Amante de un vampiro

Capítulo once

HARKEN DAVENPORT.

***

Mi padre tenía aquel problema, de abrir la boca y decir cosas que no debía, en momentos inoportunos para decir cosas como las que le dijo a la pobre muchacha Bellerose. Ahora, ¿con qué cara nos vería? Ya no sería lo mismo, y seguramente tendríamos problemas a futuro. Suspiré, el silencio era abrumador, tras pasar el tiempo, la chica se retiró de la biblioteca, disculpándose y desapareciendo, para hacer de las suyas. Luego de aquello, no sucedió nada más interesante. El día transcurrió normal, aunque para nada tranquilo. Durante la tarde, tuve una seria conversación con mi padre, acerca de todo lo que estaba sucediendo.

—Esto no puede ser —hablaba él, mirando al suelo, caminando de un lado a otro, pensativo—, tenemos que parar este calvario. Ella sabrá la verdad y eso es sumamente peligroso para todos. —Y tenía razón, nos ponía en riesgo a todos, especialmente a nosotros, quienes apenas estábamos llegando al pueblo y queríamos tener una vida normal, como los demás.

Yo no quería decir nada al respecto, no me convenía hablar en un caso así, mucho menos cuando mi padre estaba así de molesto. Su mirada en el suelo, sus manos que no paraban de moverse como estando nerviosas y su tono de voz molesto eran todo lo que estaba terriblemente mal. Todo en si estaba mal, la chica cada día se acercaba más a la verdad, sus sueños o visiones parecían acercarla a lo que yo era en realidad, y mi padre tampoco había ayudado a que sea todo lo contrario. No entendía a qué quería llegar la chica, queriendo entender nuestra historia y todo lo que teníamos detrás de nosotros. Pero, en algún punto tenía sentido, era bueno no tener tantos secretos en una relación.

Suspiro, pesadamente.

Pensaba en mis palabras, en mi opinión acerca de la situación que estábamos soportando encima de nuestros hombros, como piedras pesadas. Pero tenía la mente en blanco. ¿Qué se suponía que tenía que decir al respecto? Nada tenía mucho sentido.

—Lo etiendo, padre, pero ella debe saber la verdad antes de que ocurra alguna tragedia —opiné, con seriedad en mi voz y con la garganta seca, como si hubiese dicho algo que no debía.

Sentí ambos ojos de mi padre clavándose en mi piel, tras mis palabras. Él no dijo nada, seguía dudando de la situación, se quedó quieto y se puso frente a la ventana del lugar, posando sus brazos hacia atrás. Me sentí terrible por mis palabras, pero estaba seguro de que mi padre entendía a lo que me refería y no podía negarse a lo que había dicho, por más que le pese en el alma. Soy su hijo, y algo de razón tenía que darme, no todo el tiempo se iba a tratar de él.

—¿Cómo lo haremos?

—¿Hacer qué, padre? —casi le interrumpí, pero su pregunta me había tomado por sorpresa.

—Decírselo, darle la razón con que somos una familia de monstruos, ¿cómo haremos para decirle? —Su voz sonaba ronca, sumamente seria, no parecía querer hacerme alguna broma.

Me eché atrás en el sofá, pensativo. ¿En verdad él pensaba decirle, de una buena vez? Era difícil, realmente lo era. Teníamos tantas opciones, palabras para usar, situaciones en las que lo haríamos. Pero, cada una de esas situaciones, las imaginaba terminando en tragedia. Odiaría que ella termine por irse, pidiendo poder elegir a otro pretendiente más y retomar la boda con aquel otro, más vivo y humano, sin secretos oscuros.

Miré a mí padre una vez más, su mirada seguía en la ventana, seguía pensativo, vaya a saber en qué cosas exactamente, pero me asustaba y prefería terminar la charla. Aunque había más que hablar y lo más seguro, es que mi padre no me dejaría ir.

—¿Qué hicimos mal para que ella termine en esta situación? —cuestionó él, molesto, con un leve tono de tristeza. Mientras tanto yo egué con la cabeza, sin saber qué responder a su pregunta.

Mi padre suspiró decepcionado, mientras que yo me sentía ridículo. Me levanté del sofá, y me despedí de él, sabía que necesitaba su espacio para pensar un poco las cosas, como todos los días. Caminé por los pasillos, mis pasos sonaban por todos lados. En ese momento, la ví a ella, leyendo un libro, y dejando su tácita de té en la mesita que tenía a un lado. A paso lento y taimado, me acerqué a ella.

—¿Pasándola bien? —cuestioné, con una suave sonrisa en mi rostro. La chica parecía sorprendida ante mi presencia, pero no me llamó la atención ni la reprendí por ello.

—Claro, la estoy pasando bien —respondió ella, con una sonrisa, quitando la vista de su libro y cerrándolo.

Me senté a su lado, en silencio.

—Lo siento por lo que dijo mi padre, seguramente quería asustarte. —Mentí, sabía mi padre hablaba bastante enserio.

—Está todo bien, no me sentí asustada en absoluto.

Annie, una de nuestras criadas de la servidumbre, se acercó a la chica y tomó su taza, para hacerle un poco más de té. Me quedé poco tiempo con ella, para hacerla sentir acompañada. Pero luego de algunos minutos aburridos y tensos minutos, me fui, tratando de buscar algo con lo que distraerme durante la tarde, hasta que la noche llegue y poder comer algo en la cena.

Estaba frustrado, tenía tantas responsabilidades sobre mis hombros, que en cualquier instante me volvería loco. Estaba demasiado ocupado en mis pensamientos, que no sabía a dónde estaba yendo, mis pasos me llevaban a cualquier lugar, casi a la nada, a los lugares más oscuros de mi hogar y a los que muchas veces no podía entrar, ya que no lo tenía permitido o la dama de llaves no quería abrirme las malditas puertas. No sabía qué escondían muchas de las habitaciones de mi propio hogar, y mí padre lo estaba ocultando muy bien.

Pero traté de no pensar en eso, habían cosas más importantes de las que preocuparme y no debía estar haciéndole caso a mi curiosidad en momentos como este, en el que mi mente debía relajarse, dejarse llevar y que todo fluya como debería y así, todo podría solucionarse. Según yo mismo.

Pero estaba asustado, ¿qué pasaría si es que nada llegaba a solucionarse y todas las tragedias posibles, sucedían? Era una idea irreal, pero no imposible de que suceda. Mientras caminaba, las ideas de querer ser una persona normal se me vinieron a la cabeza. No es como si odiara del todo mí parte monstruo, pero no le veía nada de interesante ser una criatura nocturna que se alimenta de otros animales o personas, además de deambular por la noche y la peor parte, es ser el miedo de todos en el pueblo. Pero no podía hacer nada al respecto para poder cambiarlo, estaba en mi ADN y formaba parte de mi sangre, no podía cambiarlo a menos que vuelva a nacer, en una familia y vida diferentes.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.