Amante Fiel

CAPÍTULO XLV

Ethan

A medida que avanzo por el pasillo voy aflojando mi corbata a la vez que saco de mi bolsillo el móvil. La primera reunión con los árabes ha ido bien pero se extendió más de lo previsto y hace un par de horas no sé nada de Alba. Al llegar frente a mi habitación en el hotel frunzo el ceño no solo porque he marcado repetidas veces ya y no responde sino que una tenue luz sale por la orilla de la puerta y podría jurar que todas las deje apagadas.

Abro aún más confundido cuando un suave olor dulzón selecto golpea mi nariz y me quedo de piedra al estar completamente dentro. Inciensos, velas aromáticas y flores por todas partes decoran mesas y rincones. La cama incluso tenía esparcidos pétalos de rosa blancos y azules.

Decir que estaba sorprendido era poco.

–Bienvenido –me recibió con voz melodiosa la mujer que estaba sentada frente a una mesa dispuesta para dos frente al ventanal que daba al balcón, donde no solo había bandejas de plata con lo que supongo era comida cubierta, también allí presentes flores y un reluciente candelabro en el centro– ¿Cenaste? –indagó tras unos eternos segundos de silencio.

–No me malinterpretes pero... ¿Qué haces aquí? ¿Qué es todo esto?–hablé a pesar de mi turbación– Sabes bien que no puedes salir, sigue siendo pronto para que viajes y no deberías...

–Ethan, Ethan... –me interrumpió en voz baja, apenas audible– Ahora no, por favor–pidió y le dediqué una mirada severa– ¡Por favor! –repitió con voz suplicante, sus manos juntas y entrecerré los ojos detallándola. Al menos se veía bien físicamente. Comprobar que superó el vuelo sin aparentes complicaciones y muy conmocionado todavía como para seguir llevándole la contra, decidí que podía posponer mi sermón para cuando una idea coherente se gestara en mi cabeza– Entonces, ¿cenaste? –insistió con un amago de sonrisa al ver que no discutiría y cuando negué con la cabeza pareció satisfecha al saber que había ganado.

Reaccioné cuando me hizo una seña para ocupar la silla a su lado porque lo cierto es que seguía petrificado en mi lugar desde que entré. Hasta la puerta seguía abierta. Por lo que me dispuse a cerrarla y en medio de un mutismo de reproche pero resignado empecé a comer junto a ella.

La cena transcurrió en un silencio... agradable únicamente llenado por una música que sinceramente no sabía de qué lugar de la habitación provenía pero reconocía la letra de Angels Like You probablemente en la voz de Miley y no pude evitar un estremecimiento desconocido cuando ella entre bocados que me daba y se comía la susurraba como sintiendo cada palabra.

Todo era muy extraño de por sí pero aumentó en gran escala cuando al rato de haber terminado la comida y solo vernos, nuestras sillas tan cerca que al levantar su mano en mi dirección se le facilitó el deslizarla lenta y tortuosamente desde mi hombro al inicio de mi pecho de arriba abajo. Tensándome de inmediato ante su sutil y repentina caricia.

– ¿Qué...–intenté decir.

–Estás muy tenso –resaltó y terminó por girarse completamente en su asiento. Tomando con ambas manos mi corbata se deshizo ágilmente del nudo, liberándome por completo de la prenda y posteriormente se puso en pie a mi espalda invitándome a estirar los brazos mientras me quitaba el saco– Yo... puedo ayudarte con eso...–susurró en mi oído al agacharse aun sin permitirme verla por estar tras de mí y consiguiendo que apretara los puños debajo de la mesa.

–No lo creo –negué con mi voz ronca más pesada por el deseo involuntario que se empezaba a gestar en mí.

– ¿Estás seguro?

Final y jodidamente se puso delante de mí. Apoyo levemente su cuerpo sobre la mesa sin llegar a sentarse, su postura erguida y piernas juntas una más alzada sostenida por la punta de los zapatos de tacón plateados muy brillantes. Dejándome ver por vez primera en la noche lo tan arreglada que estaba. Y como si fuera poco, tragué con violencia el nudo invisible en mi garganta cuando antes de que pudiera decir o hacer algo dejo llevó sus manos a las diminutas tiras que sostenían su vestido blanco corte de reloj de arena que acentuaba sus delicadas caderas para dejarlo caer.

Caer al suelo.

Fuera de su cuerpo.

Quedando en ropa íntima.

Sin poder evitarlo le di un repaso de pies a cabeza buscando una sola cosa que no me gustara... sin lograrlo. La escasa tela de su lencería de encaje también blanca se pegaba a su figura perfecta en donde debía, lazos en sus caderas y en el centro de su busto llamaban mi atención junto a pequeños aretes plateados y brazalete del mismo color. Resaltando por encima de todo en su cuello el relicario que le dejé ayer. Un sentimiento de posesividad y apego llenándome por lo que significa para mí que exhiba las joyas que le doy.

Con dificultad consigo desviar mis ojos de ese punto entre sus pechos donde cuelga el corazón con rubíes para fijarme en el maquillaje sutil de sombras blancas con brillos, labial rosa claro adornando sus labios y su hermoso cabello lacio cayendo en cascadas con leves ondas a los lados de su cara. De haber sido otra persona habría creído que se veía jodidamente sexy pero era ella y ni de esa forma perdía su inocencia... parecía... parecía un puto ángel inocente. Mi ángel...

Volví a tragar saliva cuando se acercó a mí y se sentó a horcajadas con cada una de sus piernas a los lados de las mías y posicionó sus manos en mis hombros para luego atraer mi rostro a escasos centímetros del suyo, pensar un momento con su mirada fija en mis labios y después tomar la decisión de fundir nuestras bocas en un delicioso, lento y tierno beso. Hasta entonces yo todavía estaba completamente hechizado como petrificado y le dejaba hacer cual marioneta rendido a sus demandas.

De un momento a otro me levanté con sus piernas enroscadas a mi alrededor y sin interrumpir el beso la deposité en la cama. Seguí absorbiendo lo que quisiera darme cernido sobre su cuerpo pero para ser sinceros, llegados a este punto yo no sabía que me tenía más desconcertado y haciendo acopio de una fortaleza que no sabía que tenía me separé. Extrañando al instante la sensación de sus cálidos labios sobre los míos.




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