Alba
No era ingenua y eso Ethan lo sabía.
Así como yo sabía que él podía comprar el silencio de los agentes o la inmobiliaria entera si se lo proponía.
Por lo que desistí en seguir gastando energías en una batalla perdida.
Era inútil porque aunque estaba segura de que Ethan mentía, no tenía forma de probarlo.
Me hice con la tarjeta y como sugirió me encargué de resolver todo referente a lo legal. Incluso me llegué a arrepentir en algún momento. Era tedioso y seguramente Ethan lo habría resuelto desde la comodidad de su casa con solo una llamada. Y a pesar de que me habían ofrecido la mejor de las atenciones, tampoco quise abusar o recibir un trato preferencial. Exigí que se siguiera el procedimiento tradicional y me trataran como lo hubiesen hecho con cualquier cliente que no fuera un Vega. No es que yo fuese una, pero ustedes entienden a lo que me refiero. Y así, ignorando cosas como cuando proponían venir a verme en vez de yo ir hasta ellos, al final lo logré.
Ethan, como dijo, se mantuvo al margen muy a su pesar. Siempre procuraba hacer todo para mí lo más fácil posible y sé cuánto le costaba reprimir su original sentido sobreprotector. Es como si pensara que valerme por mi misma fuese un riesgo que no valía la pena correr. Se podía ver adorable pero como psicólogo debía reconocer que era insano.
Muchas actitudes y hábitos en nuestra relación lo eran, en realidad.
Obviando aquello, el siguiente paso era amoblar y decorar.
Mi objetivo era conseguir que funcionara como partes de un todo sin perder la individualidad que debía caracterizar cada área o zona del piso nuevo.
Ethan por su parte ya había sufrido mucho apartándose en lo anterior y con esto no sería igual. Me dejó más que claro que su intervención sería notable. Lo cual era bueno. Sus gustos se parecían mucho a los míos aunque a veces solo diferían en costos. Yo me fijaba en objetos lindos y elegantes y el en uno igual pero de mayor valor. Fuera de ello no hubo mayor complicación. Nos compenetrábamos tan bien que en tiempo record adquirimos absolutamente todo por aprobación mutua.
Dada la situación Ethan pasaba muchísimo tiempo conmigo. Me gustaba y me aterraba a partes iguales. No estaba siendo muy coherente estos días y estaba furiosa conmigo por eso. Aunque no podía negar lo tanto que me entusiasmaba hacer esto con él. Ni de lejos creí que sería posible compartir esta experiencia con Ethan sin necesidad de que fuésemos pareja. Y me agradaba. De verdad era maravilloso y en cierta forma cumplí un sueño. Se había presentado la oportunidad y la aprovecharía.
Debo confesar que me lo permití como un acto más de mi férreo egoísmo.
Sabía que era imposible que Ethan no se hiciera ilusiones pensando que quizá algún día compartiríamos el mismo techo y amaneceríamos en la misma cama en cada amanecer. Y lamentablemente mis deseos por gozar un poco de esa ilusión se interpusieron al buen juicio del que disponía a menudo. Por el día era la más feliz de las mujeres, sonriente y ufana. Y con la llegada de la penumbra la más desdichada, esa que lloraba incansablemente hasta que sus ojos irritados e hinchados hallaban en el maquillaje el más antiguo cómplice.
Me odiaba por lo que le hacía pero le quería a mi lado.
Quería su presencia confortable, su voz tranquilizadora y su incondicional amor.
Quería poder quererlo sin sentirme culpable, sin limitaciones.
Y claro, a su vez me prometía que solo sería hasta que acabara este proceso de transición del hogar. Ya luego marcaría las distancias otra vez.
Lo sé, una felonía tan vil que no merecía perdón de Dios.
Cuando la bondad me alcanzaba de nuevo le pedía a Ethan dejarme para que fuera a ver su novia. Debía insistir demasiado y en ocasiones ofrecer algo a cambio para que reemplazara una comida conmigo por una con Alicia. Ella le llamaba seguido y dejaba mensajes en su correo de voz cuando él no respondía. Lo que es igual al total de las veces. Luego yo hacía morritos para convencerle de ir a por ella.
El resto del tiempo no había más que: Ethan y yo. Ethan, su familia y yo. Ethan, mi mamá y yo. Ethan, sus amigos y yo. Ethan, mis amigas y yo. Ethan, David y yo.
El último grupo era el más difícil de llevar.
Ethan, David y yo... eso sí que era una combinación de lo más compleja. Mi querido Ethan esperaba que mi relación con David acabara el día en que saliera del hospital y más, teniendo en cuenta que aquella golpiza que le dio fue por mi causa. Lo que no sabía es que ahora el guardaba el único y muy valioso secreto que tenía. Uno que solo David conocía y Ethan debía ser el último en saberlo. Irónico considerando el tiempo que conocía a cada uno.
David se había mostrado muy receptivo a mi petición de no divulgarlo por lo que estaba muy agradecida y lo menos que podía hacer era ofrecer mi amistad a ese hombre que estaba solo en un país desconocido. Además que era autentico, extrovertido y echado pa' lante como decía él. Por ello, en ocasiones quedábamos para comer, bajo la custodia, digo compañía siempre de Ethan, por supuesto.
–¿Qué tal os ha ido en el día? –pregunté mientras degustaba una rica pasta fusilli de champiñones con nata y bacón.
–Más agotador que estar haciendo dibujitos en papel, eso seguro. –respondió Ethan
–Crear un diseño es más que dibujar–repuso David con tranquilidad– pero eso solo lo entendería un arquitecto, claro.
–Un trabajo que sin la experiencia práctica del ingeniero no serviría de nada –las palabras de Ethan eran filosas dagas dirigidas a David con el objetivo de rasgar su garganta y abrirla en dos. Sí, una comida típica con ellos– El arquitecto planea quien sabe qué, pero es el ingeniero el que hace de las ideas una realidad tangible, segura y rentable.
–No tendrían seguridad que evaluar sin un diseño que juzgar. –replicó David con una sonrisita de lado y un deje de egocentrismo.
Editado: 21.07.2024