Amante Fiel

CAPÍTULO XXXV

 

     Alba

Desperté con un fuerte dolor de cabeza y arcadas, que desde luego, ocultaría de Ethan. Creo que la principal razón de mi malestar era el pánico que me habían causado los acontecimientos de la noche anterior así como su reacción desmedida.

Ese hombre usualmente animoso y fuerte dejando ver su lado más vulnerable era más de lo que mi débil cordura podía tolerar. Y tal como mi mente, mi cuerpo tampoco lo había asimilado bien.

Claro, ya sabía yo que no respondía de la mejor manera en momentos de tensión y exponer a Ethan de esa forma había sido... un estimulante sin precedentes...

Aun no abría los ojos, pero sentía todo el peso de mi cuerpo sobre el suyo y su calor envolverme. Al finalmente rendirme porque ya quería despertar, descubrí a un Ethan adherido a mí como una especie de hiedra. Su cabeza enterrada entre mi pecho y cuello mientras que envolvía con ambos brazos mi abdomen, como un candado humano que entrelazaba también nuestras piernas.

Un hermoso candado humano.

Su cabello revuelto, boca ligeramente entreabierta y sus ojitos cerrados en un sueño tranquilo. Verle así, sereno y ajeno a tantas cosas que podían dañarle, me oprimía el corazón. En otra época del año, estando como estábamos habría tenido calor pero debía estar helando porque aun así sentía fresco.

Una temperatura ideal que me hizo sonreír involuntariamente porque con Ethan a mi lado... o debajo de mí según el caso, yo nunca podría necesitar abrigo.

Él era ese refugio perfecto aclimatado para cualquier temporada y yo era un animalillo perdido del bosque que en su seno siempre encontraría un hogar.

Con cuidado de no despertarle maniobré para salir de la cama y lo conseguí. Se removió y quejó un poco pero seguía dormido.

Me dirigí al vestidor porque imaginé que si Ethan me dio ropa íntima y de dormir (todo a estrenar) debía de haber hecho más compras. Lo que no esperé ni de lejos es que el guardarropa divido en dos, su mitad y la mía, fuese a estar repleto de una cantidad incalculable de prendas de todo tipo.

El lugar era igual o más grande que la misma habitación y mi parte, estaba exageradamente abastecida.

Resoplé y puse los ojos en blanco sintiendo que tenía mi propia boutique. Comprobando una vez más que los excesos de Ethan no tenían límites en lo que a mí respecta.

Abrumada, me pregunté «¿acaso no podía ser normal? »

Considerando la temperatura, había elegido unos vaqueros de tela negros simples sin bolsillos, unas preciosas australianas del mismo color y un abrigo tejido largo blanco nieve con los puños y cuello de peluche en gris. Bajé las escaleras desorientada. Ayer no había podido ver el interior del lugar más que un fugaz vistazo mientras Ethan me llevó en brazos directo a la habitación. Absolutamente todo allí parecía nuevo.

Y lo mejor de estar junto a una familia dueña de una constructora era no solo ver sino poder apreciar a plenitud los detalles reconociendo estilos y materiales mejor que cualquier otro.

Todo allí gritaba ese aire de masía centenaria a pesar de que nada tenía aspecto de haber sido usado antes, desde los suelos que eran de barro cocido estilo Mondrian en exteriores como terrazas o corredores y en interiores se veía un cálido pavimento de roble francés de lama súper ancha con acabado aceitado, sus nudos y veteados marcados llenando de calidez y elegancia los espacios atemporales. Las escaleras amplias e impresionantes como toda la estructura hasta los muebles o lámparas de farol de pared combinadas con lámparas de troncos o ramas de madera me encantaban pero me causaba cierta desazón.

Era un sitio para vacacionar o alejarse del mundo realmente perfecto que Ethan seguramente había elegido con mucho esmero y pensar en lo que podría terminar siendo me contrariaba.

El silencio que inundaba los pasillos era tal que no pude evitar el sobresalto del corazón cuando en la cocina me topé con un par de mujeres. Una mayor y robusta, la otra menuda y muy joven pero de rasgos similares.

–Lo siento señora –se apresuró la joven con gesto realmente avergonzado– No quisimos asustarla.

–No... no sabía que teníamos compañía –a excepción de los hombres de seguridad, por supuesto, no esperaba ver a nadie más– Disculpadme ustedes, por favor. Yo soy...

–La señora, Alba Montero. Lo sabemos –terminó la mujer mayor por mí, ahora estaba más sorprendida, en especial por la cálida sonrisa que ambas me ofrecían como si me conocieran y bueno en parte debía ser, sabía mi nombre– Yo soy Silvia y ella es Vivian, mi nieta. Somos parte del servicio de la casa, aunque solo nos encargamos de la cocina.

–Y como... como sabéis –pero callé, no quise formular la pregunta y parecer grosera.

– ¿Cómo sabemos su nombre? –inquirió con una sonrisita la menor y yo asentí tímidamente– Es la señora de la casa –volvió a sonreír tras encogerse de hombros ligera– le aseguro que todos aquí saben perfectamente quien es.

– ¡¿Todos?! –pregunté más bien en una exclamación– ¿A qué se refiere con todos?

–Bueno, seis nos ocupamos de las labores del interior –sopesó su respuesta, calculando, tal vez– Pero de las tierras, caballerizas, jardines y todo lo exterior son unos... cincuenta o sesenta hombres al menos –añadió– Claro, con días establecidos, no trabajan todos a la vez.

Oh, por supuesto que había más. Debían hacer falta muchas manos para mantener aquel sitio tan bonito, pulcro y resplandeciente.

–Ya. –repuse sin palabras.

– ¿La señora va a querer desayunar ahora o buscaba algo más?

–Por favor, solo Alba.

–Hmm, lo siento –se disculpó agachando la cabeza– Pero bueno, no creo que el señor... ya sabe... sería extraño y no creo que sea apropiado llamarle por su nombre.

–Comprendo, no se preocupe.

–Bien –sonrió sinceramente Silvia– ¿y va a desayunar?

–Gracias pero de hecho preferiría hacerlo yo si no le importa....




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