Amante Fiel

CAPÍTULO XLII

Alba

Sentí que la noche fue más lenta y rápida que de costumbre. Lo cual era contradictorio pero así era como se sentía. Agonizantemente lenta mientras esperaba por David pero dolorosamente rápida para ser abandonada por los firmes brazos de Ethan.

Una sensación inminente de culpa asentada en mi estómago generándome nauseas, escalofrió y un miedo irracional que me hacía sobresaltarme con cada mínimo ruido desde que vi los primeros rayos del sol.

Y el malestar inevitable por tener tan presente que a pesar de que David no fuese del agrado de Ethan solo permitía este encuentro en la casa que ahora sabía me compró, por no ser capaz de negarme nada luego de lo acontecido. Solo por no alterarme o provocar cualquier emoción que pueda ser riesgosa para mi ahora un poco menos fuerte corazón. Después de todo... se había detenido.

–Ha llegado el momento, ¿no es así? –fueron las palabras de saludo de David a penas estuvimos solos.

–Así es.

A pesar de que hubiese podido estar todo el día cuestionando mi decisión o tratando de hacerme dudar, David se limitó a tomar nota de lo que le correspondía hacer por dos razones.

La primera de ellas era que sabía que sin importar cuanto insistiera no cambiaría de parecer y la segunda, bueno... fue porque si teníamos como máximo cinco minutos ininterrumpidos para lograrlo era mucho.

El tiempo que estuvo en casa no fue suficiente para que dejaran de ir a verme a cada nada para asegurarse de si estaba bien o necesitaba algo.

Y ya cuando se fue, puestos a lo que vendría... me relajé un poco bastante con los cuidados.

Me dispuse a recibir de buen grado cuanta atención quisieran brindarme y especialmente con Ethan cambié mi actitud. Los siguientes días nada de molestarme por su protección, quejarme o refutar sus órdenes.

Todo sería obediencia y tranquilidad.

Aunque claro, mientras la situación marchaba aparentemente en paz, aprovechaba los pequeños intervalos de tiempo que ya conseguía al irme a duchar sola o cuando tomaba supuestas siestas por la tarde para trabajar en lo que necesitaba con la laptop y el celular que David me había traído en secreto porque sí, las medidas drásticas de Ethan para mantenerme alejada del trabajo y todo lo que pudiese significar una complicación o estrés me había obligado también a actuar de igual forma, drástica.

Dos semanas después incomprensiblemente me había acostumbrado a mi rutina post-operación fallida.

Pasar el día hablando con Vicky, viendo sus redes y ayudándola a resolver los test o cuestionarios de las revistas adolescentes. Reír por las ocurrencias de Santi y la forma en que molestaba a su hermano o morir de ternura cuando me llenaba de todo tipo de halagos o se preocupaba por alguna mueca de dolor que hiciera involuntariamente. Ver a mamá, mami Olympia y papi Roberto compitiendo por mi atención.

Y por supuesto, despertar junto a Ethan. Esa seguía siendo mi parte favorita.

Estaba convencida que sin importar lo que nos depárese el mañana de forma inevitable e irreversible, Ethan sería hoy y siempre, el capítulo favorito de mi historia.

Lo que duraba el día todos cuidaban de mi mientras se iba al trabajo pero al caer la noche quien se quedaba a mi lado era él... aunque no sé si debía de gustarme tanto el encontrarlo conmigo cada mañana porque la verdad es que cada día las marcas debajo de sus ojos eran más oscuras y el agotamiento más notorio. El creía que no lo notaba e incluso lo negaba pero era obvio que no había vuelto a tener una noche entera de sueño por estar al pendiente de mí. No descansaba en lo absoluto y aprendí a controlarme sin tensar mi cuerpo cuando cada poco sentía su mano cerca de mi muñeca o cuello para verificar mi pulso.

Eso fue después de la vez que desperté y estaba inclinado de lado con su oreja sobre mi pecho, asegurándose de escuchar los latidos de mi corazón y no... no había forma en el mundo en que esos abrazos de media noche, arrumacos matutinos, caricias constantes o juegos de avioncito al darme de comer valiesen la pena.

Hoy, después de tanto suplicar, se me había concedido salir de las cuatro paredes de mi habitación y no solo eso... salir al exterior.

¡Dios!, estaba tan feliz como alguien en mi estado lo pusiese estar, claro.

– ¡Gracias, gracias! –solté con una sonrisa cuando me giré hacia a mi compañero que me dedicaba una mirada extrañada y acababa de fruncir el ceño.

– ¿Por...?

–Por esto... por todo.

– ¿Tanto echabas de menos salir? –quiso saber con expresión complacida.

–Oh, hasta que he visto esto no sabía cuánto. –nos hallábamos en el extremo de la finca donde nos detuvimos la primera vez que vinimos, aquel día me regaló mi precioso Andaluz, bautizado como Ángel– La vista es... es realmente impresionante. Es precioso ¡sin iguales!

–Me llevó tiempo encontrarlo, ¿sabes? –sus manos en sus bolsillos, su postura tímida al hablar– Nada me parecía lo suficientemente bueno pero desde que vi este lugar supe que tenía que ser para ti... Me alegra que te guste y te sientas bien aquí.

– ¿Y cómo no? –enarqué una ceja incrédula y volví la vista al frente para hacer ademanes de énfasis– El verde esta por todos lados reclamando cada rincón de estas tierras. Las flores y frutas adornan con sus hermosos colores por donde mires. Incluso el azul del cielo se ve más lindo desde aquí, el sol más radiante... más perfecto. Y la brisa... amo sentir como acaricia mi rostro y bate mi cabello a su paso, es... es refrescante... este lugar es vida Ethan y quiero que siempre lo tengas claro, ¿vale?

– ¿Eh? –

–El concepto de este lugar y lo que representa–aclaré, pude notar la confusión en sus ojos pero no quiso ir más allá– ¿Vale?

–Vale

–Bien

–Bien –asintió con la cabeza, viéndome todavía con cautela.

–Deberíamos irnos.

–Si claro, lo que tú digas. –Ethan seguía accediendo a cada cosa y era una monada.




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