Amante Fiel

CAPÍTULO XVI

 

     Ethan

La noche fue muy corta, como cada que la pasaba con ella. Aunque tal vez lo era más porque no pude dormir. Pase cada hora contemplándola; su piel suave e inmaculada, su cabello brillante, sus pequeñas manos sedosas, su tierno y hermoso rostro perfectamente esculpido, el sube y baja sosegado de su pecho que produce su respiración... cada minúsculo detalle de ella me parecía inestimable. Ni la suma de todas las posesiones que tenía se comparaba con Alba, que de por si no podía llamar mía ahora, pero nada me daba más miedo que perderla.

¡Qué curioso!

Podría perder todo cuanto tenía y no me importaba, pero pensar siquiera en la posibilidad de perderla a ella era enloquecedor. El pensamiento más apocalíptico al que había tenido que enfrentarme y que debía sacar de mi mente.

Se removió inquieta cuando encendí la luz y se quejó cubriéndose el rostro con una almohada. Eso ocasionó en mí una sonrisa inmediata. Era una imagen para adorar. Solo debía verla para que todo en mí sanara. Era como si funcionase con un clip similar al de un interruptor y listo, todo quedaba resuelto.

El nombre de Alba era perfecto para ella. Era la viva representación de luminosidad, de aquello que siempre brilla sin conocer oscuridad. Alba al igual que la aurora significa para mí el principio de todo, es mi despertar, mi amanecer particular. La que a pesar de que no salga el sol para los demás, garantiza para mí una alboreada llena de luz.

– ¡Buenos días, pequeña! –pronuncio en un canto arrodillándome para quedar a la altura de su lado de la cama.

–Amor... –alarga la letra final al gruñir por lo bajo aun sin abrir sus ojos.

–Diga, señorita.

–Quiero dormir –usó su tono infantil/manipulador, no pude evitar reír y poner los ojos en blanco aunque sabía que no podía verme– Dormir muchooo. – da énfasis en la o y vuelvo a sonreír por la ternura que me embarga al verla así.

–Ya lo sé, pequeña, ya lo sé –acaricié el cabello que quedaba libre de su escudo de plumas– Yo igual quisiera estar allí contigo pero debemos aprovechar el día, ¡venga! – la insté a levantarse.

Descubrió su rostro y me miró desdeñosa con el ceño fruncido. Se cruzó de brazos tan adorable.

– ¿A dónde vamos? –preguntó aun con el ceño fruncido.

–Es una sorpresa.

Pasaron unos minutos hasta que Alba al fin se levantó. Yo estaba listo y tenía dispuesto todo lo que ella usaría, que por cierto se extrañó al ver que le había elegido un atuendo tan deportivo. Ese no era precisamente el tipo de ropa que más le gustaba llevar así como no era amante a los deportes. Aunque esta ocasión incluía ambos.

Se había estado quejando todo el trayecto desde que salimos del hotel porque no le decía que haríamos pero cuando me detuve en nuestro destino ya no dijo nada, finalmente se quedó en silencio observando el lugar con desconcierto y algo de ¿perplejidad? No lo sé, pero su boca y ojos estaban muy abiertos. Rodeé el auto para abrir su puerta y ayudarla a bajar ya que al parecer no pensaba hacerlo por sí misma.

–Buen día señor, Vega –dijo en coro el equipo de apoyo que nos esperaba formando un par de hileras que daban la ilusión de un puente o senda que atravesar. –Señorita, Montero.

–Buenos días. –respondió ella y yo solo les di un asentimiento con un sonrisa de boca sellada.

–Cuando usted nos indique iniciamos con las instrucciones, preparación y colocación de los equipos.

Dicho esto asentí nuevamente y me giré con una sonrisa hacia Alba que se había quedado rezagada por unos cuantos pasos.

–Estamos aquí para-para hmm, –la vi tragar saliva y tartamudear, un claro indicativo de que estaba un poco nerviosa– ¿vamos a saltar?

–En efecto, –sonreí ampliamente ante su reacción– pero no tienes de que preocuparte, ¿de acuerdo? –me acerqué y tomé sus manos heladas para mirarla fijamente– Estaré contigo en todo momento.

La había llevado al aeródromo de los Oteros, León para saltar en paracaídas, sabía que Alba no era la persona más extrema que conocía pero tampoco era una cobarde.

Lo soportaría

Podría vivir con ello

Y es que me entusiasmaba la idea, desde hace tiempo quería hacer esto y no podía pensar en otra compañía que no fuese ella para vivir esta experiencia. Aunque al principio se mostró tímida, cuando le hablé todos sus miedos se disiparon y solo me regaló una sonrisa llena de seguridad. Tenía claro que no la pondría en peligro y desde luego, confiaba en lo que dijera. No empleaba negativa a nada de lo que propusiera... o casi nada, pensé.

Con la única excepción de no aceptar compartir el resto de su vida conmigo, por lo menos no como mi pareja. Tenía fe de que algún día eso cambiaría, de eso estaba seguro y yo estaría allí, esperándola.

Ella me quería más que como un simple amigo por así decirlo. La verdad siempre habíamos sido más que amigos pero menos que novios.

Alba no soltó mi mano ni una sola vez. Nuestras manos entrelazadas, repiqueteos en el suelo con la punta de su zapato y tal vez mordidas de labio por su parte, fue lo que predominó mientras nos explicaban el proceso pero aun así, no se acobardó. Y tras un cuarto de hora de instrucción llegó el momento de dar el siguiente paso: ponernos los arneses.

Concretamente, haríamos salto tándem, lo que implicaba: unos veinticinco minutos de vuelo en avioneta hasta conseguir estar a unos cuatro mil metros sobre el suelo, luego una caída libre de más o menos treinta cinco segundos a una velocidad aproximada de doscientos veinte Km/h y al descender la mitad de la altura abrir el paracaídas para disfrutar de por lo menos ocho minutos más en el aire.

Para asegurarme de que el momento perdurara en el tiempo más que solo por el recuerdo de mi memoria que sería una copia exacta del acontecimiento, un monitor ubicado sobre los cascos protectores también se encargarían de grabar un video full HD y un reportaje fotográfico para documentar cada detalle.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.