Amante de un vampiro

Capítulo trece (final)

LILIBETH BELLEROSE.

***

En un pestañeo, las semanas habían transcurrido y ahora, estábamos a un paso de la boda. Era al día siguiente, y estábamos todos apurados. Mi familia había sido invitada al hogar Davenport, para tener una extensa charla sobre los preparativos, lo que se había logrado preparar en el lugar donde se haría la fiesta.

—En la puerta de entrada, hay varias tipos de flores preciosas, que hemos elegido muy bien —comenzó a explicar mi madre, emocionada—, dentro de la capilla, hay varias estatuas de ángeles, flores, las mesas están llenas de vajillas elegantes y nuevas, recientemente hechas. -Mi madre novia sus manos, con emoción y entusiasmo, sabiendo lo que pasaría al día siguiente.

La charla fue larga, aburrida y nada más se hablaba de algo que hablemos hablando cientos y cientos de veces en todos lados, con todo el mundo.

—Ah, Lilibeth, querida mía. —Mi madre me miró a los ojos, a punto de decirme algo importante—. Le hicimos algunos retoques a tu vestido, para que sea más llamativo. Sólo algunas flores en el velo, y algunas joyas en la falda, no es tan importante, pero quería comentártelo.

Yo asentí, para nada disgustada con los cambios realizados en mi atuendo para el festejo. Sabía que mi madre no lo hacía para molestarme, quería verme preciosa en mi vestido y le entendía totalmente. Ella siempre se consideró importante mi belleza, y resaltarla sería lo mejor que haría para el festejo.

Suspiré al notar que la tarde iba cayendo, y mis padres ya debían irse, tan pronto como habían llegado. No querían molestar demasiado, además, yo debía irme con ellos, ya que había pasado el tiempo suficiente junto a la familia Davenport y debía volver a mí hogar. Tomé las pocas pertenencias que había llevado al hogar de aquella familia, me despedí de todos con gusto, y luego, me dirigí a mis padres para irme a casa por fin, luego de haber vivido casi una pesadilla. Cerrando la puerta tras de nosotros, corrimos hasta el carruaje y nos metimos dentro, para empezar la travesía hasta nuestra casa, que tanto había extrañado. Miraba por la ventana que tenía a un lado, lo único que veía era campo luego de haberme alejado de aquella mansión extravagante, de una familia rica que había conocido en tan poco tiempo.

No me arrepentía en absoluto de haber estado con aquella familia, pero aquella última noche me hizo ver muchas cosas, y que las historias de terror que me contaba mi padre, eran ciertas. Los monstruos estaban ahí fuera, esperando a por sus presas y escondiéndose para que no los maten y sigan con su raza.

El sonido de la tierra crujiendo bajo el carruaje me hizo sentir mejor, no me era tan familiar como antes, pero seguía haciéndome sentir bien, como esa niña pequeña que solía visitar a sus abuelos maternos en el campo y debía viajar muy lejos, en un carruaje, ella sola. Aunque no era lo mejor, pero mis padres estaban demasiado ocupados en aquel entonces, y por eso preferían mandarme con mis abuelos para que ellos pudieran cuidarme mejor.

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En cuanto llegamos, recorrí mi hogar como si hubiese olvidado su aspecto y sus paredes de piedras viejas, aquellas que siempre habían servido como testigos silenciosos de mis risas y mis lágrimas. Saludé a los que allí trabajaban, mis queridos compañeros de antaño, a cada uno les di abrazos cálidos y sinceros, aunque mis padres no me lo permitían, no me importaba. Ellos merecían amor también, habían sido mi familia en muchas ocasiones cuando la verdadera se encontraba lejos, ocupada con sus propias preocupaciones y ocupaciones.

Recorrí con nostalgia los pasillos decorados con retratos que capturaban momentos familiares, volví a mi habitación, aquel refugio personal lleno de recuerdos, y guardé mis pertenencias en el armario antiguo que había pertenecido a mi abuela. Toqué las telas que estaban sobre mi cama, suaves y gastadas, cada una contaba una historia de noches de sueños inquietos, de libros leídos a la luz de una lámpara tenue. Hice todo lo posible para volver a sentirme en mi hogar, como lo hacía hasta hace un tiempo atrás.

Todo era tan extraño, me casaría pronto, y dejaría todo esto atrás, como una mariposa que emerge del capullo, dejando tras de sí el lugar que siempre conoció. Solamente podría visitarlos, pero no podría estar todos los días resguardada en mi habitación, leyendo un libro y dejando que algún jovencito de mi hogar me peine el cabello, escuchando sus risas y sintiendo su compañía. Esa rutina, que parecía tan simple, se desvanecería en el aire una vez diera el paso hacia el matrimonio. Además de poder tomar té a cualquier hora del día, como era mi tradición, aunque eso podría implementarse a mí matrimonio, si llegábamos a tener alguna servidumbre. Pero la posibilidad de un hogar diferente también me preocupaba; ¿tendría la libertad de disfrutar de esos pequeños placeres, de crear un espacio donde la calidez y el amor fueran el núcleo de la vida cotidiana? Así, mientras recordaba cada rincón de este refugio, comprendía la dualidad de mi corazón: la emoción de una nueva vida y la tristeza por dejar atrás lo que siempre había sido mi mundo.

Suspiré y salí de mi habitación, mis padres habían pedido algunos pastelitos y unas tazas de té por mi regresó a casa y mi pronto matrimonio. Tampoco era tan importante, solamente había vuelto después de algunos meses fuera en cuanto la boda se arreglaba. Claro que en mi hogar siempre era recibida con los brazos abiertos y con todo el amor del mundo, eso me agradaba y me era reconfortante tanto cariño recibido por parte de todos en mi hogar. Me senté en la mesa, dispuesta a escuchar de todo lo que me había perdido durante el tiempo en el que no estuve en casa. Quería escuchar las increíbles historias que tenían mis padres para contarme, luego de estar lejos tanto tiempo lejos.

Habían llegado cartas de mis amigas a casa, que ellos se encargaron de enviarme hasta el hogar de mis suegros, muchas personas importantes habían visitado mi hogar, para felicitar a mi padre y madre por mi casamiento, tan oportuno como temprano. Una jovencita tan joven como yo debería aprovechar su fertilidad para hacer una familia pronto, aunque no fuera un trabajo fácil. Tener una familia tardaba meses o años en formarse, y luego, criar a los hijos mientras tú esposo estaba de negocios, no era trabajo fácil en absoluto. Me sentí brutalmente invadida por una responsabilidad que todavía no me tocaba soportar, detestaba la idea de ser madre, pero era lo que me tocaba si quería que mi familia fuera bien vista por la sociedad.




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