luego volví a vestirme de manera sencilla para el desayuno. Mis pasos resonaban en el lugar, pero no llamaban la atención de nadie. Llegué a donde ellos se encontraban, en el gran comedor, charlaban animadamente y sonreían con sonrisas de oreja a oreja. Se les veía realmente felices.
—Te ves un poco pálida, cara mía, ¿te ha pasado algo? —la voz de Harken llamó mi atención, y me sacó de mis pensamientos.
—Sólo tuve una pesadilla, eso es todo, pero estaré mejor pronto. —Traté de hacer sentir mejor al chico, con tal de no recibir más preguntas al respecto de la situación. No quería hablar de la pesadilla, no estaba cómoda ni siquiera pensando en ella.
Me acomodé en la silla, pedí un café y tomé unos panecillos dulces que habían sobre la mesa. El desayuno estaba siendo demasiado tranquilo, nadie hablaba, cada quien en su mundo, con sus pensamientos.
—¿Alguien sabe si hay criaturas nocturnas rondando por aquí?
Muy mala idea haber preguntado aquello, se giraron a verme mal, vi a mí suegra pálida, asustada. Me sentí pequeña ante tantas miradas, que me juzgaban y retaban a quedarme callada por un momento, sin decir mis estupideces, tal como la de hace un momento.
—¿Qué cosas dices? —se animó a preguntar Hazel, molesto. Realmente parecía estar enojado con lo que había dicho, y me encogí de hombros, sin responder.
Me asustaba la idea de que el hombre supiera que de a poco, sus secretos estaban dejando de ser eso, un secreto. Poco a poco, iban saliendo a la luz y ellos no estaban queriendo disimular ni un poco. El hombre se levantó de la mesa, y salió de allí. Le había molestado enormemente, y ahora la culpa me consumía. Tomé mi café cómo pude, con el pesar de las miradas de las únicas dos personas que se encontraban allí. Las manos me temblaban, me dolía el pecho a causa de los nervios.
—¿Como te atreves a decir tal cosa, sabiendo en la situación en la que nos encontramos? —cuestionó Harken, mientras miraba a mis ojos, con sus pupilas negras y profundas.
—Lo siento, ¿si? No pensé que fuera tan grave —bufé, molesta, mientras dejaba la taza a un lado y le daba un bocado a uno de los panecillos, tratando de quitarme los nervios de encima.
La mañana pasó de forma incómoda, nadie más dijo nada. No dejaba de pensar en aquella pesadilla y el cómo esas manos quisieron callarme de alguna manera, como si ya supiera demasiado y no debía seguir adelante con los hallazgos.
Durante el medio día, comí yo sola la comida que la servidumbre cocinó. Nadie me acompañó, nadie estuvo ahí para mantenerme distraída. Todos estaban dispersos por el hogar, vaya a saber dónde estaba cada quién. La había cagado durante el desayuno, lo sabía y pedir disculpas de una forma poco sincera no había calmado nada las cosas.
En cuanto terminé mi comida, la servidumbre se llevó las cosas con las que había comido. Yo me quedé sentada, frente a la mesa, pensando. ¿Cómo podía ser tan bruta y estúpida a veces? Aquellas actitudes estaban muy mal vistas y no eran dignas de una dama como lo era yo. O así me decían muchos. Inhalé y exhalé aire, llenando mis pulmones, tratando de pensar las cosas con claridad. Mi mente estaba invadida por ideas erróneas, sobre que la familia Davenport ya no me querrían para su hijo, y sería desterrada del hogar, para que vuelva al mío, como una completa solterona e irrespetuosa. Pero traté de tranquilizarme, nada de eso iba a suceder a menos que falte al respeto de forma directa y sin importarme absolutamente nada.
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Caminé hasta las puertas de la biblioteca, ahí se escuchaban voces suaves, totalmente tranquilas. No parecían discutir acerca de nada en absoluto, solamente tenían una charla casual, luego de tantos momentos problemáticos. No me animé a entrar en un inicio, no quería interrumpir lo que estaban haciendo, sentía que se enojarian aún más conmigo, luego de mi comentario fuera de lugar. Respiré, llené mis pulmones de aire y luego, lo solté, tratando de calmar así mis nervios. Pero, entré de todos modos. De forma casi silenciosa, a pasos taimados y de forma tímida.
—Lo siento, ¿interrumpo algo? —interrogué, con nerviosismo.
La familia se quedó callada un momento un poco extenso, mientras me miraban a los ojos, con la profundidad de los suyos. Me encogí de hombros, sentí aquellas acciones como un sí a mí pregunta.
—Lo siento, no era mi intención molestarlos —atiné a decir, nerviosa al punto en el que las manos me sudaban, y la voz me temblaba—. En verdad no quería interrumpir su bonita charla.