Amante Fiel

CAPÍTULO XI

Ethan

Fuera de casa todo estaba en calma. El silencio como el frio era excesivo y solo la luna parecía ser parte de una noche precaria. Mis ganas de llegar habían crecido gradualmente conforme me acercaba y para cuando estuve dentro fui directo a las escaleras. Subiendo con la misma precaución y ansiedad que al entrar. Había pensado en ir a la habitación de mi hermana pero me detuve cuando me percate de la luz encendida en mi alcoba y sin molestarme en tocar, pasé.

Tenía derecho, ¿no?

«Pues claro es nuestro espacio». resopla mi conciencia poniendo los ojos en blanco.

Todo fue muy rápido. Alba estaba acostada sobre su estómago, apoyada en sus codos mientras sostenía un libro con ambas manos y las piernas cruzadas agitándolas en el aire. Vestía un pijama corto de seda negra con encaje y el cabello recogido en forma de bolita con unas que otras hebras rebeldes sueltas que colgaban cerca de su rostro de porcelana.

¡Joder! Aquella vista debía de ser lo más próximo que estaría al paraíso.

Aunque a decir verdad hace tiempo la considero más como mi utopía personal, mi lugar ideal pero inalcanzable como nada. De pronto se convirtió en un borrón. Se giró en mi dirección, durante un segundo se mostró impasible, incrédula y terminó saltando enérgicamente de la cama para arrojarse a mis brazos que reaccionaron rápidos al prepararse para recibir su peso. Pasó sus manos alrededor de mi cuello y enroscó las piernas en mi cintura como especie de un candado humano.

– ¡Viniste! –exclama en un grito, a la vez que se ilumina su rostro.

Creo que la sangre sube a sus mejillas pero no estoy seguro porque con la misma velocidad entierra su cabeza en mi pecho interfiriendo mi magnifica vista.

–De haber sabido que me recibirías así, no me demoro tanto en volver. –la estrecho fuerte para luego acariciar su espalda con una mano y con la otra mantener su cabeza pegada a mi pecho.

– ¡Dios!, te he echado de menos. –confiesa en un murmullo como para sí misma pero que logro escuchar

–Yo también te he echado en falta, pequeña. Yo también... –declaro y sabía que extrañarla era quedarse muy pero que muy corto.

Aprieta más el abrazo y su exhalación de placidez traspasa la tela de mi camisa quedándose un leve cosquilleo en la zona donde su aliento se coló.

Permanezco de pie con ella sobre mí unos minutos en absoluto silencio. Este tipo de silencios que entre nosotros son tan... reconfortantes. En los que no necesitamos palabras pero nos decimos mucho. Y son por estos momentos que mi vida es lo que es. Podían transcurrir horas y horas en la misma posición hasta que me cansara pero sabía que eso no sucedería y como quería hacer algo decidí tomar la iniciativa de separarnos.

–He traído algo para ti, –anuncio– ¿te lo puedo entregar ahora? –pregunto suavemente.

–No te quiero soltar– se queja de inmediato.

–Tampoco yo, créeme, pero te lo puedo mostrar y ya luego vuelves a tu posición todo el tiempo que gustes. –intento persuadir amablemente a mi bebé canguro.

–Ya sabes que no me gusta que me estés comprando cosas –musita débilmente sin moverse ni un poco– ¿Vas a dejarlo alguna vez?– protesta apenas sin elevar la voz.

–Este no me ha costado nada. –aseguro.

Automáticamente despega su cabeza y se aleja lo suficiente para mirarme. Sus iris brillan delatando sus emociones. En su azul reconozco la curiosidad, desconfianza y suspicacia. Eleva una ceja y veo como busca indicios de que sea falso lo que dije.

–Lo prometo. –agrego levantando la mano derecha para secundar lo dicho, sonrió para infundir confianza y la sostengo mientras con la otra mano.

Me dedica una última mirada recelosa antes de asentir.

Deshace el agarre del cuello al tiempo que depositaba con cuidado sus pies descalzos en el suelo. Dejo un beso suave en su frente y me giro en busca del paquete que dejé al pasar.

Cojo la caja blanca con el gran lazo azul en el centro. Es grande pero ligera. Se la entrego, sus pequeñas manos la toman y al sentir su peso me mira con los ojos entrecerrados. La intriga dominaba el resto de las emociones. La pega a su cuerpo para sujetarla con una mano y con la otra tira de la cinta que desata el lazo. Cae ligero sin hacer el menor ruido dándole libre acceso para quitar la tapa.

Su gesto cede espacio a la confusión y un poco a la decepción aunque lo ocultaba muy bien. Solo que diez años no pasan en balde y podía descifrar sin esfuerzo cada emoción que le cruzaba el rostro. Hasta que finalmente levanta la cabeza en busca de mis ojos realmente contrariada

–Esta...

–Vacía, –completé por ella–como yo...

Silencio.

Sigue mirándome sin comprender.

Y yo sí que lo estaba disfrutando. Que una psicólogo se quede sin palabras no es nada fácil de conseguir.

– ¿Qué es un rey sin su reina? ¿Qué es un artista sin su musa? y dime pequeña, ¿Qué soy yo sin ti? –tomo su mano, estaba fría y temblorosa, la poso en el lado izquierdo de mi pecho, justo sobre mi corazón que latía desenfrenado antes de añadir–Todo cuanto tengo lo he dejado aquí... contigo.

Contiene la respiración, observa fijamente nuestras manos unidas sobre mi pecho y...

–Oh, Ethan. –gimotea en un susurro al soltar la caja para aferrarse a mi nuevamente con mayor ahínco.

Esta vez como está de pie me rodea con su abrazo poco más arriba de la cintura, es tan pequeña que se pierde entre mis brazos pareciéndome demasiado tierna. Percibo su frágil cuerpo removerse inquieto. La tela blanca de mi camisa se pega a mi cuerpo por la humedad.

¿Humedad? ¿Por qué estaba mojada?

« ¿No lo sabes? De nuevo está llorando...»

–Hey, –reclamo cortés su atención– pequeña. No hagas eso. ¿Por qué lloras?

Deslizo una mano por su cabello de arriba abajo rítmicamente para tranquilizarla y también yo necesitaba algo que me calmase.

Quería que mi presencia la hiciera feliz no todo lo contrario. Lo último que deseaba después de escucharla tan mal al teléfono era repetir la escena en persona.




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