Alba
Con paso lento pero firme me planto frente mi gruñón favorito, no dejando sino unos pocos, casi inexistentes
centímetros entre los dos. Tan cerca como para sentir el calor que emana de su cuerpo. Tan cerca como para ver el momento exacto en que traga saliva y su manzana de Adán se mueve de arriba abajo, bailando bruscamente en su garganta. Se queda muy quieto y me observa con esa mirada de «sé lo que tramas y no te vas a salir con la tuya» pero la realidad es otra.
Yo lo sé.
Él lo sabe.
Y aun así, ambos fingimos no saberlo.
Con mis manos acaricio un poco sus hombros antes de finalmente reducir por completo el espacio para empinarme y dejar un casto e inocente pero significativo beso en sus labios.
Un pequeño contacto, un leve roce que para ambos es tan insuficiente pero placentero como una gota de agua en el desierto que al separarme soltamos un suspiro coordinado que inevitablemente nos hace sonreír por igual. Intento poner distancia cuando me dispongo a seguir hasta la puerta de la habitación contigua que conecta el consultorio con mi oficina pero siento como una mano se enrosca en mi muñeca y rápidamente me lleva contra el cuerpo al que pertenece. Ethan ubica su otra mano en la parte baja de mi espalda y no tengo tiempo a reaccionar ni bien ni mal cuando vuelve a posar sus labios sobre los míos en una muestra inequívoca cargada de afecto, ira y posesión.
-Espero que no se repita, Alba -Exige con la voz más varonil y autoritaria que conozco. De esas que no se necesitan alzar para imponerse sobre mil más- Detesto esperar. -añade aunque sé que no es precisamente por eso.
Y claro, yo aturdida aún por tan inesperada acción solo soy consciente del movimiento de su boca al hablar cuando asiento repetidamente a sus palabras.
-Bien -respiro profundo fijándome ahora en sus ojos que pasaron de azul grisáceo como cielo antes de la tormenta a uno más familiar. Azul hechizante como mar en calma. Su azul, nuestro azul- Ahora por favor acompáñame -pido y no hace ademán alguno de moverse por lo que insisto cogiéndolo de la mano- ¡Vamos!, te daré tu obsequio.
Sonríe y sé que ha vuelto el Ethan encantador, aunque malhumorado, infantil y odioso cuando se lo propone.
Sí, la cosa es que es irremediablemente tan voluble como guapo. Y eso me encanta. En ocasiones creo que exagera y me preocupa... pero ME ENCANTA.
«Vale tía que ha quedado claro eso, no tienes que gritar»
Lo siento, me deje llevar, me disculpo con mi yo miniatura dentro de mi cabeza.
-¿Obsequio? -enarca una ceja a la vez que sus hermosos ojos se iluminan como par de topacios expuestos a la luz solar. Me vuelvo e inconscientemente me pregunto si alguna vez me acostumbraré a la perfección de este hombre- ¿Acaso es mi cumpleaños y no lo recuerdo?
Camino seguida de Ethan hasta a mi oficina o más bien mi sala de esparcimiento y descanso como yo le llamo. Al abrir, alargo mi mano a la derecha sobre la pared para encender las luces. Generalmente ya las habría encendido a esta hora pero mi agenda de hoy no me dio espacio más que veinte minutos para un breve almuerzo que consistió en solo una porción de ensalada Waldorf y un delicioso jugo verde, hecho a base col, nopal, acelga, rúcula y jugo de mora.
Voy hasta el escritorio ubicado al final de la habitación que rodeo en busca del regalo. Ya en el asiento reclinable de cuero blanco, abro el primer cajón inferior de la izquierda y coloco la cajita color oro sobre el frío cristal transparente.
-¡Feliz décimo aniversario mí ya no extraño! -bromeé.
Ethan abre los ojos como platos, parpadea rápidamente e intenta disimular el mosaico de emociones que es su cara en este momento. Y es allí, cuando en medio de uno de esos lapsus epifanísticus me doy cuenta de dos cosas:
La primera y más importante me pone a repararlo desde el lacio cabello áureo perfectamente cuidado y peinado lo suficiente hacia un lado para dar esa apariencia entre formal y despreocupada que honestamente no sé cómo consigue sin necesidad de aplicarse nada. Cejas pobladas, definidas y ligeramente arqueadas en las esquinas sobre unos ojos almendrados tremendamente azules. Nariz griega, labios carnosos rebosantes de color para formar un admirable rostro simétrico que va perfecto con un cuerpo que es 90kg de puro músculo y 0% grasa. Hasta la suma de un todo que da como resultado al hombre de 1,90 de estatura (intimidante para algunos, protectora para mí) que me hace ver una vez más lo sumamente afortunada que soy porque sí, a pesar de todo... soy muy afortunada, me digo.
Y la segunda cosa, también fácil de deducir. Ethan lo había olvidado. Algo normal que se vivía prácticamente en cada fecha importante con él. Extraño hubiese sido que recordara que fecha es hoy. Eso sí. Y del todo impropio de él por supuesto. Aunque a decir verdad eso siempre me ha tenido sin cuidado.
« ¿Por qué habría de molestarme su mala memoria si uno de mis más grandes deseos es que en su momento el señor le concediera la dicha de olvidar? »
Ethan
Joder, joder... ¡JODER!
Debí suponerlo.
Tenía que saberlo cuando he notado en su voz esta mañana que parecía mucho más alegre que de costumbre y repitió un par de veces esta semana algo acerca de nuestro encuentro ineludible.
Todas las señales estaban allí.
Frente a mis narices y por supuesto, no sirvieron de nada.
« ¿Cómo no lo noté? ¿Cómo no lo recordé? » me cuestiono.
Porque soy olvidadiz...
«Porque eres idiota, -soy interrumpido por esa molesta voz que se hace llamar mi conciencia- ah y eso de olvidadizo también, claro »
Alba se esfuerza tanto en cada sorpresa y yo no soy capaz ni de recordar una simple y jodida fecha.
Tengo que pensar algo rápido. No puedo dejarle saber que lo he olvidado por completo.
«Piensa Ethan, piensa» me presiono internamente.
Editado: 21.07.2024