Amantes en Silencio

Capítulo XVl

Kathy, una mujer delgada pero alta, con pocas pecas y cabello de un rubio teñido, ella era una ex francotiradora que había trabajado para la familia de Ángelo, tal vez solo cinco años

Al verlos parados en la puerta de su casa, su rostro no mostró sorpresa pero si parecía nerviosa al ver el estado de Ángelo.

—Llévalo adentro —ordenó Kathy, dirigiendo a Sabrina hacia la mesa del comedor.

Kathy inspeccionó la herida y sacudió la cabeza con preocupación.

—Esto no va a ser fácil… —murmuró ella mientras se dirigía hacía uno de los gabinetes de su mueble.

Sabrina aunque intento ayudar al inicio, sus manos temblorosas al sostener las tijeras o las gasas, hacían más difícil el trabajo de Kathy. Cuando sus manos dejaron caer el recipiente de agua Kathy la hecho de la habitación y ella tuvo que observar las escaleras con el corazón en un puño. Cada minuto parecía una eternidad mientras Kathy luchaba por salvar la vida de Ángelo, y a cada segundo ella parecía más atrapada en ese sentimiento incómodo que estaba atorado en su pecho. Finalmente, después de lo que parecieron horas, la bala fue extraída, pero Ángelo a un estaba muy grave.

Cuando Sabrina ingresó a la habitación vio el cuerpo inmóvil de Ángelo, si corazón casi se detuvo.

—Necesito que me cuentes lo que ha pasado — Kathy la miró con precaución, demasiada ansiosa para parecerse a la mujer que no temblaba al sostener una aguja.

Sabrina dejó de mirar el rostro de Ángelo, suspiró con cansancio y habló con calma.

—Si Ángelo me indicó que lo trajera aquí, debes tener una idea.

—La tengo, pero su situación es demasiado peligrosa para no imaginarme lo peor.

Sabrina se calló un momento.

—La situación es… delicada —finalizó—. No soy la persona correcta para contestar tus interrogantes.

Kathy quería insistir, pero al ver la mirada apagada en los ojos de aquella muchacha, decidió desistir.

Sabrina se colocó junto a Ángelo, con un trapo pequeño comenzó a limpiar sus heridas y manchas de sangre en su rostro, siempre evitando la herida recién operada.

Ángelo en varios momentos parecía sentir dolor, al mostrar su queja y su como su cuerpo comenzaba a sudar, deliraba y murmuraba palabras incoherentes.

La primera palabra fue un “suéltame” y la que le siguió fue un grito. Entre las muchas palabras que Sabrina escuchó a lo largo de la noche, una de ellas fue un susurro demasiado triste.

—Lilith… no me dejes.

Su voz era ronca y sus palabras demasiado necesitadas, ella coloco su mano en su hombro izquierda, fue un toque pequeño, pero al hacerlo Ángelo dejó de murmurar.

—Te matare … no me traiciones … otra vez… —Moretti soltó por ultimo, antes de caer rendido en sus sueño.

Al ver una lagrima resbalar de la mejilla de su jefe, Sabrina sintió un cosquilleo en las manos. ¿Por qué lloraba? ¿Tan doloroso era su herida o la cicatriz en su corazón a un le pesaba?

Sabrina quito su mano del hombro de Ángelo, y al quitarla sintió frío.

La noche pasó lenta, con Sabrina cuidando de Ángelo y vigilando cada cambio en su estado.

Al día siguiente el sol apenas se había levantado cuando se escuchó un lloriqueo y Ángelo abrió los ojos, o lo intento. Él observó por el tobillo del ojo el cuerpo de una mujer, ella estaba de espaldas y podía notar como sus caderas se balanceaban con cada arrullo que le hacía al bebé que sostenía delante suyo y que no dejaba de llorar.

Ella murmuraba algo dentro de sus labios mientras con insistencia el bebé buscaba algo en su pecho.

Ángelo noto su nerviosismo al ver cómo sus manos trataban de quitar las pequeñas manos del bebé que trataban de tocar su pecho, él quedó pegado al largo cabello liso que se movía al compás de sus pasos, y al ella voltear, Ángelo sintió que estaba en un sueño.

—Señor Moretti, despertaste.

Ángelo parpadeo varias veces.

—Sí, hace solo minutos.

Sabrina no dijo nada, más entretenida con el bebé en sus brazos. El niño que tenía cargado era pequeño y regordete, de mejillas llenas y unos ojos grandes, su cara estaba roja por los lloriqueos y seguía gimiendo con disconformidad.

Sabrina intento arrullarlo, sobando su espalda y haciendo gestos incómodos al sentir las manos pequeñas que quieran comer.

—¿Y ése niño? —preguntó Ángelo.

Sabrina sostuvo la mano movida del bebé para contestar.

—Es él hijo de la mujer que te atendió, me dijo que se llamaba Doris.

—Llámala Kathy, Doris es muy formal para una mujer como ella.

Sabrina lo miró un instante antes de poner atención otra vez en el bebé en sus brazos.

—La llamaré como ella quiera ser llamada —contesto firme y sonrió al ver el puchero que hacía el niño.

Ángelo no pudo evitar sentir un cosquilleo en su pecho.

Bastaron minutos para que el bebé se durmiera y fuera llevado a su cuna en la habitación de Kathy, y Sabrina al volver a donde estaba Ángelo, se llevó la sorpresa al ver cómo intentaba ponerse su chaqueta rota.

—¿Qué diablos estás haciendo? —exigió saber Sabrina.

—Tenemos que irnos ya mismo.

Sabrina lo miró extrañado, y con rapidez quito la chaqueta que Ángelo trataba de colocarse.

—No estoy bromeando, Isabella —habló rudamente.

—Y yo tampoco.

Sus miradas chocaron con rabia, Ángelo más expresivo que los dos. Sus caras estaban juntas y sin intenciones de separarse, sus respiraciones chocaban por rabia y sus miradas se destruían de una y mil maneras en sus mentes, hasta que Ángelo alzó la cabeza, apretó los puños y chocó sus labios con los de su guardaespaldas.

Fue un toqué, y al separase los dos se miraban con sorpresa y algo llamado incertidumbre.

Si ambos no hubieran escuchado la conmoción fuera de la casa, Sabrina hubiera plasmado su puño en la cara de su jefe por impulso.

Sabrina se apartó y se dirigió hacía una de las ventanas de la casa, observo a un grupo de hombres que estaban en el jardín. Sabrina frunció el ceño con precaución, volteó su rostro en dirección a Ángelo.




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