Amante Fiel

CAPÍTULO XXI

 

     Alba

A menudo la sociedad enaltecía a quien fuese capaz de reconocer que había pecado o errado, sin considerar que se volvía un hecho fútil sin acciones de por medio.

Lo sabía y reafirmé en el instante en que lo dicho por Ethan me había calado al punto de hacerme ver la luz proveniente de sus grietas, sabiéndome responsable de transformar lo que antes había sido un hombre de personalidad confiada, segura e inquebrantable en uno que comenzaba a romperse arraigado a un sentimiento de insuficiencia e inseguridad y aun así, reconocerlo no dio para más que guardar silencio e indicarle que subiera conmigo.

Con dificultad llegué al dormitorio porque se me había formado un nudo enorme en el estómago del que ahora no me podía hacer cargo. Entramos sin mediar palabra. Inmediatamente él se sentó aferrando con fuerza ambas manos al borde la cama.

En medio de mi agobio, me acerqué a Ethan que no dejaba de observarme con abatimiento, desazón, y ¿apocamiento? no lo sé. Y posicionada en medio de sus piernas empecé a desvestirlo. Primero la chaqueta americana, luego desabroché su pajarita y pasé mis manos alrededor del cuello para liberarle de la corbata.

Me agaché bajo su estricto seguimiento y proseguí a quitarle los zapatos, al igual que los calcetines.

Primero uno y luego el otro.

Paso a paso, como a un niño

–Lo siento... yo... yo a veces no sé cómo gestionar lo que llevo aquí dentro –musitó y me arrepentí de alzar la vista para encontrarme con su imagen torturada, el cabello sobre su frente tras revolvérselo y llevar una mano a su pecho para dar sentido a lo expresado.

–Acuéstate. Necesitas descansar–declaré con un hilo de voz evitando su mirada que era más de lo que podía soportar justo ahora.

Ethan solo se quitó el cinturón antes de seguir mis instrucciones. Se acomodó igual en silencio con un suspiro resignado y cerró los ojos. Se veía agotado, afligido y no le costaría conciliar el sueño. No me molesté en buscarle un pijama, había sido un largo día y mi pequeño estaba abatido.

–Ven, ven –solicitó adormilado apresando mi muñeca con su tacto firme y abrir nuevamente sus ojos al sentir mis pasos alejarse– No me dejes solo, por favor.

Si Ethan sobrio valía lo que uno en un millón... Ethan ebrio era el único sobreviviente de una especie en peligro de extinción.

¡Ay, Ethan! Mi amor bonito... me dueles.

Me dueles tanto,  pequeño.

Sentí mi vista nublarse al llenarse de lágrimas que pedían a gritos por salir cuando con cuidado de no incomodarle me metí en la cama y recosté del cabecero mientras posó su cabeza en mi regazo y se abrazó a mis piernas dejando que acariciara su cabello. Su agarre intensificando su fuerza como si temiese que fuera a escapar en cualquier momento.

–Así –dio un hondo suspiro de alivio que me erizó nada más entrar en contacto con mi piel– No te vayas, mi pequeña. Nunca me dejes... –suplicó poco antes de caer en un sueño profundo.

Tuve que dejar su cabello para acallar los sollozos que inevitablemente surgieron. Esas últimas palabras habían rebasado la capacidad de mi dique interior y todo lo que había estado conteniendo finalmente se desbordó. Salió libre dejando solo escombros a su paso.

De sentir la presión acelerada, entro en desaceleración cuando los espasmos propios del sollozo me toman y mis sentidos convulsionan. A pesar de que mi pecho sube y baja con rapidez, el oxígeno no consigue llegar a mis pulmones y la falta de aire me nubla la conciencia. Respiro entrecortadamente, desesperada me limpio las mejillas una y otra vez pero no para, la sensación de ahogo me invita a tomarme el pecho ante la opresión mientras mi mente colapsa con reproducciones de todo lo que había pasado en las últimas horas. El emotivo beso de Ethan, la fiesta, la conversación con mamá, las palabras de papi Roberto, el coche nuevo y finalmente... la declaración de Ethan.

¡Dios mío! era demasiado para mí. Tenía miedo, tanto miedo de la persona en la que me estaba convirtiendo.

Era tan dañina... dañina y nociva para los míos.

Cuando no pude parar el llanto, intenté morder mi labio inferior hasta que lo sentí sangrar. Lo cierto es que saber que Ethan era quien peor lo tenía no me ayudaba. Le miraba ahora dormido tan tranquilo, con su hermoso rostro relajado como pocas veces se le veía. Yo no le hacía bien, aunque él repitiera que sin mí no podría estar. Yo estaba segura de todo lo contrario... hasta el día en yo que saliera de su vida Ethan no tendría la oportunidad de ser completamente feliz.

–Oh, mi amor –lamenté entre lágrimas sintiendo el regusto salado en mis labios– por favor, perdóname ¿sí? –Ethan se removió apenas, dormido profundo sin desvanecer ni un poco la fuerza en su agarre.

Ese gesto fue igual al de atravesar la herida latente con un frío cuchillo de acero en contraposición con la llama feroz y salvaje que amenazaba con reducirme a cenizas. Me costaba creer que aunque con dificultad aun podía respirar. Sentía que en cualquier momento mi interior ahogado terminaría por asfixiarme sin remedio o bien de tanto dolor o de tanto amor.

–Te amaré lo que dure mi vida e incluso en lo que sea que haya después de ella– prometí a mi pequeño.



 

Ethan

Me desperté sobresaltado en una habitación poco familiar. De a poco reparé en los detalles mientras me iba reincorporando y recordé donde estaba. Me encontraba en el piso nuevo de Alba pero ella no estaba conmigo. No había más que el frio de la soledad. Desde la panorámica se apreciaba el alba tímida en el horizonte.

En medio del reconocimiento de los espacios y las últimos acontecimientos de la noche anterior, noté mi pecho cubierto únicamente por una camiseta de asillas blanca, más abajo observé mis pantalones en su lugar. Eran los del traje. Fue fácil llegar a la conclusión que Alba me había cambiado pero volqué los ojos y sonreí un poco al ver que no culminó su tarea.




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