HARKEN DAVENPORT.
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Todo se había ido a la mierda. Una vez más, la había cagado. Un pobre animal bajo mis manos, que sangraba y agonizaba del dolor. Pero esta vez, ella me había estado viendo todo este tiempo. Parecía haberme seguido, ya que tenía sus sospechas. Y ahora había resuelto todas sus dudas. La sangre escurría por mis manos, por mí boca. Me estaba odiando en aquel momento, y Lilibeth estaba ahí, espectante de todo lo que estuve y estoy haciendo. Miré a la chica, aterrorizado, sabía que era mi fin y no podía evitarlo. No quería moverme de donde estaba, por si ella llegaba a gritar o correr. No había podido evitarlo, estaba hambriento y quería alimentarme de algo que me diera vida. Me moví y levanté lentamente del suelo, estaba mareado por el miedo y la tragedia que estaba sucediendo ante mis ojos.
—Lilibeth —comencé a hablar— por favor, no me mires. —Miré al suelo, apenado, asustado por todo y mareado.
La chica caminó hacia mi, sin importarle absolutamente nada de lo que estaba viendo, ante sus ojos avellana, iluminados por la luz tenue de la luna. Tomó mis manos, llenas de aquel líquido espeso y carmesí. No parecía darle tanta importancia al tema, me miró a los ojos y sonrió. ¿Qué le pasaba por la cabeza, en aquel momento, en el que yo estaba siendo vulnerable?
—Ahora lo sé todo —habló ella, con una sonrisa, su voz suave y dulce, que me hacía sentir mejor.
Su voz sonaba tranquila, sin miedo alguno de lo que tenía frente a sus ojos. No era digno de ella, menos en una situación como aquella.
—Te ayudaré a limpiarte, no te preocupes.
Su voz seguía sonando dulce, como si estuviera en un sueño. Había perdido el control de mi, pero ella estaba ahí para ayudarme, aunque fuera un horario tan tarde en la noche. La chica caminó hasta la cocina, donde habían algunas muchachas. Pidió algo de agua tibia y un trapo limpio, para limpiarme, sabía que yo no lo haría muy bien, todavia estaba desorientado de lo que había hecho sin medidas, casi como si algo hubiese poseído mi cuerpo. La chica comenzó a limpiar parte de mi rostro, de a poco y de forma suave, cautelosa de no hacerme daño.
—¿Por qué lo hiciste? —cuestionó ella, curiosa y preocupada—. Supongo que lo hiciste por instinto, ¿no es así?
Pero no le respondí, no necesitaba hacerlo, ella ya lo sabía todo. Además, las palabras no salían de mi boca, mi desorientación no me dejaba expresarme. Luego de haber limpiado mi rostro, tomó mis manos y los hizo meter en el agua, para que pudiera hacerlo yo. Lo hice cómo pude, con lentitud y un leve fastidio.
—Realmente me asusté, creí que el pobre venado te había atacado, pero fue totalmente al revés —mencionó ella, casi entre risas. No se le veía asustada, al contrario, estaba calmada y con algo de sueño encima. Había sido testigo de una masacre fuera del hogar, ¿y aún así me estaba ayudando, totalmente calmada?
Terminé de limpiarme, la chica me acompañó hasta mi habitación antes de ella volver a dormir en su recámara.
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Los días pasaron, no recordaba demasiado lo que había pasado aquel día, solamente cómo ella me había tenido la paciencia del mundo para ayudarme con la sangre. Mis padres lo sabían todo ahora, habían entendido la gravedad de la situación, por lo que no me había llevado broncas en absoluto, pero sí que me habían dado consejos acerca de lo que debería hacer en caso de que algo como lo que me ocurrió, vuelva a suceder. No les quise escuchar, pero estuve obligado a hacerlo si no queria volver a meterme en un problema.
Llovía, luego de algunos días donde el suelo se quebraba por falta de agua. La lluvia caía a cantaros y no pensaba parar hasta algunos días después. Muchos podrían estar felices con eso, pero yo odiaba las lluvias y los sonidos que se generaban en ellas. Nunca había sido muy fan, ya que durante las lluvias, de pequeño, solía enfermarme aunque no con tanta frecuencia, pero solía hacerlo. Además de que sus rayos y sus relampagos me asustaban desde una corta edad. Pero, algo que no me gustaba admitir, era ver la lluvia caer y empapar los vidrios de mis ventanales. Era ciertamente adorable al final de todo.
Mi padre posó su mano sobre mi hombro, algo que hacía con frecuencia en cuanto yo estaba distraído y él quería hablar conmigo. Caminamos hasta la biblioteca y mi padre pidió por favor que nadie moleste mientras estuvieramos ahí dentro. El hombre me pidió que me sentara, con gusto lo hice y la charla empezó.
—¿Cómo hiciste para que te siguiera?
—¿Y yo cómo voy a saber eso? Ella seguramente ya estaba dudando de todo lo que estaba pasando y decidió espiarme, llegando hasta donde estamos —interrumpí, realmente molesto con la pregunta que mi progenitor había usado para iniciar nuestra charla y como no escuché respuesta de mi padre, seguí hablando—. Además, no le pedí que me siguiera, creí que estaría durmiendo o algo así. Ni siquiera la escuché estando detrás mío.
El hombre asintió, satisfecho con mis palabras. Ahora pensaba en otra cosa para decir, mientras yo movía mi pierna de arriba a abajo, molesto y nervioso. Estaba angustiado con lo que realmente podría pensar Lili, en cuestiones de lo que yo era realmente y lo que había visto la noche anterior. Me sentí invadido por dudas, y miedos, un sentimiento de querer haber hecho las cosas mejor y que no se tuviera que enterar de la forma en la que lo hizo. Suspiré, me calmé lo mejor que pude y miré a mi padre, esperando a que él dijera algo más.
—¿Estás seguro de que ella lucía asustada en un principio, y luego pareció no importarle? —cuestionó él, con voz dura.
Yo asentí, de forma suave, mirándolo caminar de un lado a otro, con los brazos cruzados. Un sentimiento de incertidumbre se escabulló hasta mi pecho, ¿cómo pude ser tan tonto y dejarme caer ante las tentaciones, sabiendo lo que podía pasar? Pasé una mano por mi cabello, sintiéndome un completo inútil y un perdedor. Además, la supuesta charla que estábamos teniendo ambos, no ayudaba mucho. Ni siquiera era una charla, mi padre nada más hacía preguntas al azar y yo debía contestar con sí o no. Mi padre pensaba cada vez más las preguntas, o las palabras que iba a usar en la conversación. Todo era tenso, el ambiente había cambiado drásticamente y el silencio era terriblemente frío. Seguía moviendo mi pierna, aún más nervioso.