Ethan
Dicen que nadie muere de amor.
Es una frase muy cliché, muy trillada y quizá vosotros estéis cansados de repetir, puede que estaréis cansados de oír, yo estoy cansado de escucharle pero ¿qué ha de saber un simple humano al que aún le corra sangre en las venas?
Pues, lo mismo creo del cielo o del infierno. Esos polos opuestos de los que tanto se dice y poco se sabe. Al final, no importara lo mucho que especuléis porque nadie que no lo haya experimentado, es decir; si no ha muerto por malandanzas del amor, subido al glorioso reino de los cielos o descendido al ardiente fuego del infierno, tiene derecho a negar o certificar sobre lo que desconoce.
¿Qué me lleva a decir esto?
Alba, mi pequeña.... la mujer que más amaba en el mundo acabó conmigo en tres escuetos pasos:
Llegó a mi vida por casualidad, se quedó por elección y me permitió vivir aferrado a ella sin querer grabarme la lección de aprender a soltar.
No os mentiré, con Alba tuvimos muchos momentos difíciles pero eran solo eso momentos. Desaciertos y liadas efímeras incomparables con aquellas que hoy son responsables de mi destrucción.
Tendría que debatir la primera entre saber que había entrado en coma o despertado del mismo con esa mirada de genuino pavor, miedo e inquietud al reparar en mi presencia. Soy honesto al contaros que tras ese grado de preocupación sumado al de rechazo y vivido en un lapso tan corto de tiempo, pues no, hostia que no he sabido gestionarlo y ha sido cuando ha empezado a desmoronarse todo. Sentí venir y clavarse las puñaladas. Una tras otra y otras más. Tan inesperadas y con tanto ímpetu que ¡joder, dolía! vaya que lo hacía... pero lo que no sabía para entonces es que el dolor físico que pudiésemos llegar a sentir, era nada comparado con el emocional.
Su autoexilio, el partir sin mirar atrás pareciendo indiferente a lo que dejaba fue la segunda parte. Fue entonces cuando las puñaladas se expandieron creando la semejanza de dos trozos de piel sujetados y siendo halados desde los extremos en dirección opuesta hasta pasar a ser una larga y jodida gran grieta.
Una abertura enorme que ardía de principio a fin.
Razón por la que en aquel umbral de madera pulida de la habitación de hotel, mi huella quedó impresa tras aferrarme a él como si mi vida dependiera de ello mientras podía sentir como esa fisura cada vez más grande palpitaba en mi interior, borbotando sangre apenas tibia que en mi estado imitaba lava hirviendo quemando sin mesura.
Y finalmente, con el tercero esa herida abierta dejó de doler, dejó de sangrar y de arder.
Joder, es que incluso dejó de existir.
Todo eso acabó, sí.
Y sucedió cuando con su partida física sentí el momento exacto en que una de sus suaves, delicadas e inmaculadas manos que un día tanto adoré, se introdujo de a poco en mi pecho, estrujando y malogrando con la misma sutileza de un vil carnicero con un fino bisturí para luego en lo que demora un parpadeo de un tirón extraer a plenitud un ya agonizante corazón.
¿Hoy?
Hoy creo que hay muchas formas de morir pero ninguna peor a vivir sin ella...
Editado: 21.07.2024