Amante Fiel

CAPÍTULO XXXVIII

 

Ethan

Conducía a casa pensativo, abatido y muy pero muy cansado.

El mes de febrero iba a la mitad y habían pasado dos semanas desde el accidente de Santiago.

Dos semanas desde que había salido corriendo por las calles de Almagro como si mi vida dependiera de ello al enterarme de que mi hermano menor había colisionado mientras intentaba llegar a la celebración de Alba.

Dos semanas desde que así como había salido desesperado me detuve en seco al ver el Maserati de lujo rojo con la parte delantera destrozada y dentro del a Santiago inconsciente, inerte, sin mover ni un músculo. Su cabello un poco desajustado por el impacto, la ropa de fiesta negra de pronto me pareció lúgubre y la camisa blanca debajo del traje teñida de un rojo carmesí que se me antojó intenso, tan intenso como mis ganas de aquello fuese una pesadilla, una espantosa y jodida pesadilla...

Sin duda habían sido días difíciles de sobrellevar para todos, sí, pero a diferencia del resto ni siquiera tenía la opción de quedarme en casa un día, de dormir hasta que saliera el sol o de tener más de diez minutos para comer. La presidencia de Imperio Vega me absorbía al completo. Salía antes que los primeros destellos del amanecer y regresaba entrada la noche. No se supone que sea así siempre. Ahora lo era porque aún tenía que presentarme ante múltiples clientes, conocer y dejar que me conocieran, innumerables entrevistas, reuniones, conferencias, invitaciones...

Tomar el control en todos los aspectos era algo que requería tiempo.

Bueno, tiempo y paciencia de la que en ocasiones carecía... como hoy, quería por lo menos por hoy haber terminado antes.

Cuando llegué a la mansión sentí el mismo frio, silencio y aire de soledad que se respiraba desde el accidente de mi herm... bueno, ese accidente.

Aun así, sabía dónde estaban y que estaban haciendo. Incluso Alba porque le marqué antes salir de la empresa y no respondió o devolvió la llamada. Así que avancé decidido a la habitación donde al escuchar ruidos en su interior confirmé que no me había equivocado. Era su habitación... la que ahora pasaba las horas repletas de personas en todo momento y antes de abrir medio sonreí por la primera voz que me llegó del interior...

–Bueno, bueno, este no es lugar ni momento para que se pongan a discutir –aclaraba la voz con autoridad fingida y un poco de gracia– Así que, señoritas, si me permiten, se levantan que yo misma me hare cargo. Yo –zanjó sin admitir replicas– y nadie más.

Al entrar en la habitación de mi hermano descubrí a más gente de la que sabía podía albergar. Mis padres, mi hermana, Gloria y otras mujeres del servicio, una enfermera, dos amigos de mi hermano, un séquito de jovencitas miembros del club "Locas por Santi" que al parecer se habían encargado de llenar cada rincón con arreglos y globos de corazones grandes y pequeños, Alba de espaldas y frente a la cama. La única que aún no notaba mi presencia y la que hasta ahora podía lidiar con esas crías hormonales sin miedo a ser atacada porque la verdad lo hacía con esa chispa de pureza y dulzura que la caracterizaba que ni siquiera su peor enemigo (no sé si las personas como ella puedan tener enemigos pero en un caso de que sí) se podría enojar o sentir ofendido, oh y de frente a ella estaba...

–Llegó el que faltaba –dijo con voz cantarina y un brillo malicioso en los ojos– ¡Bienvenido hermanito! –agregó– Mi enfermera favorita estaba por hacerme la cura...

Con cortes cerca de la ceja izquierda, raspones en el mentón, un brazo enyesado y sujeto cerca de su abdomen con cabestrillo, hematomas en los brazos y una herida profunda en la parte superior del muslo (muy cerca de esa zona...) que aun debía ser tratada y cubierta por vendas para evitar infección, el capullo de mi hermano que solo vestía un pantalón deportivo corto en verde y una camisa de puntitos a juego me sonreía abiertamente sabedor de que no me gustaba nada que fuese Alba quien le revisara y tocara allí....

El muy condenado se había salvado por poco, pero se había salvado y era lo importante. Aunque no parecía darle valor a esa segunda oportunidad de vida cuando me provocaba de esa manera.

–Tienes a suficientes...–dejé la frase incompleta en busca de un término adecuado– candidatas aquí que lo harían voluntariamente sin que se lo pidieras –las chicas lo observaron asintiendo a mis palabras y con ojos iluminados esperando ser elegidas– Además de una enfermera personal por supuesto, ¿por qué tiene que ser ella?

Alba que no se había dado vuelta, se giró y quedó frente a mí con ese atuendo tan sugestivo que se le marcaba en las partes correctas pero aun así la hacía ver como un pequeño e indefenso ser hermoso y frágil que no tenía comparación porque con ella se había roto el molde... sostenía una charola de plata con los implementos necesarios y ¡joder que si era su paciente me haría el convaleciente de por vida si con ello conseguía que me mirase así con esos océanos profundos que cargaba debajo de sus largas pestañas!

–Solo confío en ella –hizo un ligero encogimiento de hombros aunque le costó una punzada en el brazo lastimado que no pudo disimular–Y no me lo tomen a mal, pero... las cosas como son. –añadió ya dirigiéndose a las jovencitas presentes.

–Por favor, Alba, ven conmigo. –le pedí.

– ¿Qué? ¿No escuchaste lo que acabé de decir?

–Sí –respondí con obviedad girando los ojos– y no me importa. Además, es psicólogo, no enfermera. Ahora si tienes algún trauma o secuela por el suceso lo puedes tratar en terapia...

–Tiene la preparación necesaria y lo sabes...–sí que lo sabía y me jodía que tuviese razón. Y es que Alba se había pasado la vida haciendo cualquier tipo de curso que su puto tiempo le permitiera: asistencia médica especializada, primeros auxilios, etiqueta, oratoria, idiomas... de todo.

La habitación que se había sumido en silencio desde mi llegada adquirió un aire más denso cuando Alba que se mantuvo inmóvil en todo momento se decidió a hablar:




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