Alba
Llamamos el ascensor y subimos en absoluto silencio. Me cuesta trabajo digerir el inapropiado comentario de Emyl.
«¿Habrá escuchado él? »
Qué vergüenza, pienso.
Solo de imaginarlo se me encoge el estómago con un inconfundible nudo de nervios y otras emociones que desde luego no me gusta manejar.
Llegamos al estacionamiento subterráneo del edificio y nos adentramos en el aparcamiento en
busca de nuestros respetivos coches. El silencio que nos arropa solo es perturbado por el sonido que ocasionan nuestros pasos. No hay señal aparente de alma viva por aquí. Divisar dos autos que contrastan totalmente ubicados uno al del otro detiene nuestra caminata.
El suyo y el mío.
Me detengo a la vez que empiezo a buscar las llaves en mi bolso de mano a juego con mis zapatos igualmente negros tipo Chanel pearl flats sandals pero Ethan acaba la acción al arrebatarlo de mis manos.
–¿Qué haces? –Interroga frunciendo el ceño.
–Busco las llaves de mi auto... o eso hacía. –Intento parecer inocente pero sé a qué se refiere.
– No las necesitas –vuelve a fruncir como si lo que digo no tuviera sentido– Vamos juntos.
– Sí, pero es mejor que cada uno vaya en su coche –Extiendo mi mano para coger el bolso pero lo alza dejándome aún más lejos de mi objetivo– Lo necesitaré para volver aquí mañana. –alego perdiendo en mi intento de convencerlo.
–He dicho que vienes conmigo. –proclama con calma pero firme en un tono que no admite replica, al tiempo que se me acerca tanto hasta hacerme retroceder y finalmente tocar con la parte posterior de mi cuerpo el vehículo que oficialmente ha sido relegado a pasar la noche en este lugar.
Su elegante y muy caro traje a la medida crea una especie de fricción con la seda de mi vestido, puedo percibir su respiración chocar contra mis labios cuando su dedo pulgar delinea su forma casi superficialmente.
El corazón amenaza con salírseme del pecho y por un momento, así lo creo.
Me planta un beso fugaz que aunque no es más que un simple roce me pone a temblar.
–Me quedo las llaves y yo me encargo de que lo tengas a primera hora.
– No es necesario, pequeño, puedo tomar un taxi.
– Información importante si fuese sido una pregunta –dice mientras se adelanta a su coche y abre la puerta del copiloto para mí– Sube. –ordena.
¿Tengo que decir que ganó y por ello hago lo que me dice?
«No querida. Evidentemente nunca tuviste oportunidad»
Me acomodo en su ostentoso asiento de cuero. Una de sus más recientes adquisiciones ha sido este Aston Martin One-77. Un insignificante capricho que le ha costado más de dos millones de euros. Impresionante cifra con la que podría alimentar como mínimo a diez familias por todo un año sin privarse de nada. Y créanme cuando digo que sin privarse DE NADA. Es rebosante de ese purista diseño británico, sobrio y soberbio a partes iguales y Ethan alega que ya no es un coche, es un elemento de colección, arte, automovilismo futurista mejor planteado o un poco de cada cosa. Es modelo limitado, solo se fabricaron setenta y siete y por años estuvo tras de uno, hasta que consiguió este en una subasta. Por supuesto, solo alguien como el hijo mayor de Roberto Vega, dueño de Imperio Vega (IV), puede permitirse semejante e innecesario lujo.
Se desliza a mi lado y echa andar el motor de su nuevo juguete mientras conecta el iPod que le regalé inundando el espacio de One Less Lonely Girl porque...
«Es fan de Justin Bieber. Muy fan. Superrr fan...»
Gracias, creo que lo entendieron.
«No pasa nada, estoy aquí para lo que necesites y se lo difícil que es para ti decir que nuestro chico es un Beliebers »
Omitiendo la confesión no pedida de mi pesada conciencia, pues sí. Puede que Ethan y yo no compartamos gusto musical pero después de tanto he aprendido a escucharlo como el los míos. Incluso me permito disfrutarlo en su compañía.
La llegada a El paseo de la Castellana me toma por sorpresa. El viaje fue rápido y The Place, el gran hotel cinco estrellas nos recibe como siempre. Ethan rodea el frente del coche y amablemente en su imponente e impoluto traje negro de tres piezas me invita a salir. Los de seguridad no tardan en reconocerlo y rendirle los acostumbrados honores.
Anteriormente solíamos venir con frecuencia pero últimamente hemos estado tan sumergidos en nuestras ocupaciones que no ha sido posible. Ethan se prepara para ser el sucesor de su padre en el negocio familiar y yo estoy divida entre los estudios para la licencia especial y el consultorio.
Un camarero nos acompaña y me sorprendo al ver que nos conduce a la terraza. Había pedido reservación allí en nuestra mesa de siempre y pese a que me dijeron que no tenían disponibilidad para hoy al decir mi nombre para cerrar la reserva noté un ligero cambio en la voz que me atendía. Y no es que mi nombre por si solo tenga tanto peso, claro que no y podría jurar es por el apellido del galán que me acompaña. Soy tan conocida en este lugar como todos los Vega. Aun así creo que puede ser un error.
–Disculpe, joven, creo que se ha equivocado de lugar –apunto y tanto él cómo Ethan me miran con la pregunta escrita en su rostro– La reservación –explico.
– ¿Usted es la señora Montero? –indaga de un modo que parece más una afirmación que una pregunta por lo que solo asiento– Entonces estamos en el lugar correcto–vuelve a parecer seguro y opto por quedarme callada– Tomen asiento, por favor –solicita a lo que Ethan corre mi silla y procede a sentarse el también– ¿Los señores ya sabéis que vais a ordenar?
–Lo mismo de siempre y mientras, un coctel de frutos rojos sin alcohol y un whisky seco, por favor. –contesta Ethan con la seriedad que lo caracteriza.
–Entendido señor. Permiso. –Asiente para retirarse.Y muy pronto regresa con los tragos.
Ethan propone un brindis por nuestros diez años. Al cabo de un rato llegan los platos, cenamos y luego pasamos al postre que le doy de comer a mi acompañante en la boca. Me encanta tanto consentirlo y sobre todo que él se deje en lugares públicos. Tener este tipo de momentos siempre será mi pasatiempo favorito.
Editado: 21.07.2024