Amante Fiel

CAPÍTULO XXX

 

     Ethan

Haciendo un esfuerzo único por reunir valor y proveer de aire suficiente a mis pulmones me forcé a emitir palabra. Aun con un nudo en mi garganta. Aun con todo mi ser estremecido, en colapso por el sin número de emociones que me superaban y apenas siendo consciente de las suaves notas de That Should Be Me que provenían de algún lugar, armonizando la habitación y no pude evitar reír internamente por la grata sorpresa de esa elección en específico.

–Y dime, ¿pensaste que te iba a dejar sola en nochebuena?

Habían pasado treinta días.

¡Treinta!

¡Joder!, que fueron los treinta días más largos e insufribles de mi vida. Aunque pareciera imposible, cada minuto sin Alba era más difícil de respirar. Sentía como el exiguo oxigeno anunciaba que llegaba a su fin.

Es por eso que salir de Nápoles me resultó un alivio enorme. Conforme me acercaba a Madrid me sentía igualmente más cerca de Alba... de mi oxígeno.

De pie en el umbral de la habitación de Alba esperaba una reacción que no llegaba y la entendía.

¡Vaya que lo hacía!

Yo estaba casi igual de perplejo.

Creo que verla nunca me había causado semejante impresión. Es como si la observara por vez primera luego de una eternidad. Su hermosa tez pálida y marmórea adornada por las finas líneas de su rostro. Sus bonitos pómulos rellenos, sus delicadas cejas... y dos cosas que me fascinaban mucho más y con diferencia: el claro azul de sus ojos y sus labios rosa delineados a la perfección.

Oh, esa mujer... podría pasarme la vida observándole y no me cansaría. No tendría como.

–Pero... ¿de veras... eres... tu? –fue lo que pudo balbucear mientras me miraba como si fuese producto de su imaginación.

No creía que estaba allí.

Y yo tampoco lo hacía.

No podía creer que al fin le tenía a mi alcance, que podía estrecharla todo lo que quisiera y fue lo que me propuse cuando di un paso al frente y extendí mis brazos en su dirección invitándola a ellos.

–Ven aquí, pequeña. –dije, ansioso por sentir su calor.

No hizo falta más.

Al fin se levantó con rápidos aunque torpes movimientos para lanzarse a por mí. El impacto casi nos hace caer a los dos pero pude recuperarme a tiempo y sujetarla fuerte. Enroscó sus brazos en torno a mi cuello, sus piernas hicieron lo mismo en mi cintura y su rostro... su rostro lo enterró en el espacio de mi cuello donde se desahogó sin oprobio.

Temblaba y sollozaba.

Su pecho pegado al mío me permitía sentir los atolondrados latidos de su corazón. Sus violentas e inestables palpitaciones se mezclaban con su respiración agitada. Habría sido una ironía pedirle que parara porque cuando me vi envuelto en su dulce aroma me embargó una emoción indescriptible que me robó el aliento y una lágrima escapó por mi mejilla. Tuve que cerrar los ojos con fuerza y respirar profundamente mientras la aferraba más buscando fundirla en mí para hacerme a la idea de que de verdad estaba allí, en mis brazos, que mi corazón podía sentir el suyo y que era mía.

Mi pequeña

–Que sepas que si era una prueba... un mes es lo que puedo vivir sin ti. –susurré pegado al hueco en su cuello, haciendo referencia a lo que hablamos el otro día.

Sus sollozos aumentaron y le dejé liberarse, así como yo me perdí en la satisfacción de su presencia.

No me importaba nada más que tenerla. Estar allí con ella era un sueño que había estado deseando desde el instante en que partí.

Esa noche no hablamos. No hacían falta palabras que pudieran expresar más de lo que nuestro comportamiento decía. La llevé a la cama cuando sentí que era apropiado, cuando sentí que era prudente tras horas en la misma posición. Con suavidad la acosté y me acomodé junto a ella sin dejar espacio entre ambos. Nada de espacio. Ya había sido suficiente y ahora solo quería que su calor fungiera de testigo que de verdad estábamos juntos.

Dormimos abrazados y tan entrelazados como si nuestra vida dependiera de ello. La cabeza de Alba descansaba en mi brazo derecho y podía sentir su respiración rozando la piel de mi pecho. Yo apoyaba mi cabeza en la parte alta de la suya, sobre el nacimiento de su cabello. Los brazos libres los usamos en rodearnos mutuamente y nuestras piernas enroscadas como si no quisiéramos que el otro escapara. Una posición perfecta con la persona perfecta...

En un momento sentí frío.

Me faltaba algo... alguien.

Abrí los ojos sobresaltado comprobando que en efecto, estaba solo. Aún no había indicios del amanecer. El reloj daba las cinco. Me levanté y recorrí las habitaciones siguiendo un débil sonido que llegaba del pasillo contrario. Provenía del cuarto de gimnasio. Una habitación con paredes de espejos y máquinas para ejercicio que Alba había solicitado. Similar a una que tenía en su casa pero más moderna. Solía pensar que no la usaba, pero allí estaba... vestida por un conjunto gris sobre la caminadora con una coleta, audiófonos y bebiendo de una botella de agua. Preciosa rayano en lo imposible. A penas puse un pie en la habitación y ya mi reflejo estaba en las cuatro paredes.

–Feliz navidad. –dije bajito con las manos en los bolsillos del pantalón de chándal sabiendo que ya podía escucharme. Apagó sus auriculares en lo que me vio.

–Es temprano. –contestó volviéndose y dejando de caminar en la máquina.

–Ya lo creo. –admití con una sonrisa ladina.

–Deberías volver a la cama. –sugirió dulcemente.

–Y quiero... pero no sin ti –se mordió un carrillo tímida y sus mejillas se sonrojaron adquiriendo al fin un poco de color. Ni el ejercicio había borrado su palidez como lo consiguió el gesto– Ven conmigo, pequeña. –pedí con los brazos abiertos.

Caminó hasta mí entrelazando los dedos de sus manos un tanto nerviosa. Cuando llegó la abracé hasta elevarla del suelo y no tuvo más opción que dejar sus piernas colgar al aire.

– ¡Ethan! –soltó un chillido al tiempo que me daba un suave golpe en el pecho– Feliz navidad.




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