Amantes en Silencio

Capítulo XlV

Sabrina se hundió en el sofá con el cansancio pesando sobre sus hombros.

Las luces de la ciudad se filtraban a través de las ventanas, proyectando sombras sobre las paredes. El mal humor de Ángelo era evidente, como una tormenta que amenazaba con desatarse en cualquier momento. Desde el piso superior no sé escuchaban sonidos, y eso era preocupante en cierto modo.

Sabrina cerró los ojos y respiró profundamente. Decidió no intervenir, sabía que molestar a Ángelo con su humor actual solo empeoraría las cosas. Se concentró en el ritmo constante de su respiración, dejando que el ruido de una puerta abriéndose se convirtiera en un murmullo distante. Poco a poco, la fatiga la venció y se quedó dormida.

La habitación estaba en silencio con la luz de la linterna en la sala. Ángelo bajó las escaleras, con cada paso resonando en la quietud de la noche. Al llegar a la sala encontró a su guardaespaldas dormida en el sofá, con su rostro relajado y en paz. Una leve sonrisa de burla se formó en los labios de Ángelo.

Se quedó de pie, observando el cuerpo tendido en su sofá que tiritaba de frío, también las largas pestañas que cubrían unos ojos indiferentes y su clavícula sin la camisa abrochada hasta el cuello.

Quería tocar un poco, tal vez sentir la respiración de ese cuerpo y el latido vivo.

Solo un toque.

Ángelo retiró la mano alzada que intentaba cubrir el cuello de Sabrina, formó un puño y con pesadez se dirigió a las escaleras para subir al piso superior.

A la mañana siguiente la luz del sol entraba por las ventanas, llenando el departamento de un terrible brillo. Sabrina se despertó, se sentó y parpadeó para despejar el sueño de sus ojos, y al intentar pararse, una pequeña manta callo a sus pies. Antes de recogerla a lo lejos oyó un ruido desde el fondo.

Al acercarse y enfocar mejor, Sabrina observo a su jefe, renovado de su mal humor anterior y con una camisa blanca que no encajaba con su mandil de cocina.

-Buenos días, señor -saludo ella, quedando estancada en una esquina de la enorme cocina.

Ángelo la ignoró.

Isabella gruñó molesta internamente, se sentía como una niñera cuidando de un mocoso berrinchudo.

Aclaro su garganta.

-Señor Moretti -llamó de nuevo-. Cómo acordamos, no le acompañare hoy, esperó y no le moleste que me tome la libertar de quedarme en este lugar.

Sabrina miró con atención, esperando captar alguna alarma en el comportamiento de Ángelo, solo una y ella abandonaría el departamento en busca de sus compañeros. Quedarse no iba a ser una opción.

Al no escuchar respuesta de parte de Ángelo, Sabrina se preparó para abandonar el departamento.

-Partiremos en una hora. Prepárate.

Sabrina se detuvo, y al observar a su jefe, vio cómo esté abandonaba la cocina a un con el delantal puesto.

Ella no pudo observar la expresión de Moretti, pero al bajar la mirada un poco fastidiada, observo la encimera de la cocina, más específico en un plato de avena. Sino era de Ángelo, que había terminado de lavar sus trastes usados cuando ella llegó, aquel plató intacto debía ser de ella o un fantasma.

Sabrina se encogió de hombros y empezó a buscar un cubierto.

Una hora más tarde se encontraban dentro del automóvil, y mientras avanzaban por las calles de la ciudad, Sabrina observaba el paisaje. Ella no había salido de Alemania en años, y ver cada edificio, cada calle, era un poco fascínate comparado con su vivienda situada a las afueras de las calles principales, con una vista de... de mierda en resumen.

Aunque el silencio era inevitable después de su "discusión" en el avión, Sabrina no creyó que Ángelo fuera un gilipollas para tomarse ese asunto enserio. Así que cuando Ángelo rompió el silencio agradeció tratar con un hombre adulto.

-Anoche en la cocina, justo antes de que la sirvienta interrumpiera -comenzó Moretti-, dijiste algo interesante.

Sabrina lo miró de reojo.

-¿Qué parte le llamó la atención, señor?

Ángelo se silencio un momento, no con ese tipo de silencio para pensar o llenarse de dudas, era uno para fastidiar.

-El 'espera'. Me pregunto... -dijo, tornando su voz un poco más fuerte-, ¿fue miedo, prudencia o algo más?

Sabrina izó una mueca, nada alegre con ese comentario que no tenía lugar para ese momento de trabajo.

-Señor Moretti, no me gusta que me vean en situaciones comprometedoras. Eso es todo -y remarcó las últimas palabras.

Ángelo, un tanto irritado, apretó el timón del auto.

-Sabes lo que quería, Isabella. Y no suelo ser paciente.

-Señor, creo que ese tema está fuera de plática -respondió ella, manteniéndose firme-. Es mejor centrarnos en cosas importantes.

Ángelo la observó en silencio durante unos segundos.

-Esto no quedará así.

Sabrina desvío la mirada hacia el paisaje que pasaba rápidamente.

Ella comprendió que Ángelo podía resultar infantil en momentos inesperados y por situaciones inesperadas. Y eso le parecía molestó.

Era demasiado rencoroso para su propio bien.

El viaje continuó en un silencio cargado de tensión y miradas que se evitaban como el agua y el aceite.

Finalmente llegaron a un almacén en las afueras de la ciudad. Era una construcción enorme, rodeada de altos muros de concreto y con hombres armados que protegían el primer muro de contención. Al bajar del auto, Ángelo la guio por un pasillo largo hasta llegar a una puerta de metal reforzado.

El interior del almacén era vasto, con estantes llenos de productos y maquinaria en constante movimiento. Hombres y mujeres trabajaban de manera rápida, cada uno cumpliendo con su tarea asignada.

Ángelo la llevó a una plataforma elevada, desde donde podía ver toda la operación.

-Este es el corazón de nuestro negocio -dijo, señalando el bullicio abajo-. Aquí es donde comienza todo. Y aquí es donde también puede terminar si no somos cuidadosos.

Sabrina asintió.

Ese lugar era el corazón de los Moretti, la sede principal de sus ventas ilícitas de drogas y armas.




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