Amante Fiel

CAPÍTULO XLIV

Alba

Desde que Ethan partió ayer el resto del día transcurrió sin ninguna novedad. Mamá pasaría la noche conmigo pero sabía que apenas aguantaba nada antes de dormirse así que no protesté. En cambio, esperé que diera la medianoche, justo a las doce en punto abrí mi obsequio. Era dos junio y eso significaba mi onceavo aniversario con Ethan de conocernos. Esta vez no lo había olvidado y tuvo el regalo a tiempo. Irónicamente, lo sé. A la vida le encantaba burlarse de mí, eso ya lo había notado.

Teniendo en cuenta que no estaría me lo dejó con la condición de no abrirlo antes de tiempo y lo cumplí.

Sentí ganas de llorar, mis ojos anegados en lágrimas nada más verlo. Era un precioso relicario en forma de corazón de oro blanco que con diminutas incrustaciones de rubíes creaba una A y una E entrelazadas. Era grande como para cubrir poco más de la mitad de la palma de mi mano sin perder lo delicado. Era una pieza genuina, sublime. Al abrirlo lo primero que noté fue que el fondo no era estático. No sé cómo lo consiguió pero once distintas fotitos cambiaban dentro del mismo hasta volver a llegar a la primera y así. Las reconocí como una de cada año juntos.

Esbocé una sonrisa igual de rota que yo.

Sí que se había esmerado mi pequeño. Y finalmente, cuando vi la inscripción no pude evitar quebrarme, un poco más. El borde del corazón interno tenía grabadas diminutas palabras que formaban: Te amaré lo que dure mi vida e incluso en lo que sea que haya después de ella.

Con un suspiro me lo colgué, arreglé lo que me hacía falta y me senté a esperar la luz del día mientras mis ansias aumentaban a cada minuto por lo que haría. Llegado el momento di una última mi mirada a la alcoba que compartía con Ethan y bajé. Tal y como había pedido a mamá temprano, ya todos me esperaban en el salón. Había convocado una especie de reunión.

La sorpresa en sus rostros no se hizo esperar cuando detrás de mi bajaron Silvia y Vivian con una maleta pequeña cada una para depositarlas junto a la puerta de la entrada. No llevaba más que lo esencial. Y me aproveché del desconcierto que aun así les embargaba para detallar a ese grupo de personas que amaba tanto y que no volvería a ver, antes de hablar.

–Yo... creo que primero quisiera decir que agradezco el que estén aquí y no me refiero solo a este momento en específico –empecé con voz firme aunque estaba segura que ese temple no me duraría mucho– Sino al hecho de que desde lo sucedido hace un par de semanas todos de alguna manera paralizaron sus vidas, abandonaron sus responsabilidades, ajustaron sus horarios –miré a Vicky que estaba cumpliendo con sus clases de manera virtual sin querer regresar a la ciudad desde que llegaron– y dejaron de lado compromisos o eventos sociales –intercambié una pequeña sonrisa de complicidad con Santi– y solo para estar conmigo...

–Corrección –intervino papi Roberto con esa solemnidad tan propia de él– para estar contigo. No digas solo para estar contigo, como si no fueras la gran cosa, porque lo eres. Eres la gran cosa, hija.

No pude más que hacer un ligero asentimiento o de lo contrario no diría ni la mitad de lo que tenía previsto.

–Además de eso quiero resaltar lo maravillosos que son, lo tanto os quiero y que sin importar lo diga después de esto...–respiré profundamente buscando valor donde no había más que escombros– os querré siempre. Que algún día espero tal vez no comportan pero entiendan mis razones...

– ¿Que pasa Al? –preguntó Santi al no poder esperar, interrumpiendo lo que sea que tenga para decir al sentirse como lo que reconozco liado– ¿De qué va esto?

–Si hija –secunda mi madre– podría hablar por todos al decir que nos estas asustando. –cerré los ojos con fuerza y dejo salir una gran bocanada de aire antes de hablar.

–Me voy –me limito a ser breve. Ir al punto como quieren ya casi no encontrando mi voz.

– ¿Como que te vas? –cuestionó Santi– ¿Regresas a tu piso en ... Almagro? –preguntó esta vez con demasiada cautela, su voz calmada ahora tensa– No creo que deb...

–No...–musité al interrumpirlo– me voy de España. De Europa de hecho...me iré definitivo y esta... esta es la despedida.

Esperé, pasaron unos minutos que se sintieron como una eternidad antes de que alguien se decidiera o encontrara la manera de hablar. El aire tan denso flotando entre nosotros como para poder cortarse con una tijera. El nudo en mi garganta creciendo mientras el dolor en mi pecho se expandía a otras zonas de mi cuerpo.

–Pero Alba, mi niña... –empezó mami Amparo y la estupefacción no la dejó continuar.

–Mami Amparo... ¡Dios!, tengo tanto que agradecerle, que agradeceros... sé que no es algo que se esperaban pero yo...–me acerco a ella y mamá que están en el mismo sillón, de cuclillas tomo una mano de cada una haciendo un esfuerzo por mirarlas a los ojos.

– ¿Qué significa esto? –dice mi madre escudriñando en mis ojos, buscando en medio de su confusión como siempre algo que le explicase qué sucede o porque hago lo que hago pero también como siempre... no lo consigue.

He perfeccionado tanto la técnica de ocultar mis sentimientos, verdaderos motivos o emociones que en cierta forma una punzada lacerante me toma al admitir que ni siquiera mi madre, la mujer que me dio la vida y se supone tiene ese instinto... es capaz de reconocerme.

–Sé que es difícil pero no diré mis motivos, me gustaría que nos enfocásemos en...

– ¿A dónde irías? –de nuevo Santi decide hablar interrumpiéndome, su mirada inquisitiva sobre mí, trago saliva incapaz de corresponderla. Estrujo mis dedos y retomo mi posición de pie al sentirme muy incómoda por la cercanía.

–A hmm... Venezuela

– ¿Como... qué hay de tus cosas? –finalmente se pone de pie también. Camina de un lado otro, inquieto y mi corazón se encoje– Allá no tienes nada, nadie... aquí está tu casa, tu trabajo... –tomo el valor de mirarlo y me arrepiento de inmediato. Sus ojos ahora enrojecidos lucen tan perdidos, tan desesperados por conseguir algo de sentido a lo que sucede.




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