Amante Fiel

CAPÍTULO XLI

Alba

–Lo siento... yo... de verdad no fue mi intención es solo que... en serio lamento mi reacción...

–No digas nada, por favor –respondió tranquilo– Una de las exigencias del doctor fue que en las próximas horas no hables mucho y si no quieres que te de un calmante, guarda silencio, pequeña.

–Solo... solo déjame hacer esto, lo necesito... ya luego me callo, lo prometo.

–Alba –dijo en advertencia

–Discúlpame por favor... veras... yo no esperaba verte allí, estaba bajo el efecto de...

–Shh –su dedo índice sobre mis labios– No me debes explicaciones y tampoco tengo nada que disculpar, pequeña. Nada de lo que puedas decir supera el hecho de estas aquí conmigo y estas bien –me regaló una sonrisa ladina para tranquilizarme pero era una triste que no llegaba a sus ojos– Y ahora, a descansar, ¿vale?

Desperté sobresaltada con el pecho encogido nuevamente porque después de mi fatal reacción en la clínica al salir del coma cuando esa madrugada finalmente estuve sola con Ethan no pude ni siquiera disculparme. No me lo permitió y aunque recordaba perfectamente su afligido rostro, esa expresión de desconcierto, perplejidad y abatida que me dedicó antes de salir de aquel cuarto, el me aseguraba que todo estaba bien y que entendía... pero yo sabía cuánto daño le hice, cuanto debió y estoy segura le duele aun que no solo lo echara sino que pidiera ver a David en su lugar...

–Ya pequeña –grandes manos suaves acarician mi cabello y esa voz enronquecida por los vestigios del sueño que tanto adoro me susurra con ternura– Fue solo un mal sueño. Estas bien, estas a salvo...

Reparo en que estoy temblando, sudor corre por mi frente y de golpe hasta me he sentado y tengo mi espalda contra el espaldar de la cama. Ethan frente a mí me mira con devoción sin dejar de acariciar ahora mi mejilla para tranquilizarme.

– ¡Buenos días, pequeña! ¿Cómo amaneces?

–Buenos días, bien ¿y tú?

–Honestamente no creo que deba irme, no es necesario y es mejor que...

No es sino hasta que dice eso que reparo su aspecto. Ya está enfundado en unos lisos pantalones de traje, zapatos de cuero pulidos y su parte superior solo con la camisa y corbata roja. Su cabello perfectamente peinado luce más rubio y huele divinamente... esa mezcla de loción masculina para después de afeitar, perfume embriagante y su olor natural me hacen inspirar cautivada. Han pasado tres días desde que desperté de la fallida cirugía, hoy es lunes y después de discutir mucho, aunque calmadamente, conseguí que Ethan decidiera volver al trabajo.

Bueno, el término correcto puede que sea lo obligué a volver pero son detalles.

–Ethan –advierto.

–Solo por precaución es mejor que...–suspira frustrado cuando se ve interrumpido

–Ya lo hablamos y no voy a cambiar de opinión. Sabes lo que haré. –zanjo.

Lo amenacé y sí, es algo drástico pero con él debe ser así.

Después de todo, para situaciones desesperadas, se requieren medidas desesperadas. Por lo que dije que si no volvía al trabajo me iba junto con mi madre a internarme en la soledad de mi casa sin permitir ni que me viera.

Ni él, ni ninguno de los suyos que tampoco me dejaban ni respirar. Eso... pues era algo extremo que él jamás permitiría y bueno, obviamente no tuvo de otra que acceder.

–Lo sé, lo sé. Toma –alzó la manos en señal de rendición, aunque cansado, me dio un par de pastillas recetadas que bebí y un vaso con agua– Vamos a desayunar ahora, quiero asegurarme de que te alimentes antes de irme.

– ¡Dios! Ethan, voy a estar bien.

Antes de poder decir algo más chillé cuando me alzó en brazos sacándome de la cama, yo horrorizada por estar arrugando su atuendo y Ethan riendo llevándome a la terraza de nuestra habitación donde esperaba un colorido y nutritivo desayuno. «Al menos la dieta es decente y tolerable» pensé.

–Ethan –me quejé frustrada cuando me dejó en el cómodo mueble de una plaza.

– ¿Si?

–No te pases, por favor.

–No lo hago –respondió girando los ojos dramáticamente mientras arrastraba su silla hasta pegarla a la mía y coger un poco de fruta con el tenedor y ofrecérmela– Abre –lo miré incrédula, su descaro era sorprendente y siguió en su posición con la mano en el aire a mi espera como si nada.

– ¿Es en serio? –me crucé de brazos, fingió ver la hora en su Rolex con el cejo fruncido y se centró en mi nuevamente.

–Sí y si no quieres que llegue tarde deberías colaborar y... –cerré mi boca entorno al cubierto que sostenía y tragué la comida, ceñuda– ¡Así me gusta! –me felicitó con una traviesa sonrisa divertida mientras cogía más alimentos para ofrecerme en la boca al estilo avioncito.

Comí sin inmutar palabra, sin descruzar mis brazos o dejar de verlo con ojos acusadores y hasta que terminé no me había percatado que en el jardín que estaba abajo al que teníamos vista estaba sentada la familia en un moderno comedor blanco con amplios asientos del mismo color combinados con café y las tonalidades más claras del gris.

–Oh, hola, ¿cómo amaneció Al? –ese era Santi que se dirigía a Ethan quien luego de darme de comer se levantó y apoyó sus codos en la barandilla del balcón quedando de espaldas a mí. Se giró, me estudió un segundo y volvió la vista abajo.

–Excelente... diría que con un humor y un apetito increíble.

–Genial, al acabar aquí subimos. –contestó inocentemente su hermano sin comprender su sarcasmo.

Ethan no dijo nada más y tampoco hacía falta. Su postura, esa mirada perdida en el horizonte y ese silencio en el que se había sumido significaban una sola cosa. Sabía que había llegado el momento de irse y no quería. Como si queriendo confirmar mis pensamientos habló:

–Debo irme.

–Ve –le insté– estaré bien –ni se inmutó y decidí agregar– Sabes que tengo a muchos aquí al pendiente de mi cuidado.

Eso sí pareció surtir algún efecto en él porque su ancha espalda generalmente recta se tensó más al sacudir su cabeza en forma de negativa un par de veces.




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