Amante Fiel

CAPÍTULO XXXIII

     Alba

El amanecer nunca me parecía tan maravilloso como cuando me envolvían los cálidos brazos de Ethan, su respiración ralentizada rozaba la sensible piel de mi nuca erizándome y escuchaba los serenos latidos de su corazón mientras dormía. Había sido una buena noche. No, una estupenda noche pero salimos temprano porque estaba entusiasmado con lo que sea que iba a mostrarme. Ni siquiera desayunamos. El alba apenas naciendo al este de la ciudad de testigo bañando nuestro camino con sus colores amarillos, tenues naranjas y rojos imposibles de igualar por el hombre.

A penas y me dejó entregarle su regalo. Un ordenador portátil en el que había organizado todas nuestras fotos por año, ocasión y lugar. Teniendo en cuenta su poca memoria, le instalé una agenda en la que agregué los cumpleaños y recordatorio de las demás fechas importantes. Además, le serviría para trabajar. En la parte interior superior del estuche de cuero negro mandé a grabar su nombre con una pequeña inscripción: Te amaré lo que dure mi vida e incluso en lo que sea que haya después de ella. Ethan Vega Soler

Me sorprendió lo mucho que le gustó.

Me alzó en vilo haciéndome chillar por la sorpresa y giró un par de veces conmigo. Cuando se detuvo, me observó fijamente. Sus penetrantes ojos azules brillaban con intensidad.

Descubrí tantas cosas hermosas en ellos que después quiso reafirmar con un sonoro beso en la frente y un fuerte abrazo.

Me estrechó de una manera que sentí restablecerse cualquier daño en mi interior.

Sentí mis piezas por lo general sueltas, juntarse.

Y en la intimidad de un susurro culminó la escena expresando con fervor en mi oído: Yo también, mi pequeña.

Después de cerca de una hora de trayecto, al norte de Madrid, llegamos a lo que supongo era nuestro destino.

Ethan no me dijo nada pero cuando aparcó frente a una gran casa de aspecto rustico aunque sin perder distinción, imaginé que habíamos llegado. No entramos. El lugar era inmenso. Me tomó de la mano y me llevó directo a lo que parecía un establo.

Pulcro y moderno pero establo al fin.

No había sucio, olores desagradables, oscuridad o humedad. En su lugar, grandes paredes pulcramente blancas con ladrillos rojos rojos se alzaban desde su fachada principal orientada hacia el sudeste, de modo que la mayor cantidad de luz era natural. Maderas pulidas oscuras con bordes de hierro negro y detalles o bisagras doradas en el caso de las puertas, componían el resto del interior que se dividía en secciones con un suelo de mármol travertino que no solo es atemporal y elegante a su vez, sino que por sus tonos ligeramente tostados regala calidez sin renunciar a la claridad.

Incluso había una barra larga con taburetes de cuero blanco altos sin espaldar con bases de tres patas gruesas de pino barnizado como para que las personas pudieran esperar o pasar tiempo allí conversando, bebiendo algo u otro.

El sonido que oí a continuación me puso en alerta así como confirmó que aquello eran unas caballerizas.

– ¿Me permites la llave? –dijo extendiendo su mano en mi dirección cuándo nos detuvimos frente a una de las múltiples puertas grandes de hierro, ahogué una exclamación. Se la entregué, la usó y se volvió a mí– El regalo.

Señaló al precioso animal que sacó de su recinto. Ya había visto sus vivaces ojos color miel espesa por el recuadro de la puerta que era de vidrio pero verle completo no tenía comparación.

– ¡¿Me has comprado un caballo?! –pregunté llevándome una mano a la boca, pasmada por la imponente presencia del cuadrúpedo.

–No uno cualquiera. Es un andaluz. –comentó orgulloso. Seguro había podido notar lo maravillada que estaba.

Le observaba mientras Ethan le acariciaba y no podía creer que fuese mío. No debía tener más de un metro setenta pero eso no le restaba magnificencia. Un caballo esbelto y estilizado de cuello vigoroso, ancho y ligeramente arqueado. Con formas elegantes como redondeadas. Perfecto pecho amplio y pelaje sedoso, brillante. Un pura raza española en todo su esplendor.

– ¡Oh por dios! gracias, gracias –agradecí chillando cuando me lancé a por Ethan y alternaba besos en su mejilla a la vez que le abrazaba eufórica. Casi le hago caer, lo que le causó gracia, soltó una tímida carcajada mientras me sostuvo con ambas manos– ¿Lo puedo montar? –pregunté sin hacer caso de nuestro tropiezo.

–Por supuesto, es tuyo –resaltó como si fuera obvio con una sonrisa– He pensado que querrías hacerlo y he pedido que lo prepararan. Está esperando por ti.

Era cierto.

No solo tenía su silla de cuero negra con blanca y rosa. Tenía todos los accesorios en los mismos colores como la pechera, la cincha con sus correas apretadoras, el guardabarros, los estribos, la grupa, el apero y sus lindas botas de rodilla equina.

–Pero y... –como siempre, no necesitó que expresara mi duda en voz alta.

–Tengo uno también –contesto a mi pregunta sin formular. Claro, debí imaginarlo. Mi subconsciente me gritó lo tonta que me debí haber visto al siquiera considerar que no fuese el caso.

El suyo tenía su recinto junto al mío.

Similares pero el de Ethan un poco más alto y oscuro lo que le confería de cierta forma un aspecto más brusco, temerario.

Y sin dilatar el momento, tras cambiar nuestro calzado por un par de botas de cuero genuino que por cierto eran iguales pero con nuestras iniciales, me ayudó a subir y luego se trepó con destreza y su característica gracia en el suyo.

Era tan guapo y elegante.

Jamás perdía ni pizca de su gracilidad en ninguna circunstancia. Suspiré y meneé imperceptiblemente la cabeza para quitarme esa imagen de la mente.

Además, decidí ir adelante o no me concentraría.

Siguiendo a Ethan no tardaría en caerme o estrellarme contra un árbol.

Sentía la fría brisa de invierno chocar contra mi rostro y batir mi cabello pero la contrarrestaba el calor de la sangre que corría por mis venas. Andar a caballo siempre me había gustado y la adictiva adrenalina que me proporcionaba me recordaba que estaba viva. Ethan y yo habíamos tomado clases de equitación en la adolescencia. Él, por supuesto, destacaba en cada paso y sus movimientos no tenían absolutamente nada que envidiar a un profesional. Pero yo también era buena y las carreras en especial se me daban bien.




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