Amante Fiel

CAPÍTULO XIII

 

     Alba

Hacía una semana que no iba a casa de los Vega, como era de esperarse Ethan no había permitido el ingreso a su novia pero tras hacerla esperar en el salón y entregarle lo que sea que ella había ido a buscar y despedirla evidentemente disgustado por su imprudencia, según sus palabras no las mías, todo se tornó tan incómodo y tenso, especialmente para mí, que me las he apañado para evitar un encuentro similar.

Me encontraba un poco agotada debido a los últimos días sin poder conciliar el sueño por motivos varios, procurando concentrarme en mis pacientes pero no fue hasta pasadas las once que compuse sinceramente el ánimo. Emyl me había avisado que mamá estaba de regreso y aunque de momento no podía interrumpir la consulta eso sin duda aligeró mi estado.

Ya la extrañaba.

A pesar de que pasaba mucho tiempo afuera sin hacer más que una ocasional llamada, cuando llegaba me llenaba de esa sensación de sosiego que solo una madre podía transmitir.

Mamá siempre sería mamá, con sus ocurrencias o despistada yo la amaba y me alegraba que viviera su vida de la manera tan despreocupada en que lo hacía.

Al llegar la hora del almuerzo Ethan pasó por mí tal y como había prometido.

Mamá que no estaba en nuestros planes nos acompañó o yo a ellos, ya no estaba segura.

Ethan y mi madre llevaban una excelente relación, en la que indiscutiblemente existía un cariño mutuo. Hablaban sin parar poniéndose al corriente de todo lo que habían hecho desde la última vez que se vieron.

Puse los ojos en blanco en mi interior.

Era el mismo que llevaba sin verme a mí pero aun así parecían tener más cosas que contarse. Claro, los dos tenían una vida social e incluso laboral más activa que la mía. Sus negocios incluían viajes, sus reuniones podían ser fácilmente catalogadas fiestas y evidentemente no se preocupaban por la connotación que su interlocutor daba a cada una de sus palabras. Desde luego, yo sí y no es que me disgustara, pero explicaba cómo podía ser fácilmente desplazada en sus conversaciones. La mayor parte de mi vida se desarrollaba alrededor de cuatro paredes. Bien sea las de la casa o las del consultorio.

Llegado el momento de retomar las labores, pasamos a dejar a mi madre en la casa, Ethan me llevó de regreso a mi consultorio y se despidió con un casto beso en los labios para hacer lo propio.

La tarde fue más de lo mismo. Y cuando llegué a casa, mamá me esperaba en el salón principal con una sonrisa un poco siniestra que no comprendía y me asustaba un poco

–Cariño –dijo arrastrando las letras más lo debido.

– ¿Si? –respondí confusa.

–He visto ropa de alguien en el cesto y... –explicaba con una sonrisa completa que por poco no le cabía en el rostro. Y casi me doy de golpes mentales por no haber puesto la lavadora para evitar el comentario pero tampoco es como si pudiera saber cuándo esperar o no a mi madre. 

Ella era... impredecible.

–Y nada, madre –puse los ojos en blanco y continúe con gesto exasperado– Ethan se quedó hace un par de noches para hacerme compañía y como siempre no pasó nada. No va a pasar nada – hice énfasis en la última frase para dejarlo claro tanto para mi madre como para mí...

También me debía repetir el discurso en voz alta para mantenerlo fresco y no dejar lugar a dudas. Hacerlo mentalmente no era igual. El peso característico de las palabras pronunciadas confería mayor credibilidad.

–Ay cariño. Cuanto me habría gustado a mí estudiar psicología –se lamentó vagamente, no lo decía enserio– Ser contadora no me ha servido de mucho para entenderte...–me dedicó una pequeña sonrisa.

Aquello fue el final de la conversación. Era inevitable que por lo menos una vez por semana mamá tocase el de tema de Ethan. No la culpaba pero eso alimentaba constantemente mi remordimiento.

Esa ocasión como en los días anteriores, no pude dormir por lo que la primera mitad del martes fue una pesadilla. La jaqueca por el poco descanso era tremenda y tuve que maquillarme un par de veces durante el día para cubrirme las fúnebres ojeras que se revelaban cada que podían.

De nuevo almorcé con Ethan pero esta vez sin mi madre. Ella andaba de compras con algunas amigas y nosotros tuvimos una comida tranquila. Si excluíamos el hecho de que un camarero me observó fijamente por menos de dos segundos y eso a Ethan no le gustó, al punto de sugerir que fuésemos a otro lugar, lo que desde luego tuve que aceptar porque ese hombre no habría tenido paz o el camarero no hubiese salido con vida.

De regreso a mi puesto, concluí sin verbalizar (no podía revelar información o dar indicios de lo observado que pudieran influir en la persona) que mi último paciente realmente iba bien, a pesar de que se trataba de su tercera sesión de las cuatro acordadas con sus contratantes para hacer la evaluación exhaustiva del perfil, llevaba buen desempeño. Yo lo basaba en tres partes y una de ellas se dividía en dos. Pruebas profesionales, psicotécnicas y las de personalidad que incluían test de personalidad introspectivos y proyectivos.

Hasta ahora consideraba que lo único resaltante era que debía enfocarme en ayudarlo a eliminar los restos de su TEPT el cual había determinado por sus respuestas que padeció en algún momento y ahora solo quedaban resquicios con uno de los síntomas de esto y es el que le impedía hablar de todo el evento con total normalidad y entendiera que no estaba mal sentir malestar al hacerlo, así como otros sentimientos o sensaciones porque aún se encontraba dentro del tiempo establecido o considerado normal que es entre los primeros 14 a 18 meses posterior al evento pero que mi deber por supuesto, era que dicho periodo no se extendiera. Aunque cada caso de duelo es diferente, ese es el tiempo límite estipulado a nivel científico en el que la persona logra volver a una situación comparable a la fase previa, con una mejora en el estado de ánimo y con el abandono de los problemas psicosociales.




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