Amantes en Silencio

Capitulo XXII

El comedor había quedado atrás, pero la atmósfera tensa aún pesaba en el ambiente. Isabella seguía a Ángelo por los pasillos oscuros de la mansión, sus pasos resonando suavemente sobre el mármol frío. Él no había dicho una palabra desde que salieron del comedor, y ella sabía lo suficiente como para no romper el silencio. Ángelo era como una bestia acechante; cada movimiento suyo parecía calculado, cada gesto una pieza de un rompecabezas que nadie más podía ver.

Finalmente, llegaron a su habitación. Ángelo abrió la puerta y la sostuvo para que Isabella entrara primero. La habitación era austera, pero no menos intimidante. Las paredes estaban adornadas con cuadros oscuros que reflejaban una mezcla de elegancia y frialdad. Sobre la mesa había un mapa de Italia y varios documentos esparcidos. Ángelo cerró la puerta tras ellos y se dirigió hacia la mesa sin mirarla.

—Siéntate —ordenó, su tono firme pero sin agresión.

Isabella obedeció, cruzando las piernas mientras lo observaba. Ángelo permaneció de pie, con las manos apoyadas en la mesa y los ojos fijos en el mapa. Había una intensidad en él que la mantenía alerta, como si estuviera en presencia de una fuerza incontrolable.

—La situación en Italia se está desmoronando —comenzó, su voz grave llenando el espacio—. La red Divente, que controla nuestro narcotráfico en esa región, ha estado cayendo en la incompetencia. Los números no mienten: las negociaciones están fallando, los transportes están siendo interceptados, y las cuentas no cuadran.

Isabella arqueó una ceja, cruzando los brazos.

—¿Y qué tiene eso que ver conmigo?

Ángelo finalmente la miró, y en sus ojos había una frialdad que le envió un escalofrío por la columna.

—Tiene todo que ver contigo, Isabella. A partir de mañana, serás la responsable de la red Divente. Irás a Italia, tomarás el control y pondrás todo en orden.

La sorpresa en el rostro de Isabella fue breve, pero Ángelo no se perdió ni el más mínimo cambio en su expresión. Ella pronto recuperó su postura firme.

—¿Quieres que yo maneje el narcotráfico en Italia? —preguntó, su tono incrédulo pero sin miedo.

Ángelo esbozó una leve sonrisa, pero no tenía calidez.

—No quiero, Isabella. Lo exijo. Eres la única en quien confío para este trabajo. La incompetencia de los actuales encargados no puede continuar, y tú tienes lo necesario para manejarlo: determinación, frialdad y, sobre todo, lealtad.

Ella lo miró fijamente, intentando descifrar sus intenciones. Ángelo no era alguien que diera explicaciones ni que confiara fácilmente. Si la había elegido para esta misión, debía haber algo más detrás.

—¿Qué exactamente quieres que haga? —preguntó finalmente.

Ángelo señaló el mapa con un movimiento de la mano.

—Todo. Negociaciones, transportes, cuentas. Cada decisión, cada detalle, estará bajo tu control. No dejarás nada al azar, y no toleraré errores.

Isabella asintió lentamente, procesando la magnitud del encargo. Sabía que no era una tarea sencilla, pero algo en su interior se encendió ante el desafío. Siempre había buscado demostrar su valía, y esto era la oportunidad perfecta.

—Entendido —dijo, su voz firme—. Pero necesito saber algo. ¿Qué pasa si alguien se interpone en mi camino?

Ángelo se inclinó hacia ella, su rostro apenas a unos centímetros del suyo. Su voz bajó a un susurro que era tanto una promesa como una amenaza.

—Si alguien se interpone en tu camino, lo eliminas. Sin dudar, sin remordimientos. Esa es la única regla.

Isabella sostuvo su mirada, sintiendo la intensidad que emanaba de él como una ola de calor. En ese momento, comprendió que Ángelo no solo era un hombre peligroso; era un maestro de la manipulación, un estratega que jugaba un juego que pocos podían entender.

—¿Y cuánto tiempo estaré allí? —preguntó, queriendo asegurarse de todos los detalles.

Ángelo se enderezó, volviendo a su postura autoritaria.

—El tiempo que sea necesario. Permanecerás en Italia hasta que tenga la certeza de que todo está bajo control. Hasta entonces, no quiero excusas ni problemas.

Ella asintió nuevamente, aceptando las condiciones. Sabía que, con Ángelo, no había margen para errores. Cada paso debía ser calculado, cada acción impecable.

—¿Cuándo parto? —preguntó.

Ángelo sonrió, pero nuevamente, no había calidez en su gesto.

—Mañana por la noche. Hay un jet privado esperándote. Usa las próximas horas para prepararte; quiero que estés lista para cualquier cosa.

Isabella se levantó, sintiendo la tensión aún en el aire.

—Entendido. No te decepcionaré.

Ángelo la observó mientras se dirigía hacia la puerta, pero antes de que pudiera salir, su voz la detuvo.

—Isabella.

Ella se giró, encontrando su mirada fija en ella.

—Recuerda esto: no importa lo que pase allá, siempre debes mantener el control. De las personas, de las situaciones, y sobre todo, de ti misma. Si pierdes el control, pierdes todo.

Las palabras de Ángelo resonaron en su mente mientras salía de la habitación. Sabía que estaba entrando en un mundo aún más oscuro del que ya había conocido, pero también sabía que no había marcha atrás.

Las luces tenues de la mansión proyectaban sombras inquietantes a lo largo del pasillo mientras Isabella regresaba a su habitación. Cada paso que daba resonaba en el silencio de la noche, como un eco que se desvanecía lentamente. La conversación con Ángelo seguía repitiéndose en su mente: sus palabras frías, su control absoluto y la oscuridad que irradiaba. Era como si cada instrucción suya fuera una cadena que la ataba más profundamente a un mundo del que no sabía si podría escapar.

Cuando finalmente cerró la puerta de su habitación, dejó escapar un suspiro contenido. La habitación estaba envuelta en penumbras, iluminada solo por la tenue luz de la lámpara en la mesilla de noche. Isabella se quedó quieta por un momento, escuchando el latido acelerado de su corazón. Sabía lo que tenía que hacer, pero el riesgo era inimaginable.




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