Amantes en la era Meiji

Viaje en el tren Transiberiano

Todas las imágenes se distorsionaban de un color rojo por la sangre que en esos momentos cubría lo ojos de Julia, mientras ella veía caer los cuerpos del auditorio en cámara lenta. De repente, todos los recuerdos de las cosas que la habían llevado hasta ese punto aparecieron en su mente.

Todo había comenzado aproximadamente un año atrás. Julia recordaba aquella tarde de invierno, ese día se había levantado muy temprano, cuando los primeros rayos de sol hasta ahora estaba saliendo por el horizonte, la niebla cubría todo el lugar y el reporte del clima en la televisión, pronosticaba el inicio de una nevada. Entonces, Julia se había colocado un abrigo blanco y una bufanda de color azul claro, para protegerse del frío y luego recordaba haber salido de su apartamento rumbo a la estación del tren, teniendo que caminar hasta allí, a causa de las reparaciones en varias estación del metro. Después de llevar casi media hora esperando a que iniciara el abordaje, sintió una gran ansiedad que no le permitió quedarse sentada y empezó a caminar por el lugar. Solo esperaba embarcar el tren transiberiano, para dirigirse a Siberia, sin poder apartar de su mente la imagen de Alexander. Llevaba ya mucho tiempo planeando este viaje para poder encontrarlo y había aprovechado la época de vacaciones para programarlo.

Poco a poco las manecillas del reloj habían marcado la hora indicada para iniciar su viaje, sin mirar atrás, respiro hondo para tomar fuerzas y subió en las escaleras del tren sin saber exactamente lo que le esperaba en su destino, tampoco tenía claro que hacer cuando llegara a aquel lugar, se sentía extraña, lo cual le recordaba la misma sensación que tuvo cuando llego por primera vez a Rusia, hacía más de dos años. Julia era una mujer latina muy atractiva, de 28 años y de 1.70 metros con la piel morena y un lacio y negro cabello. Había tomado la decisión de marcharse a Rusia, posterior a la desaparición de su novio, después de que él se enlistase en el ejército. Las cartas que él le había enviado, eran el único recuerdo que le quedaba y, aunque al principio las leía constantemente y así lograba sentirlo cerca, con el tiempo comenzó a pensar que era algo un poco ridículo y que debía aceptar la realidad, de que él ya no estaba a su lado. Por otra parte, recordaba la vida que había llevado junto a su padrastro, el único familiar vivo que le quedaba (si es que le podía llamar familia un hombre como él) ya que la había maltratado durante mucho tiempo después de la muerte de su madre, durante su niñez y adolescencia. De hecho, la cicatriz que llevaba Julia en el dorso de su mano derecha, se la había provocado él. Un día en el que había llegado a casa en completo estado de ebriedad, y sin poder controlarse había empezado a arrojar todas las cosas que estaban encima del comedor al suelo, y Luego había empujado a Julia contra la pared, la había tomado la mano con fuerza y le había derramado el agua hirviendo encima. Los gritos del padrastro de Julia habían alertado a los vecinos, quienes llamaron a la policía, pero cuando llegaron a auxiliarla, la herida ya estaba hecha.

Rápidamente busco su compartimento dentro del tren y después de instalarse, comenzó a observar con unos ojos de melancolía, a través de las ventanas, todo lo que tenía ahora y todo lo que había dejado atrás en su vida. Dentro de poco el tren partiría, llevándola a lo que ella esperaba fuera el primer paso para encontrar a Alexander.

A medida que las ruedas del tren comenzaron a girar, un profundo sentimiento de miedo se apodero de Julia. Por su mente pasaban las distintas posibilidades con las que podría encontrarse. La primera opción, era que él ya estuviera muerto, la segunda posibilidad era que él estuviera bien, pero que ya la hubiera olvidado y por eso hubiera cortado la comunicación con ella, y la última idea que venia a su mente, era verse regresando sin encontrar nada. De repente, intento retirar estos pensamientos de su cabeza y logro imaginarlo con su cabello rubio, su 1.80 metros de estatura, mientras se despedía de ella en el aeropuerto minutos antes de que tomara su vuelo de regreso a Rusia, su país natal, para enlistarse en el ejército de su país, como se esperaba que lo hicieran todos los jóvenes patriotas. También recordaba la triste despedida que tuvieron, Julia se recordaba a si misma llorando mientras sus brazos se aferraban a la espalda de Alexander y seguidamente tuvo que aceptar el error que había sido enamorarse de un militar extranjero. Sus escasos amigos se lo habían advertido muchas veces, explicándole la posibilidad de que él algún día podía regresaría a su país dejándola atrás, aun así Julia guardaba la esperanza de que él decidiera no regresar, aunque muy en el fondo sabía que esto no pasaría, lo había percibido cada vez que hablaba con él, lo notaba en la nostalgia en su voz, cuando hablaba de su vida o su familia, y finalmente sucedió lo inevitable. Entonces, mientras lo veía marcharse, pensó también en la muerte de sus padres, lo que le provoco una sensación mezclada entre ira y dolor, cuando estaba en el aeropuerto ya sola. Después de haber despedido a Alexander le había reprochado a la vida que le hubiera arrebatado a todos las personas que amaba, su padre que había muerto en un accidente de tránsito, su madre de una enfermedad y ahora Alexander.

De pronto sus pensamientos fueron interrumpidos cuando llego Elena, su compañera de la universidad, en la carrera de sociología, era de la misma estatura que Julia, pero de piel blanca y cabello rubio y como era su mejor amiga y estaba enterada de lo que sucedía, había decidido ayudar a Julia a reunir información sobre el posible paradero de su novio, así que ambas llevaban investigando el paradero de Alexander, después de que Julia dejo de recibir cartas de él, hace 2 años, al poco tiempo después de que Julia hubiera llegado a Moscú. Pero lo más sorprendente era la información anexa a la carta, relacionada con delitos en la milicia. Entonces, Elena coloco su maleta en la cama, se sentó junto a Julia y ambas comenzaron a conversar.




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