Amante Fiel

CAPÍTULO XXVII

 

     Alba

Ya habían pasado varias semanas desde que Ethan descubrió mi refugio, del incidente con David y de lo cerca que estuve de cometer el maravilloso error de estar con él... Aun no me había podido recuperar. Aunque claro, lo de la casa cuna en cierto modo me mortificaba más. Fue tan sorprendente verle allí como abrumador. Aquel recuerdo me perseguía inclemente al igual que sus palabras cuando desperté entre sus piernas en medio del jardín de la mansión Vega.

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Estaba desorientada, con un poco de jaqueca y había tenido una pesadilla. Aunque los parpados me pesaban por lo poco que había descansado los últimos días quería despertar ya.

No aguantaría un minuto más en aquella tortura.

Dolía, dolía mucho y no lo soportaba.

Decidida a salir del tormento al que me sometía mi inconsciencia abrí los ojos.

Antes de incorporarme palpé con mis manos lo que tenía debajo. No era mi cama, no.

Eso me inquietó.

Me levanté de súbito casi en un salto y realmente lamenté haberlo hecho.

Con las manos me arrastré hacia atrás todo lo que pude. Con tristeza descubrí que no había sido una pesadilla. Estaba con Ethan y sus ojos azules me observaban muy abiertos atentos a cada uno de mis movimientos mientras recompuse mi vestimenta. Al parecer mi reacción le descolocó porque me miraba con cautela y reconocí la batalla que libraba al no estar muy seguro de cómo abordarme. Hubiera preferido no despertar. Al menos en el sueño no tenía que soportar el verdadero peso de la intensidad de su mirada. Era aplastante y yo... yo ahorita no podía sostenerla.

–Hey, pequeña. ¡Mírame! –habló suave empleando un tono persuasivo, no hice caso pero tampoco hizo falta, él se encargó. Colocó un dedo debajo de mi mentón y con extrema delicadeza como si tuviera miedo de que fuera a romperme lo alzó hasta que se encontraron nuestras miradas. En la suya brillaba la incertidumbre, la angustia y ¿miedo? –Solo soy yo –dijo señalando con su otra mano a su pecho– Estas bien... todo está bien ¿vale?

«Solo soy yo» repitió con sorna mi mente. Debía de ser una mala broma del destino su elección de palabras. Si ese era justo el problema. Que era él, que siempre era él, por Dios... ¡para mí solo existía él!

– ¿Has tenido un mal sueño? –inquirió al no recibir respuesta y su inocencia me produjo ternura.

–Ojala. –musité volviendo abajo la cabeza de nuevo pero no había completado mi acción cuando me lo impidió. 

Entre ambas manos cogió mi rostro para evitar que le esquivara. Un segundo vi el potente azul de sus iris, era sobrecogedor y al siguiente cerré los ojos. Resopló cuando comprendió que no conseguiría su objetivo.

–Alba, pequeña... –su voz habitualmente ronca me estremeció porque ya no había duda, ahora era todo seguridad y decisión– No sé lo que te ocurre y tampoco te pediré que me lo cuentes... evidentemente no está entre tus planes –suspiró nostálgico– De haber sido así, ya me lo habrías dicho. Y aunque no negaré lo mucho que me inquieta que tengas algo que no puedas confiarme... –«Oh Ethan y tanto que no te he contado» se recriminó mi necia consciencia– pero yo solo espero que no dudes de una cosa: yo estaré para ti hoy y siempre. Sin importar las circunstancias, consecuencias u obstáculos –dijo rotundo, tragué saliva incapaz de hablar o verle– Alba, eres mi vida y estar contigo y para ti es lo único que me importa. Juntos o no, casados o como amigos, con o sin hijos... tu eres mi plan de vida, mi sueño, mi meta. Sin ti todo carece de sentido y tú eres lo único que realmente necesito para ser feliz –apenas y se detuvo a coger aliento– ¿comprendes?

«Sí que lo comprendo» pensé. Si conocía a Ethan había llegado a la conclusión de que probablemente no pudiera tener hijos. Debía de estar diciendo aquello para restarle importancia a lo que comentó en el hogar Todos somos niños pero a mí no podía engañarme, yo siempre había sabido lo tanto que quería ser padre y lo que significaba para él formar una familia.

Su familia.

Nuestra familia.

Un temblor me recorrió con violencia cuando decidí abrir los ojos. A unos escasos centímetros de mí, Ethan me observaba suplicante. Esperaba algo de mí. Se lo estaba haciendo pasar muy mal...

– ¡Ven aquí! –explayé mis brazos en los que pretendía envolverle pero fue Ethan quien tiró de mi hasta quedar a horcajadas sobre él, con los brazos alrededor de su cuello y los suyos presionando mi espalda. Enterró su cabeza en mi cuello e inspiró profundamente. Yo hice lo mismo con él. Su olor... ¡oh! el delicioso y único aroma a Ethan...

–Te amo, ¿sabes? –murmuró pegado a mi cuello.

–No, yo te amo...–repliqué con apenas fuerzas.

–Más que a nada en el mundo...

–Serás... serás un padre maravilloso. No lo dudes ¿sí?–pedí y no esperaba su reacción. Se puso rígido, todo su cuerpo se tensó y el abrazo se volvió un agarre de hierro.

–Déjalo –demandó– Eso no importa ¿vale? –su voz era tan forzada y ronca, le suponía mucho esfuerzo hablar– Yo no lo quiero si no es contigo... si no eres tú. Podría vivir sin todo, excepto sin ti Alba... –declaró, sorbió débilmente y lo supe... el hombre de negocios, actitud confiada y heredero de un imperio, lloraba en mi hombro.

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Desde entonces no había tenido paz. Dejar que me viera allí, dejarme verle en ese estado, sus posibles hipótesis y confesiones... había sido demasiado para mí. Me sentía superada por las emociones de forma nada agradable. Había procurado las distancias en lo posible pero hoy mis esfuerzos quedarían resumidos a nada.

El motivo por el que papi Roberto nos había reunido el día siguiente al aniversario de IV, era para informar que lo primero que deseaba hacer para conmemorar su libertad (así se refería a su retiro) era irse de crucero. Hasta allí todo iba bien. El problema es que incluía a toda la familia. Además, Alicia se presentó ese día en la mansión y el honorable Roberto Vega tuvo que extender la invitación a su persona por la cortesía que le caracterizaba.




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