Amante Fiel

CAPÍTULO XXXIV

 

 

     Ethan

Todo había marchado mejor de lo esperado. Alba se mostró comprensiva y no emitió queja alguna a pesar de no haber consultado con ella la adquisición de la propiedad que por supuesto, no me había atrevido a decir que estaba a su nombre. Su andaluz y participarle que había comprado el lugar había sido suficiente de momento. Por ahora no necesitaba más información que la esencial. Ya luego le diría que todo el suelo que pisaba era suyo... en algún momento más apropiado, claro.

Nos pasamos el día reconociendo los espacios. Era una finca de recreo y caza bastante singular. Lo poco que tenía de corriente me había encargado de mandar a modificarlo o hacer las reformas pertinentes. Una belleza por donde se mirase. Tanto, que Alba no había querido entrar a la casa grande para no perderse detalle. Nos organizaron las comidas en el exterior pero llegado el ocaso nos vimos obligados a culminar nuestro recorrido. En especial por lo gélido que se tornaba el ambiente, debido a la altura y zona que nos encontrábamos.

–Ethan... –canturreó Alba cuando paramos frente al coche cogidos de la mano. Me volví a ella extrañado, pocas veces empleaba su tono suplico persuasivo y yo lo adoraba.

– ¿Si?

– ¿Tenemos que irnos? –dijo mirando a sus pies, sonreí cuando comprendí de que iba y decidí disfrutar un poco.

– ¿Quieres irte?

–No. –musitó en un tono apenas audible

– ¿Y lo que intentas decir es?...– le insté a seguir

–Podemos... ¿podemos quedarnos? –preguntó titubeante en voz baja.

– ¿Quieres quedarte? –volví a cuestionar, ahora ladeando mi cabeza un poco.

– ¡Ethan! –exclamó avergonzada a la vez que me golpeaba tontamente en el pecho con una mano que capturé en el aire. Con el rubor acumulándose en sus mejillas posó sus deslumbrantes ojos azules sobre mí de una manera que me cortó el aliento.

– ¿Por qué lo haces? –jadeé y me obligué a decir haciendo acopio de un esfuerzo enorme por expresar esas cortas palabras.

– ¿Hacer el qué? –dijo frunciendo ligeramente el ceño con inocencia.

–Preguntar lo evidente –la línea de su frente se hizo más notoria y expliqué– Si te quieres ir, nos marchamos. Si por el contrario quieres es quedarte, nos quedamos. Si lo que quieres es aventarte del punto más alto del Everest, pues saltamos... sin importar que o como siempre hare lo posible o imposible por cumplir lo que desees Alba, ¿responde eso a tu pregunta?

Le sentí antes que verle perderse. Cerró sus ojos un segundo, sus piernas flaquearon y por poco cae al suelo. Por suerte le sostenía, sus manos seguían unidas a las mías. La aferré a mí rápidamente y antes de que pudiera darme cuenta, media docena de hombres de mi guardia estaban a nuestro alrededor.

–Señor... –mi jefe de seguridad me hizo saber que allí estaba pero yo estaba muy concentrado en Alba para mirarle.

– ¡Alba! –exclamé en un grito ahogado.

–Estoy... estoy bien. Solo ha sido un ligero mareo. –su voz era suave, débil.

–Llamad a la ciudad y pedid un médico de inmediato. Que lo trasladen en helicóptero si es necesario. ¡Lo quiero aquí cuanto antes! –exigí sin nombre pero Andrés ya sabía que era con él y se alejó sin pensarlo para cumplir lo solicitado. El resto se quedó a esperar órdenes o ayudar, lo que surgiera primero– Organizaos y estad preparaos por si debemos salir. –anuncié antes de avanzar con ella en brazos hasta las escaleras de la entrada.

–Bájame –pidió autoritaria con un brazo alrededor de mi cuello y el otro sobre su abdomen– ¡Ethan! –clamó más alto e intentó zafarse de mis brazos– que yo no necesito de ningún médico. Solo ha sido un simple mareo, he tenido un día largo. ¡Bájame!

–Pues que sea el médico quien determine que tan largo ha sido, entonces. –espeté más brusco de lo que pretendía.

Me arrepentí en cuanto vi como Alba me miraba con unos ojos como platos. Se abrieron de golpe por la dureza de mis palabras y luego le vi encogerse, parecía una pequeña niña regañada.

–Otro umbral, ¿eh? –comenté socarrón, alzando las cejas a penas cruzamos la puerta del vestíbulo pero no estaba para bromas, ni me miró.

No quería hablarle mal o disgustarme con ella y menos, después de que hace un par de minutos casi se desplomara en mis brazos pero que terca era... Debía comprender que estaba preocupado, era lógico. Alba era lo más preciado que tenía en mi vida, si algo le pasaba... no era capaz ni de imaginarlo.

La subí a la habitación y recosté. No dijo una palabra y hasta que llegó el doctor, a penas y me miraba de soslayo con los brazos cruzados sobre su pecho.

–Con todo respeto, señor, será mejor que espere afuera. –sugirió el medico al percibir la evidente tensión entre Alba y yo.

–Lamento mucho no coincidir con usted, pero no voy a ningún lado –aseguré– Lo que tenga que hacer o decir será en mi presencia.

No dijo nada más. Alba tampoco lo hizo. Se limitaron a guardar un silencio sepulcral mientras este la examinaba. Había dejado de pasear impaciente de un lado a otro y me centré en el proceso. Cuando le vi recoger sus cosas, guardé mis manos en los bolsillos para contener la creciente ansiedad. Alba quería aparentar tranquilidad pero yo sabía que tampoco lo estaba. Casi podía oír lo que gritaba su mirada. No estaba menos ansiosa que yo.

–Su tensión y presión están bien –empezó el hombre de mediana edad ajustándose las gafas sobre su redonda nariz– Las pupilas no están dilatadas o enrojecidas. No tiene lesiones físicas. Y salvo por el mareo y ligera palidez, parece estar bien– añadió volviéndose a mí.

–Eso dije. –replicó Alba rápidamente. 

Casi sonrió, casi pero tuvo tiempo.

–Sin embargo –atajó el doctor, borrando su amago de sonrisa y provocándolo en mi– le voy a indicar unos estudios a realizar solo para descartar cualquier posible afección o problema interno que estemos ignorando.

–Por favor, ordene todo lo que sea necesario. –intervine por vez primera.




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