Ethan
El viaje a New York de hace un par de meses ha sido uno de los mejores en años, refiriéndome a lo laboral, por supuesto. Y el más relevante contrato conseguido y cerrado sin la intervención de padre en lo absoluto, superando así en meses lo que a él le tomó años ya que el margen de ganancia está muy por encima del 120% de lo habitual que se obtendría por una construcción de semejante magnitud.
Además, ha servido para posicionarnos en la cima del sector de la construcción y desde entonces IV no ha parado de recibir solicitudes de múltiples ciudades americanas y europeas para ofrecernos la realización total de obras exclusivas que incluye desde el diseño del proyecto hasta su consolidación lo que sin duda ha fortalecido mi nombre y reputación consiguiendo innumerables entrevistas y portadas de revistas como uno de los jóvenes CEO más trascendental y con mayor potencial del momento lo que me mantiene viajando constantemente.
Al aterrizar en el hangar privado de la ciudad de Madrid vislumbro el radiante sol de mediados de mayo casi veraniego. Me deshago del cinturón de seguridad y levanto estirando mi entumecido cuerpo por tantas horas de viaje y desperezándome, el descanso es algo glorioso e inalcanzable en ocasiones. Andrés, mi jefe de seguridad hace lo mismo a mi lado y sale de primero para reunirse con el resto del equipo de seguridad que espera al pie del jet en su habitual posición de espalda recta, hombros firmes, mirada al frente, manos detrás de la espalda pero aun así al bajar los escasos cinco escalones de la compuerta puedo percibir una extraña sensación, un aura diferente emana de ellos y confirmo que algo sucede cuando Andrés se gira hacia mí luego de escuchar a su personal con su rostro teñido por lo que interpreto como ¿preocupación? ¿Miedo? No sabría decirlo.
– ¿Ocurre algo? –indago y nada, nadie se mueve, silencio absoluto y de hecho algunos desvían la mirada pasando de mi al suelo o cualquier punto que no sea mi rostro– ¿Qué carajos pasa? –vuelvo a preguntar al no obtener explicación.
–Señor... es que... será mejor que suba al auto por favor y se lo explicamos en el camino– se atreve a decir uno.
– ¿Acaso creéis que soy un crío? Os he preguntado y es la última vez ¿Qué demonios pasó? –insisto ya sin nada de calma, mi voz ganando unas octavas y acercándome a ellos. Veo al jefe de mi seguridad abrir y cerrar la boca varias veces en un intento de hablar y entiendo que es quien va tomar la palabra.
–Alba...–y bastó solo eso, asociar ese nombre a la cara de tragedia de mis escoltas para paralizar de inmediato el flujo de sangre en mis venas– Al parecer la señorita Alba... está en coma...
–Como... como es que... y por qué nadie...–quiero hablar, tengo muchas preguntas atascadas pero al parecer mi boca y cerebro no pueden conectar.
Soy incapaz de formular una frase coherente.
El shock por lo escuchado cerrándome el paso de oxígeno, siendo un golpe directo al estómago que desvaneció cualquier resquicio de aire que pudiera quedar en mí y de inmediato llevo una mano a mi pecho por el jodido dolor que me aprieta y estruja desde el interior. Boqueo como pez fuera del agua y aun así, con la boca abierta jadeando forzadamente no consigo pasar aire a través de mi garganta. Un sudor frio recorriéndome e inhabilitando el que sea una persona funcional.
–Intentaron comunicarse con usted señor pero su teléfono estaba apagado al igual que el mío por el vuelo. De alguna forma el arquitecto Santana se las arregló para conseguir el número de Kail y hace una hora aproximadamente le informó lo sucedido para que le contactaran, al sabernos en camino dieron aviso a su padre primero esperando que...
Si dijo algo más ya no lo escuché.
Desde el instante en que dijo su nombre y abordé el primer auto sin control total de mis sentidos todo es difuso.
Veo al resto moverse pero solo son manchones borrosos, siento que soy arrastrado a la parte trasera del coche y los minutos que Andrés tarda en llegar a la clínica los creo eternos cuando finalmente veo el lugar y me lanzo fuera del auto sin esperar a que se detenga sin haber conseguido procesar nada tampoco.
Aun no comprendo lo que ocurre o por qué solo me veo corriendo entre pasillos fríos, paredes blancas y ese olor antiséptico atrofiando mi nariz a su paso. Puede que atropelle enfermeros y pacientes por igual hasta que con la respiración entrecortada consiga preguntar a la primera persona con la que me detengo por lo que estoy interesado y al saberlo reanudo mi carrera al sitio sin importarme el caos que se arma a mí alrededor cuando atravieso el umbral de la puerta donde la veo...
No muy seguro de nada, me jode darme cuenta que de todo lo que mi cabeza tiene allí ahora, esto si sea real. Es su cuerpo, no estoy soñando y jodidamente ni siquiera es una pesadilla.
Es ella, entubada, cubierta por uno esos trajes quirúrgicos y rodeada de aparatos ruidosos. Es mi ángel, mi pequeña... la que esta tendida e inconsciente en esa camilla enviando mi alma al infierno.
Ni siquiera todo lo que corrí hasta llegar al último piso que es décimo donde la tienen me hace escuchar mi corazón que en vez de estar retumbando desenfrenadamente por el exceso, se ha quedado tan quieto como ella. No lo siento latir hasta que pasa, capto la sombra asquerosa que quiero desaparecer y...
– ¿Qué paso? –lo encuello– ¿Qué coño le hiciste? –su silencio es madera que aviva mi llama– Te estoy hablando infeliz, ¡¿qué coño fue lo que le hiciste?!
–Nada, solo...–trata de decir pero lo interrumpo porque ahora sí que soy consciente de las palabras de Andrés y sé que fue quien dio el aviso pero lo que no entiendo es, «¿por qué él? »
Lo único que me grita mi cerebro es que es porque tiene la culpa, es el responsable...
–Tú llamaste, ¿no? –inquiero con la cólera en mil y sin querer una respuesta– Entonces no me digas que nada, algo le hiciste desgraciado ella estaba bien, ella...–una vez mas no puedo hablar, mi ira flaquea al pensar que...
Editado: 21.07.2024